«Las dos opciones» y «La creencia ideológica»
(Capítulos VI y VII de El hombre en busca de su humanidad)
Vamos a presentar entre dos el segundo bloque de El hombre en busca de su humanidad, es decir, los capítulos 6 a 10. [Ver el Índice de este bloque, así como el texto de hoy en «Las dos opciones» en la Selección de fragmentos del libro que estamos presentando].
La idea es concentrar estos cinco capítulos en dos entregas: una ahora, antes de Semana Santa, y otra después de la semana de Pascua, según el calendario que nos ha propuesto Antonio. A estas dos entregas a cuatro manos, seguirá otra sobre el tercer y último bloque de HBH (capítulos 11 a 13).
Así quedarán suficientes sesiones para poder ver, en este curso/taller de introducción a Légaut, los diferentes temas (los discípulos, la fe en Jesús, la doctrina sobre Jesús, la plegaria, la Cena, la comunidad de fe, etcétera) que él desarrolla dentro de su peculiar «intelección del cristianismo» en el Tomo II de su obra principal (Introducción al pasado y porvenir del cristianismo, IPPAC en abreviatura).
1. Un título para este segundo bloque de capítulos de HBH
¿Cuál podría ser el título de este segundo bloque? Cualquiera que fuese, tendría que ser un título doble. Porque, en síntesis, este bloque trata, primero, “de la insuficiencia de la ideología (o de la creencia ideológica) para dar sentido a la propia vida (en su complejidad)”; y, en segundo lugar, “del acceso del hombre a la fe en Dios”.
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(i) Los cinco capítulos de este bloque tienen, en efecto, dos objetivos. El objetivo último es presentar y descubrir una fe en Dios que esté en continuidad con la concepción de la condición humana de la que hablan los capítulos del bloque anterior.
Esta concepción de la condición humana es, para Légaut, el cimiento (el «suelo») de una vida espiritual real, es decir, no una mera adhesión, obediencia o puesta en práctica de una doctrina ya hecha; algo que es extrínseco y superpuesto al ser humano.
Únicamente el ser humano concreto puede descubrir (tras haber descubierto la fe en sí mismo, la fe conyugal y paterna, la fe ante la muerte y la fe que, como la levadura y el fermento, actúa en la actividad del recuerdo así como en la actividad de creación) que esta fe suya busca un nombre último («Dios») cuyo uso, sin embargo, Légaut aún retrasa hasta después de dos capítulos más, éstos, 6 y 7, de esta entrega de hoy.
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(ii) ¿Por qué aún esta demora? Porque, antes de exponer el primer objetivo en el orden de importancia (el acceso auténtico del hombre a la fe en Dios) queda un obstáculo por desbrozar; un obstáculo tan importante como difícil de rebasar.
Tanto Légaut, como el «hombre» del que trata el libro, como también el lector, aún deben exponer, descubrir y tomar conciencia de las diferentes formas en las que la «creencia ideológica» (o «ideología») desvía, distrae y llega a suplantar a la fe. Lo cual ocurre cuando el ser humano adulto se plantea la cuestión del sentido de su vida.
Tal es, pues, el objetivo previo e indispensable en el orden de la exposición. Porque, efectivamente, es capital, en el camino del ser humano hacia una vida plena, poner de manifiesto la limitación de la «creencia ideológica» (a pesar de reconocer una posible utilidad a la misma, al comienzo de la vida consciente).
Sólo después de conocer a fondo y de situar en su lugar a la ideología (y a la creencia ideológica), cualquiera que sea la manifestación de la misma (antigua o moderna, religiosa o secular, explícita o implícita), puede el hombre acceder a un uso del nombre de «Dios» que no sea «en vano» sino que apunte de veras a su realidad.
Porque lo importante de este uso (que eventualmente puede consistir en el no uso de tal nombre) es que conduzca a una «búsqueda humana» semejante y complementaria a las que Légaut ha expuesto en los capítulos 1 a 5. La adscripción o clasificación en un grupo es algo irrelevante en el plano propiamente espiritual y humano.
2. La cuestión del «sentido»
Como ya hemos indicado, en este bloque de ahora, la cuestión inicial es la cuestión del sentido de la propia vida. Como continuación de la meditación de Légaut sobre la condición humana en los capítulos anteriores, el autor comienza el capítulo 6 con esta afirmación: «el hombre, cuando llega a adulto, se ve conducido a dar sentido a su vida». Tal es el “kilómetro 0” (que de suyo no es tal pues, hasta llegar a él, ha habido también un recorrido).
Este nuevo bloque comienza, pues, planteando una cuestión tan importante como la del capítulo 1. Si allí llegó Légaut a la afirmación fundamental de la «fe en sí mismo» ante la «carencia de ser», ahora la cuestión es si cabe –o no– una afirmación fundamental parecida acerca del sentido, valor y unidad de la propia vida, frente a la multiplicidad, precariedad e incomprensibilidad de la misma.
Ambos temas están relacionados. Por eso los dos bloques de capítulos que gravitan respectivamente sobre ellos están articulados: el segundo es continuación natural del primero. Prueba de esta continuidad entre los dos bloques es que la cuestión del sentido ya aparece en el capítulo 1 de HBH. Y, por otra parte, una prueba de la importancia de esta cuestión del sentido es que Llegar a ser uno mismo (de 1980) arranca con esta misma cuestión ya desde el primer párrafo:
Mi vida, ¿tiene un sentido? ¿Me basta para vivir con darle un sentido cualquiera, a reserva de encontrarle otro si el anterior falla? Para vivir plenamente mi realidad humana, ¿no me resulta necesario acaso encontrar su sentido –el de dicha realidad– y, al paso que avanzo en dicho descubrimiento, avanzar también en la conciencia de quién soy y de quién, al mismo tiempo, estoy en vías de llegar a ser? Tales son las diferentes etapas de la cuestión, cuya dimensión y alcance –aquellas que le conciernen de un modo intransferible–, el hombre, a medida que se hace adulto, entrevé poco a poco. El hombre, sólo por la manera como vive, antes incluso de que haya podido plantearse explícitamente dicha cuestión, ya se define con respecto a ella. Por la manera como le dé respuesta a lo largo de su vida, llegará a ser él mismo; accederá a una originalidad que le elevará al orden de lo irremplazable, de lo inimitable y único, de lo no “numerable”, de lo no “ordinable”, de lo que permanece porque ha “sido”.
Como puede verse, hay dos formas de plantearse uno mismo la cuestión del sentido, según Légaut. La cuestión de si «mi vida tiene un sentido» (una razón de ser, un espíritu fundamental, un fin que lleve al hombre a descubrir su “lugar” en el mundo) no es sino que va más allá de un desarrollo teórico sobre el sentido de la vida del hombre, o sobre el lugar del hombre en el Cosmos, que es a lo que puede responder una doctrina o un sistema, ya sea religioso o filosófico, antiguo o moderno. No obstante, el hombre puede contentarse, distraerse o apasionarse con este tipo de respuestas generales.
Por otra parte, la cuestión de si «mi vida tiene un sentido» tampoco es y también va más allá de contentarse con dar a la vida un sentido, cualquiera que éste sea; un sentido, por tanto, susceptible de poderse cambiar por otro. Tal sería otra forma de permanecer aún en el plano de la mera actividad y de la utilidad; o en el plano del tener y de la adhesión ideológica o de la creencia en una explicación o doctrina general. De ahí la importancia de exponer Légaut los límites de la «ideología» en este comienzo del segundo bloque de HBH.
3. La cuestión del «sentido» y la «ideología»
En opinión de Légaut, ante la cuestión del sentido, el hombre adulto, si se toma su vida en serio, se encuentra en una encrucijada con dos opciones (o dos vías o caminos). Entre ellas, debe elegir una: o bien partir de adoptar o de adherirse a una visión ya elaborada sobre «el Todo», y ajustar su vida a ella; o bien partir de sí mismo, sin adoptar ni elaborar ninguna visión global, y seguir hasta donde este camino le lleve.
La descripción de la primera opción dará lugar a la reflexión critica de Légaut sobre la «ideología». Y la descripción de la segunda llevará a Légaut a hablar de nuevo de los bienes humanos y de la fe. En esta entrega, en la selección de fragmentos del capítulo 7, nos centraremos, igual que Légaut, en la exposición de la «ideología» y de sus límites. «Ideología» (para Légaut) es, pues, cualquier respuesta global y absoluta que resuelva la cuestión del sentido prescindiendo del ser humano concreto.
4. La creencia o adhesión ideológica en el hombre adulto y en el joven.
Légaut piensa, sobre todo, en el hombre adulto. Él es el que se plantea estas dos opciones si quiere avanzar en el camino de su humanidad. No obstante, muchos problemas del adulto, cuando quiere unificar su camino a partir de sí mismo, se deben a que, de joven, llevado por su generosidad y deslumbrado por un ideal, prescindió de sí mismo, renunció y sacrificó lo que despuntaba en él, y se entregó por completo, más allá de lo que él mismo se conocía y se pertenecía, a una «ideología».
Aunque Légaut no hable en primera persona, es posible relacionar algunos de sus párrafos con algunas situaciones de su vida. Por ejemplo, con la decisión que le llevó a optar por la vida y el trabajo de campesino, con el consiguiente abandono de la Universidad, de su actividad de profesor y de su papel de líder en el grupo católico de la Normal y de los Tala (de lo que se habló al comienzo de este curso/taller).
Su vida en Les Granges, sus intercambios con sus amigos, lo escrito en los capítulos 1-5, su forma de entender la fe, apuntan a que cualquier laico adulto debería optar por avanzar por la segunda opción y, en consecuencia, dejar de adherir sin más a la “ideología religiosa” a la que suele reducirse normalmente la religión. Y esto, con independencia de si dicha “ideología religiosa” se ajusta o no, se adapta o no a las cosmovisiones del momento. La crítica de la «creencia ideológica» de Légaut se refiere, por ejemplo, no sólo al catolicismo integrista, contrario sin más a la autonomía de la ciencia, la economía y la política en sus propio terreno, sino también al catolicismo que sigue, a pies juntillas, cualquier teoría moderna por el mero hecho de serlo.
5. Perspectiva laica de Légaut
Sin embargo, la crítica de la «ideología» y la insuficiencia de la «primera opción» que se exponen en este capítulo de HBH van más allá del cristianismo, de un signo o de otro, y tienen un alcance y una incidencia en la experiencia humana común en la sociedad laica. Légaut quiso expresamente que fuera así. La crítica de la «creencia ideológica» del capítulo 7 puede aplicarse tanto a las ideologías antiguas, religiosas, como a las ideologías modernas, en su mayoría no religiosas pero con un guión, un esquema o un modelo implícito, parecido.
Légaut mencionó en una ocasión, por ejemplo, cómo le interesó una novela de Henry de Montherlant (Le Chaos et la nuit, 1963) acerca de un antiguo militante de izquierdas que, tras la Guerra civil española, defraudado de la deriva del partido, siente el vacío de su trayectoria personal. Se trata, sin duda, de una muestra, entre muchas otras, de cómo la ideología exige, en cualquiera de sus formas, un sacrificio parecido, de los bienes humanos, en aras de la generosidad y de la entrega a una causa universal y abstractamente noble. ¡Cuántas veces la militancia y la entrega no habrá llevado a muchos a pensar, acerca de sí mismos y de otros, que las “cuestiones afectivas” no son más que problemas a solucionar, y que las “exigencias familiares” no son más que trabas e impedimentos a superar a favor de una mayor dedicación a lo que de veras vale la pena, es decir, una vida de acción absorbente, ya sea en el arte, la ciencia, la enseñanza, la política, la medicina, la empresa, el trabajo o los negocios.
En este caso y en otros parecidos, se constata, con frecuencia, que las ideologías «sólo duran a expensas de una progresiva esclerosis o fijando a sus miembros en la abstracción de las ideas y en el bienestar de las certezas colectivas». Y si son efímeras (y se suceden unas a otras tarde o temprano) es porque, «acorazadas en su ortodoxia, a la larga son incapaces de defenderse eficazmente ante las que surgen nuevas, las cuales, al nacer en armonía con su tiempo, tienen, en sus comienzos, un poder juvenil capaz de imponerse y de irradiar». En cualquier caso, las ideologías, incluso las de un origen y un fin más nobles, dejan al hombre, cuando la acción declina, en una situación de vacío. Y sucede además que, mientras tanto, por el camino, muchas veces, «por los medios que emplean y por las muchedumbres que movilizan, aplastan…».
Y ahora sólo queda ya acceder y leer la Selección de fragmentos de los capítulos VI y VII .
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GUÍA DE LECTURA Y AUTOEVALUACIÓN
Por Antonio Duato
En estos dos capítulos que hoy presentan conjuntamente Juan Antonio Ruescas (colaborador activo de la Asociación Marcel Légaut) y Domingo Melero, Légaut nos enfrenta a nosotros mismos con la necesidad de afrontar una opción fundamental para la vida y creación espiritual.
Es una opción sutil pero muy decisiva: O preferimos apoyarnos en una visión global del todo (una gran revelación que me viene dada y probada desde fuera; una gran apologética renovada en sintonía con la concepción evolutiva del universo; una gran historia de salvación; una gran teología de la liberación; o doctrinas parecidas, de otras religiones o filosofías o “ideologías”) para entendernos a nosotros mismos como una parte de ese todo; u optamos por fundarnos en las propias experiencias, intuiciones y fe que surgen del interior más profundo y universal del ser humano, único e irrepetible que somos cada uno de nosotros.
Aunque sutil, como hemos dicho, esta diferencia del punto de partida del propio itinerario espiritual, lleva a desarrollos muy distintos. Al principio, dice Légaut que no se distinguen bien las dos vías, “imbricadas la una en la otra”. De hecho se necesitan y complementan la una y la otra. El ideólogo y el teólogo llegan a quedarse sin palabras y se quedan atónitos con lo que les provocan en su interior las ideas y los problemas planteados. El “ser espiritual” que arranca de su interior necesitará expresarse a sí mismo su fe en sí y en el Todo con nuevas palabras que tiene que tomar prestadas de las nuevas ideologías y teologías. Pero el uso de estas tendrá un carácter diferente.
Al reducidísimo y fundamental capítulo VI del libro de Légaut, yo le añadiría una mayor insistencia en esta complementariedad de las dos vías, en el interior de cada persona y en la cooperación entre personas de diferentes talantes, pero suficientemente abiertas a otras dimensiones. El punto de partida de Légaut y el de Teilhard de Chardin (que se conocieron) eran diferentes, pero qué duda cabe que complementarios.
De manera que, aconsejando primero una lectura rumiada de estos dos capítulos (y de los anteriores) en estas tres semanas de pausa) que nos concedemos (la próxima entrega será el 13 de Abril, propongo, como siempre, estas dos pistas para el trabajo personal y para los comentarios:
- subrayar, recoger y comentar las afirmaciones del texto que más os hayan interesado,
- y contar y compartir las situaciones o experiencias acerca de la «creencia ideológica» y de sus limitaciones que cada uno puede haber tenido en su camino personal.
Una síntesis del pensamiento de M.L.
que ya se hacía en la anterior entrega
sobre los «bienes humanos», nos dice claramente:
● «El ser humano, está siempre en medio de un combate
o de una tensión entre dos fuerzas antagónicas cuyas
dimensiones son casi físicas, más que morales, y por eso
trágicas y abocadas al límite de lo inevitable e imposible»
Dos fuerzas antagónicas que evolucionan con la
historia, la cultura y las religiones (Mt 4,1-11).
Dos caminos o propuestas de realización
entre las que la persona debe
optar en uso de su libertad.
Una libertad que nos acerca o nos aleja de Dios.
El amor del padre sigue existiendo
al margen de la voluntad del hijo,
que solo tiene que regresar al hogar
para experimentarlo (Lc 15,11-32)
La persona tiene que optar
en cada momento de su vida
entre el modo de realización
que ofrece la cultura dominante
y el que ofrece Dios a la persona.
El actual sistema social y económico
se ha convertido en cultura dominante,
que invita a cada uno/a a centrarse en
sí mismo/a (hedonismo), a que vivamos
desde el poseer, el poder y el consumismo.
El amor de Dios nos invita a
descentrarnos de nosotros mismos
y a que vivamos desde
la comunión, el servicio y
la realización personal.
En el texto se nos dice que:
● «El ser humano experimenta la necesidad
de buscar un sentido a sus días
a fin de desposarse con su destino y,
si no transformarlo exteriormente,
si asumirlo interiormente
en lugar de padecerlo a ciegas y
sentirse como arrastrado hacia la muerte»
Lo que no podemos transformar ni cambiar,
lo tenemos que asumir y aceptarlo como
una realidad de nuestra vida, con la que
tenemos que convivir (Mt 13,24-30)
como “el trigo y la cizaña” de la parábola.
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M.L. nos propone dos caminos a seguir:
1. Partir de la visión del Todo para comprenderse
2. Partir de sí mismo y hallar la conexión con el Todo.
En la primera se parte de una “ideología” o
“creencia ideológica” que es principalmente
una actitud mental que puede limitar
nuestro crecimiento hacia la plenitud.
Especialmente si contempla “la violencia”
como etapa necesaria para imponer o implantar
su visión del mundo, de la sociedad y de la historia;
y no debemos pensar solo en el “terrorismo”,
sino también en todos esos
“honrados genocidas económicos”
causantes de la muerte, el hambre y la ruina
de miles de millones de personas en el mundo.
Por tanto, tenemos que renunciar y superar
las limitaciones y aspectos negativos de las ideologías,
lo podemos hacer desde dentro y también desde fuera.
Por ejemplo, superando por nuestra cuenta,
las limitaciones que podamos encontrar
en nuestra parroquia, comunidad o movimiento,
que estén impidiendo nuestro crecimiento.
Así, por ejemplo, podemos plantearnos
la dimensión política de nuestra fe y
de nuestra vida, desde la
“opción por los pobres”.
Se trata de una “opción ideológica”.
Los hechos y las situaciones de
“empobrecimiento”,
las causas y consecuencias,
el “dolor de las víctimas”,
nos están diciendo que:
«La existencia de los pobres
es una prueba evidente
del fracaso de la persona
para vivir el amor y
construir la comunión»
Ello nos lleva a contemplar y seguir
a un modelo, en nuestros caso a
Jesús de Nazaret, el cual
en su vida, une el desierto (Lc 4,1-12)
con la sinagoga (Lc 4,18-19)
En el desierto, Jesús configura su existencia
desde la confianza en Dios.
En la sinagoga, anuncia la misión de su vida:
construir el reino de Dios.
La dimensión política en la vida de Jesús consiste
en: «unir el desierto con la sinagoga»
en un proyecto de vida.
Esta opción política por los pobres,
tiene por tanto, una dimensión personal:
“No podemos servir a Dios y al dinero”
(Lc 16,13),
“Es más fácil para un camello pasar por el ojo de una aguja,
que para un rico entrar en el reino de los cielos” (Mc 10,25)
Y tiene también una dimensión social:
“Buscar primero el Reino de Dios y su justicia
y todo lo demás vendrá por añadidura”
(Mt 6,33; Lc 12,29-31).
De acuerdo con esta “opción” el sentido fundamental
de nuestra existencia es participar en la construcción
del reino de Dios. Esto es:
● Que Dios reine en nuestra vida personal,
conformando nuestro SER desde el principio del
amor y la comunión, y además:
● Que Dios reine en el mundo,
conformando nuestro HACER
para asumir el compromiso de que
las relaciones sociales e institucionales
estén presididas por el amor,
orientadas hacia la comunión y
al servicio de los más pobres.
No consiste solo en SER,
en vivir lo que hemos llamado
“dimensión personal”,
que nos llevaría a un espiritualismo.
Tampoco consiste en HACER,
en vivir lo que hemos llamado
“dimensión social”,
lo que nos llevaría a un activismo.
Consiste en un SER
que se expresa en un HACER.
Ser y hacer constituyen una unidad
que se implica mutuamente:
el ser se expresa en el hacer
y el hacer conforma el ser.
La conjunción de ambos
es lo que nos humaniza.
«Es el amor compasivo el que está en el origen
y trasfondo de toda la actuación de Jesús,
lo que inspira y configura toda su vida…
Vive transido por la misericordia:
le duele el sufrimiento de la gente,
lo hace suyo y lo convierte en
principio interno de su actuación»
(J. A. Pagola “Jesús” Aprox. Hist. pág. 197.3
Ver libro en la dirección del enlace pág. 61.4,
quien tenga dificultad en bajárselo
que nos lo pida, a nuestro correo,
solo para uso privado).
«El mesianismo según Dios no es ni el triunfo fácil,
ni una situación personal de bienestar y comodidad;
es meterse hasta el fondo en la lucha por liberar
al hombre de las esclavitudes históricas, cargando
con las consecuencias de ese compromiso, y
sabiendo encontrar en él justicia (para todos),
paz (con todos) y gozo en el Espíritu Santo (Rom 14,17).
Lo mesiánico no es tanto una meta
(por muchas conquistas que podamos hacer los hombres)
sino un camino, en el que el creyente experimenta que
“va Dios mismo en nuestro mismo caminar”».
(J. I. Glez. Faus “La lucha por la justicia en una cultura nihilista” Cuaderno de CyJ nº 166 marzo 2010)
Os deseamos que estéis viviendo con intensidad
esta Semana Santa y que viváis con gozo
la Pascua de Resurrección.
Recibid junto a vuestras familias toda nuestra cercanía.
Con cariño un abrazo
Eduardo Soto
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Si el ser humano por su condición dual no estuviera, con respecto a las cosas del mundo, sujeto a configurarse o realizarse, la religión como ideología no hubiera tenido cabida en él.
Ha sido, un grave error para la humanidad creer que lo dual de nuestra condición comportaba así mismo una concepción dualista de la realidad con la que, sin duda, en el mundo nos hemos de enfrentar. Y ello no por el contraste evidente de lo físico y lo psíquico, sino que, al darse así, a la hora de concebir la realidad en lugar de ver en nuestro cuerpo como la obertura al mundo de lo real, se ha dado para ello preferencia y superioridad a lo psíquico sobre lo físico de nuestra corporeidad olvidando así su carácter complementario. El resultado de todo ello ha sido la rotura de la unidad de la mencionada dualidad que nos constituye. Y la rotura de la unidad toca a la misma esencia de la realidad que pensada ésta como algo objetivo deja el camino abierto al mundo de las ideologías.
Por el contrario, si un proyecto o una interpretación de lo real son posibles para mí, es que me hallo vinculado/a de una manera radical con la realidad de la que formo parte. Y me hallo existiendo hacia las cosas de una manera que precede esencialmente a su tematización, caracterización y predicación de ellas, con lo cual esa experiencia niega, por de pronto, el ir por libre de la conciencia.
Esta realidad pone de manifiesto la complementariedad del orden físico y psíquico de nuestra condición y por lo tanto la recuperación de la unidad primigenia que nos constituye.
El movimiento de trascendencia que se opera en el ser humano respecto a la realidad vital de las situaciones no implica que exista en él una oposición entre la esfera vital y la espiritual. El orden humano no se caracteriza por la oposición entre las fuerzas vitales y el espíritu, sino por la estructuración o integración de lo inferior por lo superior, integración que lo dota de una nueva comprensión consigo mismo, con el mundo y con los demás.
Como vemos en los escritos de Légaut, esta madurez espiritual la obstaculiza la religión como ideología, sin embargo mientras eso repercuta sólo como impedimento a ese más pleno conocimiento de lo espiritual, pienso que aunque esta realidad nos entristezca al tocarle de cerca a un ser querido y que nos sintamos impotentes como muy bien nos hace ver el amigo Fico, no es tan grave como cuando esa ideología llega a penetrar a la persona en su natural y habitual comportamiento, transformándolo agresivamente, para defenderla.
Un saludo cordial
Me ha encantado este tema; camino que le ser humano tiene que seguir, para descubrir en si mismo, el valor con que está conformado, y trabajar para llegar a experimentarlo, cada vez con más convicción, hasta el final de sus días.
M.L. “Una abnegación así, por su grandeza, impone respeto pero no deja de ser homicida por todo lo que esteriliza. (Adhesión a la ideología)
M.L.:“lo que desencadena con más fuerza esta rebelión fundamental contra (…) la ideología es la negativa a secundar y a suscribir la manipulación que ésta hace a su favor… (El principio del cambio)
M.L.:“El ser humano descubre el valor de las relaciones humanas simples y humildes de persona a persona… (La fuerza y el deseo de cambio, siempre viene de la vivencia real con las demás personas en el día a día.)
El ser humano “comprueba” lo baldío de las “parafernalias grandiosas” y las ataduras que estas llevan consigo, llevando al reduccionismo, la grandeza del Todo.
La búsqueda constante, en nuestro vivir el “camino” desde la interioridad, es la que te llevará a esa “llamada” a la trascendencia.
M.L.: “El ser humano que <sigue en pie>, las mismas formulaciones y conductas de antes, pueden permanecer, a condición de tener otro sentido”
Esa es la conversión; descubrir dentro de la ideología del comienzo, la savia de la ¡Vida! (para mí) que Jesús nos dejó.
Saber “desaprender” todo el “montaje”, para defender “las ideologías”, que llevan consigo tantas veces, “deseos de poder, influencias, formas que sujetan a las personas, impidiéndoles crecer, ¡buscar!
O no pueden por su dependencia e inseguridad; para vivir en ¡libertad! aquello que intuyen, ven en otras personas, que promueven nuevos paradigmas, ayudándonos a limpiar, desescombrar, el edificio que se a construido al rededor de:
¡¡La Esencia de la Vida!!
mª pilar
¡Uy! No sé qué cosa rara ha pasado con mi comentario, que primero no salía y ahora ha salido dos veces. Sorry.
Fico.
El drama es (por su influencia mayoritaria y atrofiante) cómo descubrir a nivel personal y general, y sin que ello nos lleve de la decepción y el resentimiento hacia la ICAR, al abandono e incluso a la oposición, que aquella primera opción global, no es que se agote en su limitado trayecto, que eso –aunque costoso- aun podría tener un remedio natural si el hombre sigue (cosa muy improbable) perseverando en la búsqueda, sino que tal opción, en forma de adhesión a la doctrina, la ICAR nos la presenta como sagrada, definitiva, única (por excluyente) y máxima aspiración posible, no solo por encima de toda humana intuición de sí y de Dios que uno pueda tener, sino triturando todo lo humano que pudiera orientarnos hacia su encuentro. El resultado mayoritario, en esas condiciones, es la atrofia o el rebote y serán muy pocos (¡poquísimos!) los que logren desasirse del abrazo momificante de la doctrina.
La cuestión es ahora, cómo descubrir –sin hacer daño- a esas personas que se entregaron con su mejor intención y generosidad a semejante magisterio eclesial (y sin abocarlos a la decepción total y al rebote), que ese camino no es más que creencias e ideología religiosa, útiles como iniciación, pero que se agotan en sí mismas sin dar acceso a la madurez espiritual que, a su vez, los llevaría a reconstruir todo lo humano en que se acabará apoyando el don de la fe cuando se nos dé.
No sé como estaréis los demás, pero yo vivo rodeado de buenas personas (a las que quiero profundamente), totalmente entregadas a ese proceso atrofiante. ¿Cómo ayudarles a iniciar (cuando uno mismo se está iniciando en ello, y sin sobresaltos que induzcan al rechazo), el descubrimiento de la llamada que progresivamente les lleve al inicio de su búsqueda personal y ésta, gradualmente, les aproxime a su humanidad, fe en sí mismos, fe conyugal, paternidad/maternidad, fe en los hijos, en el otro……………………………., hasta llegar a esa fe conectada a su condición humana…?
Sí, ya sé que no conviene precipitarse, ni quemar etapas prematuramente (que me diría el amigo Domingo), pero la vida es como es y las ocasiones surgen sin programación previa, y algunas en términos de ahora o nunca.
El año pasado fallecieron dos de las personas que más he querido, mi hermano y mi cuñado, y con los dos, pese a haber tratado el tema con asiduidad y haberse producido algunos avances, me quedé hecho polvo, con la sensación de haber llegado tarde otra vez… Al final, el único consuelo es tener fe en ellos y en Dios; los dos eran buenas personas que buscaban a Dios y estoy seguro de que se han encontrado con él.
Pero ha sido triste ver como, toda su vida, e incluso poco antes de su muerte, uno sufría luchando con las contradicciones y anacronismos de la doctrina; y el otro también, tras haber perdido la fe a causa de ella. ¿Por qué, dos hombres buenos, tienen que morir afirmando que la doctrina de la iglesia les hace dudar o incluso perder la fe en Dios? Quince días antes de caer fulminado por un infarto imprevisible, mi cuñado me decía en un e-mail: «Y si al final estoy equivocado y resulta que existe, no puedo más que acogerme a su misericordia, pues si Dios existe, necesariamente tiene que ser misericordioso». El pobre había dedicado años a hacer un estudio (lo abandonó con 400 folios escritos) buscando en la doctrina razones para creer y me decía que en ella solo encontraba razones para justo lo contrario… Si el más allá existe, él está con Dios; la coherencia con su increencia le hizo ser una de las mejores personas que he conocido.
Me gustaría no perder a nadie más sin haberlo puesto en la pista de la fe en sí mismo y desde ella en Dios. Por eso escribo mi itinerario personal a medida que lo descubro y, de vez en cuando, se lo dejo leer a algunos amigos. Ya me ha dado alguna modesta pero prometedora alegría.
¡Casi nada!
Saludos, Fico.
El drama es (por su influencia mayoritaria y atrofiante) cómo descubrir a nivel personal y general, y sin que ello nos lleve de la decepción y el resentimiento hacia la ICAR, al abandono e incluso a la oposición, que aquella primera opción global, no es que se agote en su limitado trayecto, que eso –aunque costoso- aun podría tener un remedio natural si el hombre sigue (cosa muy improbable) perseverando en la búsqueda, sino que tal opción, en forma de adhesión a la doctrina, la ICAR nos la presenta como sagrada, definitiva, única (por excluyente) y máxima aspiración posible, no solo por encima de toda humana intuición de sí y de Dios que uno pueda tener, sino triturando todo lo humano que pudiera orientarnos hacia su encuentro. El resultado mayoritario, en esas condiciones, es la atrofia o el rebote y serán muy pocos (¡poquísimos!) los que logren desasirse del abrazo momificante de la doctrina.
La cuestión es ahora, cómo descubrir –sin hacer daño- a esas personas que se entregaron con su mejor intención y generosidad a semejante magisterio eclesial (y sin abocarlos a la decepción total y al rebote), que ese camino no es más que creencias e ideología religiosa, útiles como iniciación, pero que se agotan en sí mismas sin dar acceso a la madurez espiritual que, a su vez, los llevaría a reconstruir todo lo humano en que se acabará apoyando el don de la fe cuando se nos dé.
No sé como estaréis los demás, pero yo vivo rodeado de buenas personas (a las que quiero profundamente), totalmente entregadas a ese proceso atrofiante. ¿Cómo ayudarles a iniciar (cuando uno mismo se está iniciando en ello, y sin sobresaltos que induzcan al rechazo), el descubrimiento de la llamada que progresivamente les lleve al inicio de su búsqueda personal y ésta, gradualmente, les aproxime a su humanidad, fe en sí mismos, fe conyugal, paternidad/maternidad, fe en los hijos, en el otro……………………………., hasta llegar a esa fe conectada a su condición humana…?
Sí, ya sé que no conviene precipitarse, ni quemar etapas prematuramente (que me diría el amigo Domingo), pero la vida es como es y las ocasiones surgen sin programación previa, y algunas en términos de ahora o nunca.
El año pasado fallecieron dos de las personas que más he querido, mi hermano y mi cuñado, y con los dos, pese a haber tratado el tema con asiduidad y haberse producido algunos avances, me quedé hecho polvo, con la sensación de haber llegado tarde otra vez… Al final, el único consuelo es tener fe en ellos y en Dios; los dos eran buenas personas que buscaban a Dios y estoy seguro de que se han encontrado con él.
Pero ha sido triste ver como, toda su vida, e incluso poco antes de su muerte, uno sufría luchando con las contradicciones y anacronismos de la doctrina; y el otro también, tras haber perdido la fe a causa de ella. ¿Por qué, dos hombres buenos, tienen que morir afirmando que la doctrina de la iglesia les hace dudar o incluso perder la fe en Dios? Quince días antes de caer fulminado por un infarto imprevisible, mi cuñado me decía en un e-mail: «Y si al final estoy equivocado y resulta que existe, no puedo más que acogerme a su misericordia, pues si Dios existe, necesariamente tiene que ser misericordioso». El pobre había dedicado años a hacer un estudio (lo abandonó con 400 folios escritos) buscando en la doctrina razones para creer y me decía que en ella solo encontraba razones para justo lo contrario… Si el más allá existe, él está con Dios; la coherencia con su increencia le hizo ser una de las mejores personas que he conocido.
Me gustaría no perder a nadie más sin haberlo puesto en la pista de la fe en sí mismo y desde ella en Dios. Por eso escribo mi itinerario personal a medida que lo descubro y, de vez en cuando, se lo dejo leer a algunos amigos. Ya me ha dado alguna modesta pero prometedora alegría.
¡Casi nada!
Saludos, Fico.
Una de las dos afirmaciones con que se abre la cuestión del sentido en el cap. I : Es verdad que el hombre puede rechazar toda significación a sus días.
Me lio solita?
Me preguntó cuando se da o se dió , o si existe esa posibilidad de rechazo de toda significación.
Saludos.
Plas, plas…plas . Ufffffff Viene bien este obligado descanso para recuperar el pulso.
Y es que esto de confrontar opciones para elegir acaba descomponiendo el cuerpo…. el corazón cambia de ritmo y… momento crucial.
Aprovecharé si es posible para componer este revoltijo de pelos.
Saludos.
ML apunta a una alternancia vital entre fe e ideología. a una sístole y diástole entre destino y camino, entre voluntad e inteligencia. Apunta a un ser y no-ser, a la revelación o experiencia del misterio. Apunta a un proceso de maduración en que la persona humana va perdiendo su identidad distintiva para integrase en la unidad del ser humano creado (→engendrado) por el Creador (→Padre).
La luz de la mente, ideologicamente, se absorbe por la sístole de la voluntad y se evacúa por la diástole y la vida sigue latiendo hasta dar el paso de la muerte en que la Realidad se hace evidente.