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¿Cuál es mi religión?

Olga Larrazábal ha encontrado en el blog chileno Haciendo sagrado lo cotidiano un texto de Miguel de Unamuno, de 1907, con el que se identifica ella y también nosotros. La verdadera religión es duda y búsqueda, no seguridad y dogma.

Me escribe un amigo desde Chile diciéndome que se ha encontrado allí con algunos que, refiriéndose a mis escritos, le han dicho: «Y bien, en resumidas cuentas, ¿cuál es la religión de este señor Unamuno?» Pregunta análoga se me ha dirigido aquí varias veces. Y voy a ver si consigo no contestarla, cosa que no pretendo, sino plantear algo mejor el sentido de la tal pregunta.

Tanto los individuos como los pueblos de espíritu perezoso —y cabe pereza espiritual con muy fecundas actividades de orden económico y de otros órdenes análogos— propenden al dogmatismo, sépanlo o no lo sepan, quiéranlo o no, proponiéndose o sin proponérselo. La pereza espiritual huye de la posición crítica o escéptica.

Escéptica digo, pero tomando la voz escepticismo en su sentido etimológico y filosófico, porque escéptico no quiere decir el que duda, sino el que investiga o rebusca, por oposición al que afirma y cree haber hallado. Hay quien escudriña un problema y hay quien nos da una fórmula, acertada o no, como solución de él.

En el orden de la pura especulación filosófica, es una precipitación el pedirle a uno soluciones dadas, siempre que haya hecho adelantar el planteamiento de un problema. Cuando se lleva mal un largo cálculo, el borrar lo hecho y empezar de nuevo significa un no pequeño progreso. Cuando una casa amenaza ruina o se hace completamente inhabitable, lo que procede es derribarla, y no hay que pedir se edifique otra sobre ella. Cabe, sí, edificar la nueva con materiales de la vieja, pero es derribando antes ésta. Entretanto, puede la gente albergarse en una barraca, si no tiene otra casa, o dormir a campo raso.

Y es preciso no perder de vista que para la práctica de nuestra vida, rara vez tenemos que esperar a las soluciones científicas definitivas. Los hombres han vivido y viven sobre hipótesis y explicaciones muy deleznables, y aun sin ellas. Para castigar al delincuente no se pusieron de acuerdo sobre si éste tenía o no libre albedrío, como para estornudar no reflexiona uno sobre el daño que puede hacerle el pequeño obstáculo en la garganta que le obliga al estornudo.

Los hombres que sostienen que de no creer en el castigo eterno del infierno serían malos, creo, en honor de ellos, que se equivocan. Si dejaran de creer en una sanción de ultratumbas no por eso se harían peores, sino que entonces buscarían otra justificación ideal a su conducta. El que siendo bueno cree en un orden trascendente, no tanto es bueno por creer en él cuanto que cree en él por ser bueno. Proposición ésta que habrá de parecer oscura o enrevesada, estoy de ello cierto, a los preguntones de espíritu perezoso.

Y bien, se me dirá, «¿Cuál es tu religión?» Y yo responderé: mi religión es buscar la verdad en la vida y la vida en la verdad, aun a sabiendas de que no he de encontrarlas mientras viva; mi religión es luchar incesante e incansablemente con el misterio; mi religión es luchar con Dios desde el romper del alba hasta el caer de la noche, como dicen que con Él luchó Jacob. No puedo transigir con aquello del Inconocible —o Incognoscible, como escriben los pedantes— ni con aquello otro de «de aquí no pasarás». Rechazo el eterno ignorabimus. Y en todo caso, quiero trepar a lo inaccesible.

«Sed perfectos como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto», nos dijo el Cristo, y semejante ideal de perfección es, sin duda, inasequible. Pero nos puso lo inasequible como meta y término de nuestros esfuerzos. Y ello ocurrió, dicen los teólogos, con la gracia. Y yo quiero pelear mi pelea sin cuidarme de la victoria. ¿No hay ejércitos y aun pueblos que van a una derrota segura? ¿No elogiamos a los que se dejaron matar peleando antes que rendirse? Pues ésta es mi religión.

Ésos, los que me dirigen esa pregunta, quieren que les dé un dogma, una solución en que pueda descansar el espíritu en su pereza. Y ni esto quieren, sino que buscan poder encasillarme y meterme en uno de los cuadriculados en que colocan a los espíritus, diciendo de mi: es luterano, es calvinista, es católico, es ateo, es racionalista, es místico, o cualquier otro de estos motes, cuyo sentido claro desconocen, pero que les dispensa de pensar más. Y yo no quiero dejarme encasillar, porque yo, Miguel de Unamuno, como cualquier otro hombre que aspire a conciencia plena, soy una especie única. «No hay enfermedades, sino enfermos», suelen decir algunos médicos, y yo digo que no hay opiniones, sino opinantes.

En el orden religioso apenas hay cosa alguna que tenga racionalmente resuelta, y como no la tengo, no puedo comunicarla lógicamente, porque sólo es lógico y transmisible lo racional. Tengo, sí, con el afecto, con el corazón, con el sentimiento, una fuerte tendencia al cristianismo sin atenerme a dogmas especiales de esta o de aquella confesión cristiana. Considero cristiano a todo el que invoca con respeto y amor el nombre de Cristo, y me repugnan los ortodoxos, sean católicos o protestantes —éstos suelen ser tan intransigentes como aquéllos— que niegan cristianismo a quienes no interpretan el Evangelio como ellos. Cristiano protestante conozco que niega el que los unitarios sean cristianos.

Confieso sinceramente que las supuestas pruebas racionales —la ontológica, la cosmológica, la ética, etcétera— de la existencia de Dios no me demuestran nada; que cuantas razones se quieren dar de que existe un Dios me parecen razones basadas en paralogismos y peticiones de principio. En esto estoy con Kant. Y siento, al tratar de esto, no poder hablar a los zapateros en términos de zapatería.

Nadie ha logrado convencerme racionalmente de la existencia de Dios, pero tampoco de su no existencia; los razonamientos de los ateos me parecen de una superficialidad y futileza mayores aún que los de sus contradictores. Y si creo en Dios, o, por lo menos, creo creer en Él, es, ante todo, porque quiero que Dios exista, y después, porque se me revela, por vía cordial, en el Evangelio y a través de Cristo y de la Historia. Es cosa de corazón.

Lo cual quiere decir que no estoy convencido de ello como lo estoy de que dos y dos hacen cuatro.

Si se tratara de algo en que no me fuera la paz de la conciencia y el consuelo de haber nacido, no me cuidaría acaso del problema; pero como en él me va mi vida toda interior y el resorte de toda mi acción, no puedo aquietarme con decir: ni sé ni puedo saber. No sé, cierto es; tal vez no pueda saber nunca, pero «quiero» saber. Lo quiero, y basta.

Y me pasaré la vida luchando con el misterio y aun sin esperanza de penetrarlo, porque esa lucha es mi alimento y es mi consuelo. Sí, mi consuelo. Me he acostumbrado a sacar esperanza de la desesperación misma. Y no griten ¡Paradoja! los mentecatos y los superficiales.

No concibo a un hombre culto sin esta preocupación, y espero muy poca cosa en el orden de la cultura —y cultura no es lo mismo que civilización— de aquellos que viven desinteresados del problema religioso en su aspecto metafísico y sólo lo estudian en su aspecto social o político. Espero muy poco para el enriquecimiento del tesoro espiritual del género humano de aquellos hombres o de aquellos pueblos que por pereza mental, por superficialidad, por cientificismo, o por lo que sea, se apartan de las grandes y eternas inquietudes del corazón. No espero nada de los que dicen: «¡No se debe pensar en eso!»; espero menos aún de los que creen en un cielo y un infierno como aquel en que creíamos de niños, y espero todavía menos de los que afirman con la gravedad del necio: «Todo eso no son sino fábulas y mitos; al que se muere lo entierran, y se acabó». Sólo espero de los que ignoran, pero no se resignan a ignorar; de los que luchan sin descanso por la verdad y ponen su vida en la lucha misma más que en la victoria.

Y lo más de mi labor ha sido siempre inquietar a mis prójimos, removerles el poso del corazón, angustiarlos, si puedo. Lo dije ya en mi Vida de Don Quijote y Sancho, que es mi más extensa confesión a este respecto. Que busquen ellos, como yo busco; que luchen, como lucho yo, y entre todos algún pelo de secreto arrancaremos a Dios, y, por lo menos, esa lucha nos hará más hombres, hombres de más espíritu.

Para esta obra —obra religiosa— me ha sido menester, en pueblos como estos pueblos de lengua castellana, carcomidos de pereza y de superficialidad de espíritu, adormecidos en la rutina del dogmatismo católico o del dogmatismo librepensador o cientificista, me ha sido preciso aparecer unas veces impúdico e indecoroso, otras duro y agresivo, no pocas enrevesado y paradójico. En nuestra menguada literatura apenas se le oía a nadie gritar desde el fondo del corazón, descomponerse, clamar. El grito era casi desconocido. Los escritores temían ponerse en ridículo. Les pasaba y les pasa lo que a muchos que soportan en medio de la calle una afrenta por temor al ridículo de verse con el sombrero por el suelo y presos por un polizonte. Yo, no; cuando he sentido ganas de gritar, he gritado. Jamás me ha detenido el decoro. Y ésta es una de las cosas que menos me perdonan estos mis compañeros de pluma, tan comedidos, tan correctos, tan disciplinados hasta cuando predican la incorrección y la indisciplina. Los anarquistas literarios se cuidan, más que de otra cosa, de la estilística y de la sintaxis. Y cuando desentonan lo hacen entonadamente; sus desacordes tiran a ser armónicos.

Cuando he sentido un dolor, he gritado, y he gritado en público. Los salmos que figuran en mi volumen de Poesías no son más que gritos del corazón, con los cuales he buscado hacer vibrar las cuerdas dolorosas de los corazones de los demás. Si no tienen esas cuerdas, o si las tienen tan rígidas que no vibran, mi grito no resonará en ellas, y declararán que eso no es poesía, poniéndose a examinarlo acústicamente. También se puede estudiar acústicamente el grito que lanza un hombre cuando ve caer muerto de repente a su hijo, y el que no tenga ni corazón ni hijos, se queda en eso.

Esos salmos de mis Poesías, con otras varias composiciones que allí hay, son mi religión, y mi religión cantada, y no expuesta lógica y razonadamente. Y la canto, mejor o peor, con la voz y el oído que Dios me ha dado, porque no la puedo razonar. Y el que vea raciocinios y lógica, y método y exégesis, más que vida, en esos mis versos porque no hay en ellos faunos, dríades, silvanos, nenúfares, «absintios» (o sea ajenjos), ojos glaucos y otras garambainas más o menos modernistas, allá se quede con lo suyo, que no voy a tocarle el corazón con arcos de violín ni con martillo.

De lo que huyo, repito, como de la peste, es de que me clasifiquen, y quiero morirme oyendo preguntar de mí a los holgazanes de espíritu que se paren alguna vez a oírme: «Y este señor, ¿qué es?» Los liberales o progresistas tontos me tendrán por reaccionario y acaso por místico, sin saber, por supuesto, lo que esto quiere decir, y los conservadores y reaccionarios tontos me tendrán por una especie de anarquista espiritual, y unos y otros, por un pobre señor afanoso de singularizarse y de pasar por original y cuya cabeza es una olla de grillos. Pero nadie debe cuidarse de lo que piensen de él los tontos, sean progresistas o conservadores, liberales o reaccionarios.

Y como el hombre es terco y no suele querer enterarse y acostumbra después que se le ha sermoneado cuatro horas a volver a las andadas, los preguntones, si leen esto, volverán a preguntarme: «Bueno; pero ¿qué soluciones traes?» Y yo, para concluir, les diré que si quieren soluciones, acudan a la tienda de enfrente, porque en la mía no se vende semejante artículo. Mi empeño ha sido, es y será que los que me lean, piensen y mediten en las cosas fundamentales, y no ha sido nunca el de darles pensamientos hechos. Yo he buscado siempre agitar, y, a lo sumo, sugerir, más que instruir. Si yo vendo pan, no es pan, sino levadura o fermento.

Hay amigos, y buenos amigos, que me aconsejan me deje de esta labor y me recoja a hacer lo que llaman una obra objetiva, algo que sea, dicen, definitivo, algo de construcción, algo duradero. Quieren decir algo dogmático. Me declaro incapaz de ello y reclamo mi libertad, mi santa libertad, hasta la de contradecirme, si llega el caso. Yo no sé si algo de lo que he hecho o de lo que haga en lo sucesivo habrá de quedar por años o por siglos después que me muera; pero se que si se da un golpe en el mar sin orillas las ondas en derredor van sin cesar, aunque debilitándose. Agitar es algo. Si merced a esa agitación viene detrás otro que haga algo duradero, en ello durará mi obra.

Es obra de misericordia suprema despertar al dormido y sacudir al parado, y es obra de suprema piedad religiosa buscar la verdad en todo y descubrir dondequiera el dolo, la necedad y la inepcia.

Ya sabe, pues, mi buen amigo el chileno lo que tiene que contestar a quien le pregunte cuál es mi religión. Ahora bien; si es uno de esos mentecatos que creen que guardo ojeriza a un pueblo o una patria cuando le he cantado las verdades a alguno de sus hijos irreflexivos, lo mejor que puede hacer es no contestarles.

Salamanca, 6 de noviembre de 1907.

Tomado del Libro: Mi religión y otros ensayos.

6 comentarios

  • JESÚS OLLORA OLARTE

    Gracias Olga por este exquisito artículo de Unamuno.  Su religión se  asemeja mucho a la mía.
    Déjame copiar:
    “buscar la verdad en la vida y la vida en la verdad”
    “quiero que Dios exista”
    “es cosa de corazón”
    “he buscado siempre agitar..”
    Recordemos a Millán Astray con su “muera la inteligencia” y “el País Vasco y Cataluña son cánceres  en el cuerpo de la nación”…
    Podéis ver el video siguiente y no sé si la que oímos es la voz de Unamuno o la de un actor, pero es lo mismo, escuchad con atención los dos primeros minutos.
    http://www.youtube.com/watch?v=Vhq5i9Iugnc
    Y ya, para buscar sus influencias de otros filósofos he buscado a Nietzsche y en lugar de comentaros nada, prefiero que leáis el enlace
    http://www.euskonews.com/0103zbk/gaia10304es.html
    Hay que luchar y luchar e intentar que cada uno piense por sí mismo y pueda ir para adelante, para atrás, para la derecha, para la izquierda, pero siempre, siempre, siempre, siendo consecuentes con nosotros mismos en cada momento,  enriqueciéndonos con las ideas distintas y respetándonos siempre, buscando no nuestra verdad sino la verdad. Casi os garantizo que no la encontraremos nunca, pero su búsqueda es apasionante.
    Un abrazo.
    JESÚS

  • ana rodrigo

    La religión siempre ha sido un constructo humano, un organigrama que condensa creencias, códigos morales, explicaciones del misterio al que nadie llega por la vía de la razón, interpretación de todo lo relativo a dios, etc. etc. En definitiva, las religiones son una apoyatura para los individuos y para la sociedad. Pretende ser un camino opcional para involucrar a Dios en nuestras vidas, y viceversa, así como navegar por el camino de la bondad y otros valores universales.
     
    Aparte están los gestores de las religiones que, al creerse enviados de su dios, empiezan a desvirtuar, a manipular y a ponerle voz a dios, la suya, seres humanos tan limitados como cualquier creyente.
     
    La cantidad y variedad de religiones son todas diferentes y, sin embargo, todas coincidentes en algo: Dios y la conducta humana.
     
    Y una cuestión fundamental, todas las culturas y sociedades han surgido adheridas a una religión, y una religión junto al poder y con poder. En la medida en que las sociedades van madurando, van prescindiendo de los dioses de siempre, pero optan por otros dioses por los que viven y para los que viven, como es el dinero, el consumo, y cosas semejantes. La diferencia está en que estos dioses modernos no tienen misterio a descifrar, pero producen peores esclavismos.
     
    Conclusión, dada la fragilidad y limitaciones humanas, cualquier apoyatura que nos lleve por caminos de realización personal, que dé sentido a nuestra vida, que nos ayude a ser mejores, que nos anime a ser felices y hacer felices a los demás, será buena apoyatura. Cada cual elige la que le merece la pena, y no hay más que objetar, respeto a cada persona y sus opciones. Y no tanto respeto a determinadas religiones como tales instituciones, en su funcionamiento.

  • Antonio Vicedo

    ¿Acaso no hay demasiado parecido entre lo que expone bella y copiosamente Unamuno sobre la pregunta,  y lo que sintéticamente y con  mayor precisión y belleza práctica, aporta el Evangelio de Juan XIII, 35,  como  proposición juicio de Jesús: –“En esto conocerán que sois discípul*s mi*s en que OS AMAIS UN*S  A OTR*S”?

  • Héctor

    Gracias Olga por acercarnos a este gran hombre de nuestro tiempo. Unamuno es de siempre, es eterno. En su “Vida de Don Quijote y Sancho” (Página 346) nos dice :
    Nada hay menos universal que lo llamado cosmopolita o mundial, nada menos eterno que lo que pretendemos poner fuera del tiempo. En la entraña de las cosas y no fuera de ellas están lo eterno y lo infinito. La eternidad es la sustancia del momento que pasa y no la envolvente del pasado, del presente y del futuro de las  duraciones todas, la infinitud es la sustancia del punto que miro y no la envolvente de la anchura,  largura y altura de las extensiones todas. La eternidad y la infinitud son las sustancia del tiempo y del espacio…
     
    Don Quijote, dice Unamuno,  anduvo sólo por los caminos de la Mancha y nunca fue a pelear en grandes batallas en Flandes o en  las Américas. El día que fuera  vencido un malicioso la malicia quedaría vencida sobre la tierra. Y añade: Jesús de Nazaret sólo anduvo por los caminos de Galilea y cada una de sus enseñanzas y cada uno de los momentos de su vida se convirtieron en palabras de vida eterna: la vida y la eternidad que eran el jugo de cada segundo de su vida.
    Quizás donde mejor se refleja el pensamiento ‘religioso’ de Don Miguel sea en su última novela San Manuel Bueno Martir (1936). Cuando el protagonista de la novela menciona la famosa frase de Pascal “Toma agua bendita y terminarás creyendo”, alguien le dice al cura: “cuando usted  celebra misa termina creyéndoselo todo”.
     
    La falta de fe del cura santo es evidente. El cura se calla cuando la gente recita el credo. Por eso  contesta que la verdad es terrible porque puede destrozar la vida de la gente sencilla. Él fingía creer y les hablaba del infierno y del pecado y del Dios misericordioso sabiendo que en el fondo nada de aquello era razonable, pensable: quizás sí creíble para los que se apoyan en la creencias de los demás. Él mantenía sus creencias sólo para que  les sirvieran de consuelo.
     
    Para San Manuel todas las religiones son buenas para lo que son, para consolar a la gente que sufre, para dejar contentos a los ricos que todo lo pueden conseguir con su dinero. Hacer guerra a las religiones, acabar con la Iglesia por lo errores que arrastra, ¿para qué? ¿No será mejor vivir la vida como Jesús de Nazaret?: “Venid a mi todos los que estáis cansados y yo os aliviaré”. Aprendiendo a vivir cómo él
     
    Jesús no trata de convertir nada en sobrenatural. Nada hay sobrenatural si no es ya natural en sí mismo, la vida es cada momento que pasa, cada flor que contemplamos, cada pajarito que canta. Jesús de Nazaret no se fue a Roma a fundar allí una religión. Se quedó en Galilea, viviendo plenamente cada segundo de su preciosa vida. Para él no hay más religión que la vida misma el amor a los demás, cada día, en cada momento.  Como dice  Don Miguel  esa es mi religión “pasarse  la vida luchando con el misterio y aun sin esperanza de penetrarlo, porque esa lucha es mi alimento y es mi consuelo”
     
    Un abrazo Héctor

  • sarrionandia

    “escéptico no quiere decir el que duda, sino el que investiga o rebusca, por oposición al que afirma y cree haber hallado”.

    Dicho esto no hay por qué decir nada más. Claro que entonces no hay libro, ni alarde de inteligencia ni dineros en el nolsillo.

  • Gabriel Sánchez

    A mi siempre me representó mucho el Padre Nuestro Latinoamericano de Marito Benedetti, que también es una forma de filosofía y de escudriñar la fe desde la vida…   http://www.youtube.com/watch?v=Ze-vk_00aEw
    Un abrazo…Gabriel