LAS ACAMPADAS DEL 0,7 (Madrid, 1994): Ninguna de mis más profundas convicciones tendría sentido sin aquella ‘movida’ madrileña del 0,7 en la que cientos de acampados en el Paseo de la Castellana en otoño de 1994, agnósticos y cristianos, vivimos estrecha y amistosamente una apuesta entusiasta por los empobrecidos del mundo. [Juan Luis en Religión sin Magia]
A lo largo de las últimas semanas hemos venido releyendo los textos de Juan Luis volviendo a las fuentes. No ha sido sólo lo que dice este hombre, sino es toda su persona. Al terminar la lectura de estos textos nos encontramos con lo que él llama su meta: “No existe tarea más urgente. La posible convergencia de todos los seres de buena voluntad”.
Juan Luis ha viajado no sólo a lo largo de continentes. Ha viajado también a través de muchos textos de teología e innumerables estudios sobre la Iglesia, la cristología y los concilios. Allí encontró muy poco. No quería ser un teólogo más, buscando respuestas a preguntas que no se hace nadie. La gente iba por otros caminos. Existía una brusca separación entre lo sagrado y lo profano. Lo sagrado ya se lo daban los libros de teología. ¿Qué era lo profano? ¿El cosmos, las distancias inmensas entre las estrellas, el Big Bang, nuestro querido planeta tierra? Sí, pero había mucho más: el hombre, su dramática historia a lo largo de millones de años y sobre todo, el hombre de hoy en un mundo donde falta de todo para la mayoría mientras que unos cuantos viven en la abundancia.
Nuestro hombre se puso de pie frente a esa cruel realidad. Dios aparecía mezclado con todo aquello como un ser omnipotente pero indiferente e impotente ante tanto mal. Para entenderlo y explicarlo tuvo que partir de algo muy elemental que casi nadie quería aceptar. Dios no es una cosa más que se puede contar, pesar y medir: la realidad no está compuesta por las cosas, el hombre y esa otra cosa que es Dios. Lo profano y lo sagrado no están totalmente aparte actuando desde esferas distintas. ¿Cómo se llegó a todo esto?
Lo religioso aparece desde muy antiguo con formas muy elementales. La muerte interroga al hombre prehistórico que se encuentra con el más allá. Sabemos algo de sus ideas religiosas por hallazgos de enterramientos. Sus cultos no se referían sólo a los muertos. Apareció la admiración hacia las fuerzas de la naturaleza que dio comienzo a ritos como el de la Gran Diosa Madre y aparecieron distintas religiones étnicas relacionadas con grupos humanos diversos. El Animismo sigue vivo hoy en casi toda África.
El sentimiento religioso emanaba principalmente de una vivencia profunda de finitud conjugada con el principio de precariedad que brota de la experiencia diaria. Aparece el Dios de la religión: “Es un Dios a semejanza nuestra, un Dios rival, competitivo con el ser humano, temible aunque domesticable, intervencionista y ahí está la magia” (Religión sin Magia, p117). El Dios personal del Génesis, que se pasea por el jardín, refleja ya un profundo dualismo: El cosmos por un lado y el Creador por otro, lo bueno frente a lo malo: el pecado del ser humano. Ahí está también la cuna del más fiero individualismo. ¡Sálvese quien pueda!
Juan Luis nos lleva de la mano y no va enseñando el camino: la pobreza engendrada por los colonialismos le salió a su encuentro a su llega a Túnez como misionero. Esto le llevó a entender más a fondo esa otra realidad que es el proyecto humano. Vivió desde dentro la expoliación del continente Africano, y desde allí entendió mejor los efectos de la economía globalizante, las falsas democracias, las políticas inertes de los gobiernos inoperantes, y por detrás los mercados que lo atrapan todo. Urgía una acción eficaz. No se veía otro camino que llegar a una solidaridad universal, a la utopía de una humanidad distinta. Había que repensárselo todo desde esa otra dimensión. Volvió a España. Las Acampadas de la Plataforma 0,7 tuvieron un fuerte impacto en su vida y en su nueva visión de la realidad.
Algo venía sucediendo desde hacía mucho tiempo que golpeaba fuertemente los entresijos de la historia ¿No cabría pensar en una angustia colectiva, que permanecía oculta, que se venía fraguando desde muy atrás y que se iba socializando y tomando fuerza en la conciencia de muchos grupos humanos? Nadie sabía cómo explicarla claramente pero de vez en cuando afloraba a la superficie. Fue la angustia que se manifestó durante la Ilustración y que se fue materializando durante la revolución industrial en los levantamientos de las masas a finales del siglo XVIII. El sufrimiento humano que se iba acumulando terminaba siempre por salir fuera. No fue algo que surgió de repente en algunas mentes solitarias privilegiadas. Era una conciencia solidaria que afloraba ya en cualquier superficie del planeta.
Fue lo mismo que apareció en la cadena de revueltas del Mayo francés de 1968 por grupos estudiantiles de izquierdas contrarios a la sociedad de consumo, en las manifestaciones de las Madres de la Plaza de Mayo en Argentina durante los 70s, en las protestas de la Plaza de Tian‘anmen de 1989 en China. Hoy aquí mismo en las Acampadas del 15M. No es un incendio que surge, se apaga y muere. Es algo mucho más permanente y que nos interpela con fuerza. Joxe Arregi lo expresaba así en: “La causa de los jóvenes indignados de nuestras plazas es la causa más justa del planeta entero”.
No mueren las causas de las protestas, ni los gritos de los profetas, sólo muere la percepción de nuestra conciencia. Las protesta de los jóvenes en la Plaza de la Candelaria aquí en Tenerife suenan como un eco de las protestas de Amós hace más de 2500 años “¿Disminuiremos la medida, aumentaremos el precio y falsearemos las balanzas para robar; compraremos al desvalido por dinero; venderemos al pobre por un par de sandalias?” (Amos 8,5-6). Aquellos profetas expresaron la angustia de su pueblo en momentos muy difíciles y las aclamaciones de los profetas del 15 M brotan hoy de la misma fuente.
Juan Luis estudió las posibles causas del fenómeno. Se dio cuenta que al poco tiempo todo parecía quedar igual. Las aguas parecían volver a su cauce. Descubrió enseguida que la solidaridad humana se diluye cuando se habla de un Dios absoluto e incontestable que interviene directamente en todo lo que pasa. La caridad se transforma en un asunto personal, en algo que uno hace para salvarse. Seguimos volviendo a los dualismos de la antigüedad. De ahí nace el individualismo que acaba por apagar todas las revoluciones. El individualismo no deja paso a una verdadera solidaridad humana.
¿No tendrá “dios” la culpa de todo esto? Había que buscar cómo llegó a implantarse en nuestras vidas ese otro “dios”. Había que desalojarle para dejar sitio al Padre, al Dios de Jesús, el Dios de la vida y de los lirios del campo. Había que volver a repensárselo todo: si Dios no es una cosa sino el origen de las cosas, es en lo creado y, sobre todo, en el hermano en donde vamos a descubrir su presencia: “ni en este monte, ni en Jerusalén adoraréis al Padre… adoraréis al Padre en espíritu y en verdad.”
Como dice Juan Luis certeramente “El Trascendente nos interpela y nos atrae desde el otro”, creándonos a todos como iconos suyos. Dios se identifica con el hombre. Jesús lo repite una y otra vez “tuve hambre y me diste de comer” y “el que me ve a mí ve al Padre”: en mí, que no soy más que otro hombre como vosotros, veis también a Dios.
La Fe así adquiere un nuevo significado: sentirnos cogidos por Dios con la creación creciente del Cosmos, como diría Legaut. Es en esa lucha por estructuras sociales económicas y políticas más justas que aparece la mística, como una nueva espiritualidad samaritana, sin prisas… “no importa llegar tarde al templo”. No es algo que se me impone desde fuera, ni distinto a mi vida, sino algo que sale de dentro hacia los demás. El siglo XXI será el siglo de la mística. Fue Kart Rhaner quien dijo: “el hombre del siglo XXI será místico o no será nada”.
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DIOS COINCIDENTE CON EL PROYECTO HUMANO
Juan Luis Herrero del Pozo.
[Religión sin Magia p230 ss. Texto abreviado y condensado por HRF]
Ninguna de mis más profundas convicciones tendría sentido sin aquella ‘movida’ madrileña del 0,7 en la que cientos de acampados en el Paseo de la Castellana en otoño de 1994, agnósticos y cristianos, vivimos estrecha y amistosamente una apuesta entusiasta por los empobrecidos del mundo. Aquello fue emocionante. El nombre de Dios no se oía en el campamento. Pero la injusticia sufrida por tres cuartos de la humanidad repercutía fuerte en cada tienda de campaña.
En los ayunos, actividades, arengas, escritos, manifestaciones, entrevistas con el ministro Solana, etc. nos movía a todos la misma preocupación: nuestro nivel de consumo y bienestar se asienta sobre el expolio del Tercer Mundo: ¡obscena y suprema injusticia! Dios no podía estar más presente en La Castellana. La interpretación que los cristianos hacíamos de su presencia era la de aquella interpelación ancestral de la voz de Dios, que nos preguntaba a los caínes de hoy: “¿Qué habéis hecho de vuestro hermano?”
Cristianos y agnósticos concurríamos sin preguntar a nadie por la identidad del otro. En aquellos jóvenes, desencantados de lo religioso muchos de ellos, la pregunta llegaba desde el imperativo absoluto de la conciencia profunda. A tal imperativo los creyentes dábamos un nombre: Dios. La realidad afirmada era la misma (que había millones de hermanos que sufrían hambre y sed), sólo cambiaba el concepto de la etiqueta.
Esta es mi lectura de la realidad: mi Dios no es otro que aquél, cuyo icono sagrado es víctima de los ladrones en el camino de Jericó.
1. Todos somos hijos de Dios al compartir su imagen.
¿No será la verdadera encarnación de Dios la que, en virtud misma de la ‘creación’, nos llega a todos? Todos, ‘hechos a su imagen’, somos sus iconos.
Perder de vista esta perspectiva habría hecho que los cristianos desde muy pronto falseáramos el núcleo del mensaje de Jesús. El proceso histórico de ir progresivamente divinizando a Jesús ¿no iría vaciando al resto de los humanos de la grandeza que Jesús les reconocía cuando decía, sin ningún distingo, “mi Padre y vuestro Padre”?.
Según la espiritualidad ‘humanista’ de Jesús, cualquiera que interprete correctamente (Mateo 25) el misterio del ser humano pondría en boca del más marginado aquello que, según el evangelista, aseguraba Jesús: “Quien me ve a mí, ve al Padre”. El último pordiosero tirado en las escaleras del Metro nos grita exactamente eso: quien me ve a mí, ve a Dios. No sería mal trabajo indagar en la historia en qué medida la divinización de Jesús hizo de él un ‘caso tan singular’ que convirtió al resto en un simple añadido, familia por adopción. Pero el Don ofrecido a Jesús era el mismo que al resto. La diferencia no está en el don, sino en el receptor. Jesús no tuvo conciencia de ser Dios (“¿por qué me llamas bueno? Sólo Dios es bueno”) ni, por tanto, reivindicó el título.
La helenización cultural del hecho cristiano prestó el molde propio del politeísmo pagano (si Augusto era Dios ¿cómo no lo iba a ser Cristo?). Ni siquiera para Pablo Jesús era Dios por compartir la esencia de Yahvé, sino porque había conquistado progresivamente tal dignidad y el derecho de presidir a la derecha del Padre (Romanos 1, 3-4) la primacía de cualquier olimpo.
2. Cuanto más se divinizó a Jesús, más se olvidó al ser humano
La rápida paganización del cristianismo, al ser elevado al rango de religión oficial del Imperio, propició la elevación de Jesús por encima de todos los dioses. De Nicea a Calcedonia, el camino de la divinización y su formulación en términos aristotélicos de esencia, naturaleza e hipóstasis es rápido. Me parece que se fue desplazando el acento del núcleo real del mensaje de Jesús, la centralidad del reino, a su divinización. Del antropocentrismo del Reino se producirá un deslizamiento hacia el Cristocentrismo (pese a que Jesús nunca se predicó a sí mismo), como luego se producirá hacia el eclesiocentrismo.
La asunción por la Jerarquía de cada vez más poderes, los propios del imperio, secuestra definitivamente el ethos y el logos evangélicos, así como la diakonia de los Hechos. La divinidad de Jesús, en sentido metafísico, llegó a ocupar el centro de la fe cristiana. De ahí que los teólogos más avanzados se espantan ante la simple idea de ponerla en tela de juicio.
Hemos divinizado a Jesús, sin advertir que, al centrar en él nuestro interés, hemos postergado la responsabilidad para con los pobres y marginados. Como aquel que se quedó inmóvil, fija la mirada en el dedo que apuntaba a la luna.
Los jerarcas no han asumido lo positivo de la Ilustración, sino sus efectos negativos, el capitalismo y el Imperio, de modo semejante a como antes había estado aliada con el Feudalismo y las Monarquías despóticas. Creo sinceramente que la esencia de la nueva religiosidad se centra en estas perspectivas de densidad humanista, específicas del mensaje de Jesús y de otros hombres de Dios. Jesús no se predicó a sí mismo, sino a los pobres, y a ellos nos invita hoy a retornar.
3. Mirando al suelo
Para encontrar a Dios es preciso mirar a la tierra, no al cielo. De modo semejante, el Dios que se encarna en el prójimo habita también todas las cosas. Es el sentido hondo del concepto de creación: todas las cosas transparentan a Dios que es la trama de su tejido.
Si nuestra mirada es, ante todo, deseo del ser necesitado, que somos, en busca de poseer las cosas, mirándolas las convertimos no en iconos, sino en vanos ídolos, queremos poseerlas: una vez poseídas, nos dejan más vacíos y necesitados que antes.
La necesidad antepone a todo un filtro de egocentrismo: ¿cómo y de qué me sirve a mí esto? Es ilusoria la espiritualidad que pretenda prescindir del ‘yo’, pero se queda corta la que se agote en él. Se nos escapa entonces la dimensión más valiosa –aunque también complementaria- de la realidad, que es su transparencia de lo trascendente.
La fe descubre a Dios en la interioridad de las cosas. Pero esto no es posible sin superar, aunque sin negarlo, el movimiento de nuestra necesidad hacia ellas. Las necesitamos pero, al mismo tiempo, transparentan a Dios si no naufragamos en su deseo.
Si nuestra mirada de las cosas es limpia, vamos a considerarlas por lo que valen gratuitamente en sí, más que por cuanto nos reportan. En ese instante las descubrimos como transparencias de Dios. Entonces es cuando verdaderamente gozamos de ellas y de la vida en general. Estamos invitados, así pues, a una religiosidad-espiritualidad bien a ras de tierra: un beso a la esposa aún con rulos, una sonrisa al servir el café al hijo, un chiste distendido en la mesa, el tono cálido de un saludo en la escalera, un pequeño detalle con un compañero de trabajo, un ‘gracias’ a la cajera del supermercado, una caricia al perro, una relajada audición de música, un sorbo de agua fresca en la fuente de la plaza, el estallido de la tormenta, el silencio del bosque, los trinos de un ruiseñor, el trabajo bien acabado, los pechos de una joven, los espasmos del sexo, un ábside románico, un niño mamando, los gritos en una manifestación… Todo transparenta a Dios.
4. No existe tarea más urgente.
Nos dirigimos hacia la meta. Cuanto precede está en función de este punto final, único campo de posible convergencia de todos los seres de buena voluntad. Única suprema urgencia para todos. La solidaridad samaritana es la humanización y, en lenguaje cristiano, el camino del Reino. Dos son los factores principales que concurren a la amenaza de desastre para la supervivencia del hombre y de la naturaleza: el deterioro medio ambiental y la explosión de pobreza.
Respecto al segundo las cifras, frías, cien veces oídas, son monstruosas: 1.300 millones de personas luchan diariamente por sobrevivir con 30 euros mensuales. El saldo es de cerca de 100.000 muertos diarios por malnutrición y enfermedades inducidas. Esto afecta poco a la mayoría de nosotros: ¡no vemos ningún rostro detrás de cada cifra!
El diagnóstico no es pesimista, sino realista, pero la esperanza nos impide abandonarnos a la parálisis de la resignación o de las falsas soluciones de atajar los efectos sin tocar las causas. Éstas no son inevitables: leyes económicas supuestamente inexorables o, peor aún, incuria de las víctimas. No es cuestión de pobreza, sino de empobrecimiento en razón de un conjunto de decisiones humanas libres originadas por lo peor del corazón, la insensibilidad del egoísmo.
- a) Es el sistema o (des)orden económico mundial: la globalización de la pobreza en aras del lucro de las minorías. De la acumulación desenfrenada de capital se volvió al capitalismo más salvaje bajo el nombre de neoliberalismo. Los pueblos subdesarrollados deberían tener paciencia y ayudar al sistema capitalista para luego participar en sus beneficios. Como una copa que hasta que no se llena no puede desbordar sobre todos.
- b) Ante la limitación que la ecología impone al crecimiento, viene el camuflaje del problema: el Banco Mundial y todo el ‘mundo liberal’ integró el nuevo término de “desarrollo sostenible”. Son aceptados todos los correctivos que precise el sistema con tal de mantener su intangibilidad sustancial, es decir, la libertad del mercado. El proceso ha resultado imparable.
- c) El subdesarrollo se ha hecho crónico y la desigualdad, en los últimos 30 años, se ha doblado. El ritmo de crecimiento es insostenible. La secuencia cíclica de ondas largas en la economía, con sus respectivas fases de expansión y recesión, marcan hoy una tendencia descendente: la tasa de beneficio se ha reducido a la mitad y está impidiendo la acumulación masiva del capital necesario para el relanzamiento de inversiones productivas, por su deslizamiento hacia la especulación. El resultado es manifiesto: sólo queda la plusvalía de los salarios de la que echar mano para compensar el crecimiento menos rápido del capital. Nunca el trabajo ha sido tan precario y explotado ni mayor la ‘basura’ de los contratos.
- d) En el capitalismo, para que haya ganadores, es preciso que haya perdedores. Los mecanismos del mercado varían, pues, en lo accidental. La esencia es siempre idéntica y no es legítimo acusarnos de anacronismo: acumulación mediante la extracción de plusvalía. Unas reducidas minorías se apropian de buena parte de los frutos del trabajo de la gran mayoría mediante la propiedad o dominio, exclusivos y excluyentes, de las fuentes de riqueza: derechos, tierras, industria, recursos naturales, energéticos y tecnológicos.
Los millones de heridos que van quedando junto a la cuneta de la historia son el gran reto que nos interpela hoy. ¿Seguiremos andando para no llegar tarde al Templo?
Es un gozo inmenso releer a Juan Luis:
Es volver a la esencia, al comienzo, a la experiencia extraordinaria de Jesús.
El apartado: 3. Mirando al suelo
Es, como un himno-canto de la creación y su sentido real, desde la Vida de Jesús.
¡Gracias Héctor! por traernos con impulso renovado, todo el hermoso trabajo de Juan Luis, como profeta que no ha descansado ni un momento, para seguir alertándonos, de que estamos dando pasos de ciego, que no nos llevarán a buen puerto.
mª pilar
Tenemos demasiada prisa para detenernos y ver a Dios en todo y en todos. “Todo transparenta a Dios”, dice Juan Luis, desde lo más sencillo y apenas perceptible. Si no le percibimos interactuando conscientemente con todo, es que llevamos la realidad colgada en nuestra mente, necesidades y deseos. Lo hemos metido entre cuatro paredes a la medida de nuestras vidas egocentradas.
La Realidad enclaustrada, estrechándola al máximo, nuestros ojos no la pueden siquiera entrever, la razón apenas la puede tocar, porque se vela al “ojo” que separa, y está “lejos “ del ojo endurecido que mira más allá y acá de lo tangible.
El sistema dominante de cada época crea y perpetúa la magia de la ignorancia, endiosa al dinero, a la apariencia y al poder, tergiversa tiranizando y despreciando al ser humano que hay y es en cada uno, no dejándole ser ahí donde lo Real, transparencia envolvente, irradia paz y sencillez compasiva.
Gracias Hector por esta entrada y toda la ilusión que transmites.
Un fuerte abrazo.
Juan Luis subraya y magnifica lo que Schillebeeckx ya denunciaba en la práctica sacramentel y lo que más de un teólogo apuntaba con timidez: la magia!
La magia es el peor enemigo de toda religión y Juan Luis supo reconocer ese enemigo entre sus filas y luchar endiabladamente contra él y perdiendo la salud en el empeño. Si llegamos a entender su mensaje y la corrupción carcomiente que la magia conlleva en nuestras précticas religiosas y somos consecuentes con nuestras convicciones habremos rendido el mejor homeneje a Juan Luis aun en vida,