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El Ser del límite, el Dios del límite. A Eugenio Trías

ArregiSirvan estas líneas de humilde homenaje a un gran hombre y pensador que hace poco franqueó el umbral de esta vida hacia la Vida: Eugenio Trías.

[Dada la importancia del recientemente fallecido Eugenio Trías para el pensamiento de frontera que se desarrolla en ATRIO, ofrecemos una interesante Conversación de José Mª Rovira y Toni Comín con Trias que fue publicada en Iglesia Viva el año 2000. AD]

Ha sido el pensador del límite. El ser humano percibe y piensa la realidad en general y a sí mismo en particular como límite. Al decir “límite”, no se refiere en primer lugar a la limitación –tan obvia– que caracteriza a todos los seres y de la que nosotros –en quienes el espíritu apenas aún está empezando a despertar– tenemos una dolorosa conciencia. Claro que somos limitados, condicionados y contingentes. Esa es nuestra percepción inmediata y tal vez solo aparente.

Al decir “límite”, Trías se refiere a otro aspecto: a esa sutil, insondable frontera que es cuanto es. Todo ser es una frontera entre lo que es y lo que puede ser, entre lo real y lo posible, entre el pasado y el futuro, entre lo visible y lo invisible. Un lugar de encuentro de este lado y del otro. Frontera de lo conocido y de lo desconocido. Término donde la meta de llegada se vuelve punto de partida. Confín donde el punto alcanzado se vuelve horizonte sin fin. Ahí vivimos, nos movemos y existimos, siempre en nosotros y fuera de nosotros, si cabe decirlo.

Nada es solo lo que es, sino también la posibilidad y el futuro, hasta el infinito y la eternidad. Somos frontera: todo es justamente esa frontera. Somos seres liminares, seres del umbral. Todos los seres son en el umbral del infinito y la eternidad. Todo es precisamente ese umbral del Misterio.

Así descubrimos la realidad en su conjunto, y la perplejidad y el desconcierto nos embargan, en medio de no pocos dolores y miserias. En eso consiste la filosofía: en mirar y pensar la realidad desde el sufrimiento y la perplejidad, y en interrogarse sobre ella. La interrogación suscita inseguridad y desconcierto. La filosofía quisiera aliviar el dolor,  y transformar la perplejidad en confianza, el desconcierto en humildad, el dolor en compasión solidaria.

¿Acaso no es también ése, o no debiera ser ése, el objetivo fundamental de la religión? O es que humildad y confianza y compasión solidaria ¿son acaso términos “religiosos” más que filosóficos? ¿Pero qué significa religión? Religión no significa en primer lugar un sistema de creencias, ritos y normas. Religión es mirar cada ser y cada lágrima con atención y piedad, mirarlo como umbral del Consuelo, y dejarse llevar a través del umbral… ¿a dónde? Al Gran Consuelo. ¿A dónde? A donde no se sabe, a donde nadie puede saber, más allá de todo lugar y de toda forma, donde todas las categorías (“más allá”, “más acá”, “arriba”, “abajo”, “antes”, “después”) pierden sentido. Solo ahí es verdadera religión, una religión que libera y consuela. Pero esa “religión” tiene poco tiene que ver, si algo tiene que ver, con ningún sistema religioso institucionalizado.

También la filosofía, amor de la sabiduría, consiste en indagar huellas de esperanza en medio de la noche, o en dejarse conducir, en medio de todas los interrogantes, con una confianza sencilla y profunda, como por una mano amiga, por una mano fiable, a la tierra de la misericordia y de la dicha.

No es, pues, acertado, ni históricamente fundado llamar al desconcierto filosofía y a la confianza religión. La filosofía verdadera se abre a la piedad, y la religión verdadera se abre a la pregunta, y ambas están entrelazadas. La filosofía se convierte a la piedad en el reconocimiento de la Realidad que la precede, en la oscura confianza en el Fondo de esa Realidad  siempre más grande y posible. La religión, a su vez, se vuelve espacio de tolerancia y de libertad en el reconocimiento de su no-saber. Una religión que cree saberlo todo se vuelve dogmática e intolerante, como una filosofía que cree saberlo todo –cosa difícil y nada común– se vuelve positivista y arrogante.

En una época, la nuestra, marcada por la Modernidad, en que la filosofía y la religión parecen discurrir por caminos paralelos, Eugenio Trías ha querido volver a pensar su origen común y su destino compartido. “Si hay un tema relevante en este fin de milenio, éste es, sin duda, el religioso”, escribió. La religión era para él un “asunto ineludible y de primer orden en el terreno filosófico”. Dedicó sus mejores esfuerzos a pensarla, más allá de la línea divisoria irreal entre filosofía y religión. Rastreó las grandes tradiciones de la humanidad, inseparablemente religiosas y filosóficas: indias, iraníes, hebreas y griegas. Y encontró en ellas siete figuras simbólicas de la Realidad o de lo Sagrado, la Realidad que se manifiesta ocultándose en el “límite del Ser”, donde cada ser particular confina con la Plenitud sin fin. “Sagrado”, en su misma etimología, significa justamente “lo real”.  ¿No merecerá ser llamado verdaderamente real solamente aquello que contiene consuelo y liberación? ¿Todo lo demás no será engañoso e irreal? En eso quiere confiar la religión, y eso quiere pensar la filosofía.

Así pues, rastreando las tradiciones universales de la humanidad, Trías encuentra siete nombres o símbolos o figuras de la Realidad o del Todo o del Ser, siete nombres del Ser o de Dios, revelado y desconocido a la vez. El Ser o Dios es Madre (o Materia o Matriz); es Creador (o Padre, Señor); es Dios revelado y próximo (tú ante el yo, yo ante el tú); es Logos o palabra que dice y es dicha (en todos los textos sagrados); es el Sentido y el Significado (y fundamento de todo sentido y significado); es el Misterio y el Silencio más allá de todas las imágenes, ritos, palabras, textos y normas; es el Ángel bueno (el amigo compañero de viaje). La realidad sagrada – llámale Dios si quieres con todos los nombres o sin nombre alguno– es madre que engendra, es padre que libera, es un tú íntimo en lo íntimo del yo, es palabra que llama a cada ser por su nombre, es misterio de silencio más allá de la palabra, es compañía amiga. Es el ser mismo de cuanto es, es lo que somos.

A esa realidad que es en todo, que es todo cuanto es y somos, se dirigen todas las preguntas filosóficas y todas las oraciones religiosas. El pensamiento filosófico no crea la realidad: solo le da forma provisional y fragmentaria, en el límite del Ser. La filosofía quisiera aliviar el dolor: ¿de qué vale el pensamiento si no alivia el dolor? La religión, en sus mil formas, nace de la confianza en que es posible liberarse o dejarse liberar del dolor; nace de la admiración y de la confianza en el Misterio como movimiento de compasión y compromiso de liberación de todos los seres, y adopta sin cesar formas y más formas (creencias, ritos, normas) supuestamente útiles para confiar y curar. Pero las formas serán reveladoras del Misterio y liberadoras de cuantos sufren solo en la medida en que conserven viva la conciencia de su liminaridad, de su provisionalidad, de su relatividad.

Que la religión y la filosofía se conviertan a la conciencia del Misterio, y al Misterio mismo, a lo desconocido a través de lo conocido, a lo indecible a través de todas las palabras. Que la filosofía ayude a la religión a desmontar sus dogmas y saberes, a ser humilde y humana, a mantenerse confiadamente en el límite y el umbral del Misterio sin invadirlo. Que, sin invadir ni apoderarse del Misterio, la religión sea humilde testigo de la confianza inconmovible en Dios, la Realidad, el Misterio, la Vida o la Compasión.

Para orar

Lo que no puede expresarse en palabras
y sin embargo es por lo que las palabras se expresan:
sabe que eso es en verdad el Absoluto y no lo que las gentes adoran.

Lo que no se puede pensar con el pensamiento
y sin embargo es por lo que el pensamiento piensa:
sabe que eso es en verdad el Absoluto y no lo que las gentes adoran.

Lo que no se puede ver con los ojos
y sin embargo es por lo que los ojos ven:
sabe que eso es en verdad el Absoluto y no lo que las gentes adoran.

Lo que no se puede oír con el oído
y sin embargo es por lo que el oído oye:
sabe que eso es en verdad el Absoluto y no lo que las gentes adoran.

Lo que no se puede respirar con el aliento de la vida
y sin embargo es por lo que ese aliento respira:
sabe que eso es en verdad el Absoluto y no lo que las gentes adoran

(Kena Upanisad, texto hindú del s. III a.C.)

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