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¿Cómo manejar el deseo infinito?

El deseo no es un impulso cualquiera. Es un motor que pone en marcha toda la vida psíquica. Goza de la función de un principio, traducido por el filósofo Ernst Bloch como principio esperanza. Por su naturaleza no conoce límites, como ya observaron Aristóteles y Freud. La psique no desea solamente esto o aquello, desea la totalidad. No desea la plenitud del hombre, busca el superhombre, aquello que sobrepasa infinitamente lo humano, como afirmaba Nietzsche.

El deseo vuelve dramática, y a veces trágica, la existencia. Pero también, cuando se realiza, produce una felicidad sin igual. Estamos siempre buscando el objeto adecuado a nuestro deseo infinito y no lo encontramos en el ámbito de la experiencia cotidiana. Aquí solamente encontramos finitos.

Cuando el ser humano identifica una realidad finita como el objeto infinito buscado se produce una profunda desilusión. Puede ser la persona amada, una profesión muy deseada, un sueño. Llega el momento, y generalmente no tarda mucho, en que se percibe una insatisfacción de base y se siente el deseo de algo mayor.

¿Cómo salir de este impase provocado por el deseo infinito? ¿Mariposear de un objeto a otro sin encontrar nunca reposo? Tenemos que ponernos a buscar seriamente el verdadero objeto de nuestro deseo. Entrando in medias res, voy respondiendo: es el Ser y no el ente, es el Todo y no la parte, es el Infinito y no lo finito. Tras mucho peregrinar, el ser humano es llevado a hacer la experiencia del cor inquietum (corazón inquieto) de san Agustín: Tarde te amé, oh Belleza tan antigua y tan nueva. Tarde te amé. Mi corazón inquieto no descansará mientras no repose en Ti. Sólo el Ser Infinito se adecúa al deseo infinito del ser humano y le permite descansar.

El deseo envuelve energías volcánicas poderosas. ¿Cómo manejarlas? Ante todo, se trata de acoger, sin moralizar, esta condición deseante. Las pasiones empujan al ser humano hacia todos los lados. Algunas lo impulsan a la generosidad, otras al egocentrismo. Integrar sin reprimir tales energías exige cuidado y no pocas renuncias.

La psique está llamada a construir una síntesis personal que es la búsqueda del equilibrio de todas las energías interiores. Ni hacerse víctima de la obsesión por una determinada pulsión, como por ejemplo, la sexualidad, ni reprimirla como si fuese posible debilitarle su vigor. Lo que importa es integrarla como expresión de afecto, de amor y de estética, y mantenerla bajo vigilancia, pues estamos tratando con una energía vital no totalmente controlable por la razón, sino es por vías simbólicas de sublimación y para otros propósitos humanitarios. Cada persona debe aprender a renunciar en el sentido de realizar una ascesis que libera de dependencias y crea libertad interior, uno de los dones más apreciables.

Otra forma de tratar con el deseo infinito es mediante la precaución, que nos previene de las celadas de la propia vulnerabilidad humana. No somos omnipotentes, ni dioses a los que el fracaso no puede tocar. Podemos mostrarnos débiles y, a veces, cobardes. Pero debemos precavernos contra situaciones que nos pueden hacer caer y perder el Centro.

Tal vez una clave inspiradora nos la ofrece C.G.Jung con su propuesta de construir a lo largo de la vida un proceso de individuación. Éste tiene una dimensión holística: asume sin temor y con humildad todas las pulsiones, imágenes, arquetipos, luces y sombras. Oye el rugir de las fieras que lo habitan pero también el canto del tordo sabiá, que lo encanta. ¿Cómo crear una unidad interior cuyo efecto sea el equilibrio de los deseos, la vivencia de la libertad y la alegría de vivir?

C. G. Jung sugiere que cada cual procure crear un Centro fuerte, un Self unificador que tenga la función que el sol tiene en el sistema solar. Él atrae a su alrededor a todos los planetas. Algo similar debe ocurrir con la psique: alimentar un Centro personal que integre todo, con  reflexión y con interiorización, y no en último lugar, con el cultivo de lo Sagrado y de lo Espiritual.  La religión, como institución, no es raro que cercene la vida espiritual por exceso de doctrinas y de normas morales demasiado rígidas. Pero la religión como espiritualidad desempeña una función fundamental en el proceso de individuación. A ella le corresponde ligar y re-ligar a la persona con su Centro, con todas las cosas, con el universo, con la Fuente originaria de todo ser, dándole un sentimiento de pertenencia.

La falta de integración de la energía del deseo se manifiesta por el desgarro de las relaciones sociales, por la violencia asesina practicada en escuelas o en las matanzas de personas negras, pobres y homosexuales.

Aprender a tratar con las fuerzas del deseo implica, pues, una preocupación por la salud social. Una educación humanística, ética y ciudadana no deberá dejar de lado la educación del deseo. El gran obstáculo reside en la lógica misma del sistema imperante, centrada en el deseo de tener, descuidando los valores civilizatorios de la gentileza, del buen trato y del respeto a la persona. Por el contrario, los medios de comunicación de masas exaltan el deseo individual y la violencia para resolver los conflictos humanos.

La globalización como fenómeno humano nos obligará a moderar los deseos personales en beneficio de los colectivos y así volver más equilibrada y amigable la coexistencia humana.

¡Cómo deseamos tiempos favorables!

[Traducción de MJG]

8 comentarios

  • oscar varela

    Hola!
     
    Gracias Kaláa.
    Gracias Gaby.
    ………………
    Mirando jugar a un niño.
     
    ..A menudo se oculta un sentido sublime
    en un juego de niño.
    (SCHILLER. Thecla. Voz de un espíritu).
     
    Jugaba el niño, en el jardín de la casa, con una copa de cristal que, en el límpido ambiente de la tarde, un rayo de sol tornasolaba como un prisma. Manteniéndola, no muy firme, en una mano, traía en la otra un junco con el que golpeaba
    acompasadamente en la copa.
     
    Después de cada toque, inclinando la graciosa cabeza, quedaba atento, mientras las ondas sonoras, como nacidas de vibrante trino de pájaro, se desprendían del herido cristal y agonizaban suavemente en los aires.
     
    Prolongó así su improvisada música hasta que, en un arranque de volubilidad, cambió el motivo de su juego: se inclinó a tierra, recogió en el hueco de ambas manos la arena limpia del sendero, y la fue vertiendo en la copa hasta llenarla.
     
    Terminada esta obra, alisó, por primor, la arena desigual de los bordes. No pasó mucho tiempo sin que quisiera volver a arrancar al cristal, su fresca resonancia; pero el cristal, enmudecido, como si hubiera emigrado un alma de su diáfano seno, no respondía más que con un ruido de seca percusión al golpe del junco. El artista tuvo un gesto de enojo para el fracaso de su lira.

    Hubo de verter una lágrima, mas la dejó en suspenso. Miró, como indeciso, a su alrededor; sus ojos húmedos se detuvieron en una flor muy blanca y pomposa, que a la orilla de un cantero cercano, meciéndose en la rama que más se adelantaba, parecía rehuir la compañía de las hojas, en espera de una mano atrevida.
     
    El niño se dirigió, sonriendo, a la flor; pugnó por alcanzar hasta ella; y aprisionándola, con la complicidad del viento que hizo abatirse por un instante la rama, cuando la hubo hecho suya la colocó graciosamente en la copa de cristal, vuelta en ufano búcaro, asegurando el tallo endeble merced a la misma arena que había sofocado el alma musical de la copa.
    Orgulloso de su desquite, levantó, cuan alto pudo, la flor entronizada, y la paseó, como en triunfo, por entre la muchedumbre de las flores.
     
    Sentido de esta parábola.
     
    -¡Sabia, candorosa filosofía! -pensé. Del fracaso cruel no recibe desaliento que dure, ni se obstina en volver al goce que perdió; sino que de las mismas condiciones que determinaron el fracaso, toma la ocasión de nuevo juego, de nueva idealidad, de nueva belleza…
     
    ¿No hay aquí un polo de sabiduría para la acción?
     
    ¡Ah, si en el transcurso de la vida todos imitáramos al niño! ¡Si ante los límites que pone sucesivamente la fatalidad a nuestros propósitos, nuestras esperanzas y nuestros sueños, hiciéramos todos como él!…
     
    El ejemplo del niño dice que no debemos empeñarnos en arrancar sonidos de la copa con que nos embelesamos un día, si la naturaleza de las cosas quiere que enmudezca. Y dice luego que es necesario buscar, en derredor de donde entonces estemos, una reparadora flor; una flor que poner sobre la arena por quien el cristal se tornó mudo…
     
    No rompamos torpemente la copa contra las piedras del camino, sólo porque haya dejado de sonar. Tal vez la flor reparadora existe. Tal vez está allí cerca…
    Esto declara la parábola del niño; y toda filosofía viril, viril por el espíritu que la anime,
    confirmará su enseñanza fecunda.
     

  • kaláa

    Yo accedí a través del google para enterarme.de  José Enrique Rodo, Motivos de Proteo.
    Puedes leerla aquí, en el  capitulo VIII
    http://es.scribd.com/doc/6011734/URUGUAY-Rodo-Jose-Enrique-Motivos-de-Proteo
    Saludos.
     

  • oscar varela

    Hola Gaby!

    Me dices:

    -” Oscar, creo que lo que dices, esta muy bien recogido en la parabola del Niño y la copa de cristal, del libro Motivos de Proteo de José Ernrique Rodó…Gabriel”-

    ¿Cómo accedo a esa Parábola?

    Gracias – Oscar.

  • Antonio Vicedo

    El deseo envuelve energías volcánicas poderosas. ¿Cómo manejarlas? Ante todo, se trata de acoger, sin moralizar, esta condición deseante. Las pasiones empujan al ser humano hacia todos los lados. Algunas lo impulsan a la generosidad, otras al egocentrismo. Integrar sin reprimir tales energías exige cuidado y no pocas renuncias.”
    Es la situación paradisíaca humana, con tal de no sobrepasar lo insuperable, aquel centro  o línea que separa el BIEN del MAL, “arbol plantado en medio del paraiso” como recordatorio de diferencia entre relación y fundamento.
    Todo está a nuestra humana disposición, con tal de que también nosotros nos consideremos disponibles y no “absolutos”, ni respecto a nosotros, ni menos hacia lo demás , y L*S DEMÁS, algo propio DEL QUE NOS TRASCIENDE y de Quien TODO recibe realidad.
    La VERDAD, concretada en la REALIDAD nos descubre que nuestra concición humana es  (Por: ” A imagen y semejanza de QUIEN dependemos”) de SUJETOS con dos elementos fundamentales en los que esta realidad se concreta LIBERTAD CONSCIENTE y RESPONSABILIDAD ( Deber responder a Quien, habiéndonos concedido libertad, tiene derecho a preguntar)
    Hcer de la vida humana ese vuelo en el horizonte ilimitado de las posibilidades de bien y también de sus carencias, que solemos llamar males, requiere el ejercicio equilibardo de esas dos alas sin el que no hay posible vuelo, sino revolcones entre intentos fallidos de remontar a impulso de la atracción de parte del proyecto existencial humano a ser realizado.
    Por la LIBERTAD, el SUJETO se siente capacitado para tranformar las posibilidades en concretas realidades; por la RESPONSABILIDAD, además de cuidar su propia condición de sujeto, se tiene que aceptar la REALIDAD verdadera de LOS OTROS y de LO OTRO, como prueba y garantía de no caer en la tentación de QUERER SER COMO DIOSES, para que  “lo que no somos nosotros” quede dependiendo absolutamente de nuestra propiedad y señorío.
    Es por eso que en la etapa de la infancia cuando se vive predominantemente la experiencia centrípeta, las vivencias tienen aire paradisíaco; la racionalidad aún no ha presentado el diálogo arquetípico con el OTRO , o lo va presentando en la práctica experimentar de relaciones, pero sin suficiente explicidad racional para poder aceptar la categoría de árbol y fruto del Bien y del Mal. Por ahí andan las tendencias infantiles deambulando por el paraíso del que nos consideramos usufructuari*s.
    Pero la fuerza impulsiva de la realización del YO en esa realidad paradisíaca, primero existencial e inconscientemente, y después con  racionalidad y conciencia se encuentra con LOS OTROS y con LO OTRO no solamente propio, sino compartido con L*S DEMÁS.
    Y aquí empieza a intervenir progresiva y necesariamente la RESPONSABILIDAD; el YO no puede avanzar en realización sin el ensamblaje ajustado con L*S OTR*S , en un NOSOTR*S que proporciona orientación, límites y complemento existencial.
    El no acertar teórica y prácticamente con este ajuste RELACIONAL de los YO equivalentes e iguales en tanto SUJETOS libres y responsables, supone la actualización de haber comido del fruto prohibido con ánimo y deseo incontrolado de ser como Dioses, dispuestos a condicionar y someter a quienes solo deben sometimiento al UNICO y VERDADERO  DIOS TRASCENDENTE.
    El desequilibrio parte del rechazo a LA VERDAD y se irá concretando en desorientación de razones, deseos, posibilidades  y pasiones, mediante el trueque del valor del ser por el del tener; del de la razón por la fuerza;  del goce y disfrute por el dolor y sufrimiento: del de la vida por la muerte, no sólo física.
    De aquí parte ese desequilibrio y falsedad de lo que considero “materia prima humana”, que originaria y estructurálmente se concreta en LA CLASIFICACIÓN DIFERENCIADA DE LAS PERSONAS,  sin base verdadera y real para ello. Es la historia de la EXPULSIÓN DEL PARAISO, cuyas puertas quedan CERRADAS, pero  sin que ello impida la entrada, si se hace mediante un CAMBIO DE METALIDAD que se concretará en EL VUELO EQUILIBRADO que TODO SUJETO HUMANO, movido por deseos y pasiones casi ilimitadas, realice con el uso equilibrado de las DOS ALAS: la LIBERTAD y la RESPONSABILIDAD.
    Por ello, la eficacia del deseo humano tiene que quedar orientado  por esta REAL VERDAD: La HUMANIDAD o será  VERDADERA y REAL HERMANDAD, o no podrá ser HUMANA.

  • Gabriel Sánchez

       La necesidad de lo infinito que es parte constitutiva de nuestro “ser” humanos…pasa mucha veces por liberaciones, que conlleva un itinerario vital…liberación de nuestras propias oscuridades y miserias…y al mismo tiempo en una relación biunivoca y sobre…liberación de lo que nos limita en nuestra realidad, familiar, laboral, social – politica, afectiva etc…Cuando se alcanza una meta, se descubre como dice Leonardo la necesidad de apuntar a otras, es un itineario necesario, para muchos cristianos la utopia es Reino…que tiene aspectos históricos, afectivos, espirituales concretos, pero que en su consumación…apunta a ese infinito del que nos habla Leonardo, hay una frase…muy hermosa…que se atribuye a Galeano…La Utopia sierve para eso, para seguir caminando…
     Oscar, creo que lo que dices, esta muy bien recogido en la parabola del Niño y la copa de cristal, del libro Motivos de Proteo de José Ernrique Rodó…Gabriel

  • kaláa

    Hoy leo la noticia : Se hace eco de la muerte del paciente Jobs,  un creador de ilusiones,….el mago de la nueva tablet.
    La varita es un cuento, la realidad es que los aprendices de magos de hoy llevan una i-pad.
    Y a golpe de toque va y toque viene., vamos  trás lo que deseamos.
    Y paz para todos…. o,  debiera decir i-pad para todos .
    http://www.reprodart.com/kunst/michelangelo_buonarroti/7390001_v1-1.jpg
    Saludos.

  • Carmen (Almendralejo)

    DESEO…
    Abrir los cerrojos que te custodian,
    Deseo ser la llave que no te encierra,
    Tirarla al mar vestido de caracolas
    Y corales, para que allí repose hasta
    Cuando tú de mi dependas… ¡Deseo!
     
    Amarte sin condición alguna, sin
    Puzles,  ni rompecabezas, tan solo
    Mirarte en el ocaso que da vida
    A la noche y su luz sellada en la blanca
    Plata, y las infinitas estrellas.
    Deseo, que no se cierren mis ojos
    Cuando despiertan en la mañana,
    Que tú luz, no hiera más al corazón
    Herido de tu ausencia… Deseo
     
    Amarte sin encomiendas, sin sospecha
    e inversiones, ni trueques, porque necesito
    del deseo es palpito primigenio
    que me adentró arropada como
    niña recién nacida que sin tener calor
    aún sigo de ti pasando frio…
    ¡Deseo!
    P.D: No sé qué más decir…

  • oscar varela

    Hola!
     
    Parágrafo final de “El Quijote en la Escuela” –Ortega y Gasset OCT2, 273-306)
    [Este ensayo se publicó incialmente en el diario El Sol, a partir del 16 de marzo de 1920]
     
    LA VARITA DE VIRTUDES
     
    Ahora se trata de filiar en dos palabras el medio natural del niño. ¿Cuál es el paisaje pueril? ¿Qué carácter general tienen los objetos que predominan en el contorno de la infancia? En la teoría por mí expuesta, a cada especie corresponde un pequeño mundo de objetos, y así como aquélla se reconoce por un cierto perfil general y permanente, sus objetos afines, su medio específico, tendrán también una específica silueta. Un mismo edificio sobre la larga estepa manchega presenta a Don Quijote rostro de castillo y hace a Sancho una mueca de venta.
     
    Pues bien; yo diría que si comparamos el medio de las personas mayores con el de los niños salta pronto a la vista la diferencia. Los objetos que para el niño vitalmente existen, que le ocupan y preocupan, que fijan su atención, que disparan sus afanes, sus pasiones y sus movimientos, no son los objetos reales, sino los objetos deseables. Podrá ocurrir que a veces un objeto deseable sea además real; sin embargo, al niño le interesará porque es deseable, no porque sea real. Al hombre maduro le acontece lo inverso: le interesa lo real por serlo, aunque no sea deseable.
     
    Suele decirse de la infancia y de su prolongación, la juventud, que «viven de ilusiones». El sentido que estas palabras arrastran me parece un poco erróneo: quiere indicarse con ellas que el niño imagina una realidad deliciosa muy diferente de la verdadera, y luego los años le van desilusionando; esto es, le van mostrando cómo lo que él suponía real no lo es. Si un infante pudiera entender estas palabras, yo pienso que nos miraría con la cara más pícara del mundo, como diciendo: «Señor mayor, padece usted una grosera equivocación. Para usted, precisamente por ser persona mayor, la cuestión de si algo es real o imaginario es la más importante, la que se instala en el primer término de sus preocupaciones. Pero a mí y a mis compañeros nos importa muy poco; sólo allá, en último término y con carácter muy borroso, se nos presenta esta cuestión. Lo que nos interesa es que las cosas sean bonitas. Pero dejemos esta conversación frívola; señor mayor, hablemos en serio; cuénteme usted un cuento».
     
    El individuo normal, al pasar de niño a hombre, no sufre una desilusión. Los «desilusionados» son casos anómalos y, desde luego, patológicos. El tránsito de la niñez a la madurez significa simplemente un cambio de régimen vital: el alma que antes gravitaba hacia lo deseable, ahora gravita hacia la realidad. Dejad correr un poco el tiempo y veréis que el individuo, ingresando en un tercer régimen psicológico, comienza a gravitar hacia algo que ni es real ni puramente imaginario, a saber, hacia el pasado. Es la etapa postrera, es la vejez. ¿Habéis notado la heroica energía que el anciano derrocha para no enterarse de la realidad presente? Desinteresado de ella, desarticulado de ella, libertado de ella, su espíritu, como el heliotropo, experimenta una patética torsión hacia los días solares de su adolescencia. Del mismo modo, el niño goza de un poder gigantesco para eliminar las realidades, es decir, las cosas según son. Su almita, como una fina retícula que puesta en el arroyo intercepta todo detritus sólido y deja pasar únicamente la clara danza fluida del agua, que cauce abajo corre y canta, elimina lo real y se queda sólo con lo deseable; esto es, con las cosas según debían ser.
     
    ¿De dónde salen los objetos deseables? Todo hecho, toda cosa que llega a punzar la periferia de nuestra alma provoca en ella dos reacciones, en cierta manera, antagónicas. Por una parte, nuestra razón comienza a trabajar, según sus leyes, en torno al nuevo objeto intruso: todo su trabajo va guiado por el afán de obtener una noción exacta de él, de elaborar una copia intelectual que fielmente lo transcriba tal y como es.
     
    Por este camino llegamos a conocer la realidad: nuestra mente fabrica historia. Mas de otra parte, nuestra fantasía sale a recibir el hecho recién llegado, y, en vez de contentarse, como la razón, con reflejarlo exactamente, penetra audazmente en él, lo hace pedazos, aleja algunos de ellos, se queda con otros, acaso funde éstos con elementos de otras cosas, en una palabra, descompone la realidad y obtiene un nuevo objeto compuesto sólo de ingredientes selectos. Frente al objeto real que la razón descubre nace así el objeto deseable o desideratum que la fantasía, orientada por el deseo, construye. Nuestra mente fabrica leyenda.
     
    No hay cosa que al llegar a nosotros no suscite esta doble reacción: historia y leyenda. Unas veces dominará aquélla, otras ésta. A menudo el halo legendario que se forma en torno al objeto o suceso puesto en contacto con nuestra fantasía es prácticamente imperceptible. Faltar no falta nunca; es más, la leyenda ocupa tanta porción de nuestro paisaje, que no acertamos en muchos casos a separarla de la realidad, ni siquiera nos damos cuenta de que es leyenda. Las nociones más estrictas de la ciencia ruedan por el alma del sabio envueltas en magníficas resonancias legendarias. No se olvide que de una cosa llamada «positivismo» ha podido hacerse una religión; por tanto, un mito. En fin, la idea misma de ciencia es una leyenda, un desideratum que ni ha sido ni será nunca rigorosamente realidad.
     
    Ofrece, pues, el mundo en su conjunto y en cada una de sus partes dos vertientes; la histórica y la legendaria, la real y la deseable. Hay individuos con mayor capacidad para percibir la una que la otra, temperamentos hiperpoéticos e hipopoéticos. Aunque en España no es muy frecuente, todos hemos tropezado alguna vez con un hombre que, al hablar de cosas y personas, del presente, del pasado o del porvenir, parecía dotar a cuanto nombraba de un brillo divino que hacía nuevos para nosotros los objetos más habituales. Sentíamos que, evocadas por su alma generosa, llegaban las cosas a nosotros como por vez primera, cargadas de sugestivas irradiaciones, despertando en nuestro corazón insospechados deseos y ansias de vivirlas. Todo se acercaba a nuestra sensibilidad mágicamente recamado y en la aureola rutilante de una transfiguración. Y, sin embargo, no había en ello nada de fantasmagoría, ni nos hablaba sólo de cosas espléndidas. Lo humilde seguía siendo humilde, y enfermo lo enfermo. Pero el secreto don de su voz hacía que súbitamente la humildad y la enfermedad mismas cobrasen una gracia inesperada, y, sin dejar de ser lo que son, se tornasen en calidades amables y atractivos poderes. Durante un rato nuestro paisaje perduraba deliciosamente incendiado; todo nos impulsaba a vivir, todo era incitante, todo atraía nuestro esfuerzo. Poco después el incendio se borraba y el sordo contorno habitual reaparecía tristemente, como las áureas arquitecturas que el crepúsculo prende en el ocaso son disueltas en gris y ceniza por la noche vecina. Este es el temperamento hiperpoético que arranca al mundo su antifaz de realidad y descubre su eterna faz deseable.
     
    Comparado con las personas mayores, el niño es un heroico creador de leyendas. Cuanto toca su alma queda transfigurado, y su paisaje se compone casi exclusivamente de desiderata, Todo lo que ve en torno suyo es como debía ser, y lo que no es así no lo ve. Los vicios mismos, hasta la muerte y el crimen, quedan purificados por su alquimia espiritual y le presentan sólo su vertiente atractiva. Mi hijo, que tiene una sensibilidad de caballerito de la Tabla Redonda, prefiere, sin embargo, entre sus juegos, aquel en que pueda hacer de ladrón. Y es que su alma sólo deja pasar del ladrón real aquellas cualidades en efecto deseables: la audacia, la serenidad, el afán de aventuras. Del mismo modo, la muerte es para los niños una variación del escondite: el hombre se ausenta para reaparecer en medio de la alegría general. Por eso, en los cuentos de hadas, la muerte suele ser la carrerilla que se toma para una resurrección.
     
    Esta literatura, genuinamente infantil, ha proyectado, sin darse cuenta, el secreto de la psicología pueril sobre ciertos objetos simbólicos, dotados de mágica eficiencia. La ¡Mesita, componte!, la varita de virtudes poseen la gracia de convertir el universo en un paisaje habitado por cosas deseadas.
     
    Pues bien; la auténtica varita de virtudes es el alma misma del niño.