«La paternidad» (capítulo III de El hombre en busca de su humanidad)
I. En esta entrega, lo fundamental es el texto de Légaut, compuesto por un resumen y selección de fragmentos del capítulo sobre «la paternidad».
II. Diez observaciones y reflexiones sobre las ideas del capítulo de Légaut sobre la paternidad.
Como ya hizo una vez Antonio, he escrito un primer comentario con diez ideas que quizá pueden ser útiles.
1. Observaciones lingüísticas. En este punto, tengo en cuenta algunos de los interesantes comentarios del hilo de Atrio que se viene tejiendo en torno a este curso/taller; especialmente, los comentarios sobre el lenguaje, y, más en concreto, sobre los términos «hombre», «ser humano», etcétera. Ahora viene la «paternidad» y, bueno, quisiera decir algo al respecto. Nuestras lenguas reflejan la diferencia de sexos y asimismo la desigualdad entre ellos, que se da en nuestras sociedades. Es importante ser consciente de esto, pero en lo que respecta a Légaut, añadiré lo que sigue.
1.1. Su capítulo «La paternidad» se ajusta a una de las características del libro al que pertenece: ser una «especie de testimonio». Como dice Légaut en su Introducción:
Lo universal sólo se percibe a través de lo particular. Y tanto más se manifiesta lo universal cuanto con mayor vigor y precisión se explicita lo particular, sea cual sea su carácter singular. (Ver Entrega 1, punto II. 2.)
Légaut fue consciente de lo particular de su aportación sobre la paternidad. En una ocasión dejó claro el “desde dónde” de este texto. Fue en una charla de 1963 (sobre la paternidad de autoridad y la paternidad de llamada), en donde se puede leer:
(…) me voy a fijar en una paternidad muy particular, en la paternidad del padre hacia su hijo. De manera que, para ser riguroso, dejo de lado hoy la paternidad, por ejemplo, de un padre hacia su hija. Por el momento dejémosla de lado. Y tampoco confundamos la paternidad con la maternidad: hay un abismo entre ambos. Así que, de momento, sólo os voy a hablar de la paternidad del padre hacia su hijo.
Los libros (o los textos) de itinerario son útiles justo porque no generalizan e indican sus límites. En este caso, desde dónde habla el autor. Por eso no sustituyen a nadie, y sólo son útiles (y además, indirectamente) en la medida en que suscitan reflexiones y prolongaciones en sus lectores.
1.2. En una Presentación de HBH, abordé la cuestión del uso del término «hombre» según sus dos significados principales, que dependen del mini-sistema léxico en que el término se sitúa: o bien «animal, hombre, dios», o bien «hombre, mujer». Para abreviar, me remito a la entradilla de dicha Presentación.
1.3. El término «paternidad» tiene asimismo, en el lenguaje corriente, dos significados distintos según a quién se refiera: (1) puede ser el sustantivo abstracto de los «padres» en el sentido de «padre y madre», y (2) puede ser el sustantivo abstracto de «padre», distinto de «madre» y, por tanto, de «maternidad». El castellano, como otras lenguas románicas, no tiene una raíz específica para los «padres» en el sentido de padre y madre, como tienen el alemán, eltern, o el francés y el inglés, parents. Y esto tiene sus desventajas.
Cuando, en los textos de Légaut, la «paternidad» se relaciona con el «amor humano», o cuando se relaciona con la «filiación», es probable que su precisión sea diferente a cuando se habla del padre y de su relación con el hijo.
1.4. Otra cuestión es el contenido del propio término de «paternidad». En el Diccionario de la RAE (reflejo del uso lingüístico), se puede leer:
«paternidad. (Del lat. paternĭtas, –ātis). 1. f. Cualidad de padre. 2. f. Tratamiento que en algunas órdenes dan los religiosos inferiores a los padres condecorados de su orden, y que los seculares dan por reverencia a todos los religiosos en general, considerándolos como padres espirituales».
Dejemos –por ahora– la segunda acepción (que el Diccionario no ha mejorado en años), y preguntémonos en qué consiste esta «cualidad de padre». Para ello, podemos consultar las entradas: padre y paternidad, madre y maternidad, hijo y filiación.
En ellas encontramos: (1) que la base de los términos es biológica, conforme a la reproducción de los mamíferos; (2) que los términos, dichos de un sujeto, se entienden simpre en relación con otro sujeto (no hay paternidad, por ejemplo, sin filiación); (3) que lo común y principal de ser padre, de ser madre y de ser padres es ser origen, causa, principio, raíz, de una descendencia, familia o linaje. En sentido figurado: ser autor o creador de unas obras de ingenio (autor y autoridad vienen de augere, que significa aumentar, hacer progresar); y (4) que la protección y el cuidado (y su contrario: el desamparo y el abandono) es un segundo rasgo que se recoge en expresiones que van desde el amor-dedicación («amor de madre») hasta el poder de castigar, con expresiones tan tremendas y conocidas como: «le dio una paliza de padre y muy señor mío».
1.5. Pasemos, ahora, del lenguaje al derecho y a la historia. La institución familiar, así como el derecho familiar, han variado en el transcurso del tiempo. Desde la inclusión de los siervos en la familia; desde el derecho sobre la vida y la muerte por parte del “pater familias” romano; desde el derecho de venta de los hijos por parte de los cabezas de familia patriarcales hebreos (Éxodo, 21, 7; Nehemías, 5,1), hasta la actualidad, pasando por mejoras importantes (y no tan lejanas) como la equiparación de hijos legítimos e ilegítimos, la patria potestad compartida, etcétera.
En las lenguas antiguas de las que proceden las nuestras, ser padre biológico (genitor) y ser padre social y jurídico (pater) no era lo mismo. La diferencia entre la paternidad biológica y la paternidad jurídica (tal como ocurre ahora en los casos de adopción), así como la prevalencia de la paternidad jurídica sobre la biológica, era una característica de la sociedad romana. La entrada “pater” del Ernout-Meillet (Dictionnaire étymologique de la Langue Latine, París, Klincksieck, 1985) dice, por ejemplo:
«pater, -tris, m.: padre. Término genérico. Corresponde con mater, igual que pappa, tata con mamma. Pater no indica la paternidad física, más bien indicada por parens y por genitor. Pater tiene un valor social. Es el jefe de la casa, el dominus, el pater familias; es el varón que representa la serie de las generaciones (…) término de respeto que se usa al hablar de los hombres y de los dioses: Iuppiter, pater omnipotens (…). El valor social, y por consiguiente religioso, de pater que se observa en latín es herencia indo-europea. En el Rigveda, se lee varias veces pitá, “pater”, al lado de janitá, “genitor”; y pitá se dice de diversos personajes, especialmente dyaúh, nombre del cielo luminoso (cfr. Lat. Iuppiter, ombr. Ju-pater). Por otra parte, skr. pitárah, como lat. patres, designa a los “antepasados”, y el término tiene un valor religioso al tiempo que social.
1.5. En fin, todo esto (y más) se acumula (como sabemos) en el substrato de los nombres de una realidad como la «paternidad», compleja por extensa y por intensa.
En medio de todo esto, Légaut se fija, a partir de su experiencia y de su reflexión, en dos elementos sobre todo: (1) las dos etapas de la paternidad en tanto que «llamada» a ir más allá de una función social y recorrer el camino hacia ser plenamente humano (como una «estrella –dice– en el firmamento»), y (2) el papel que juega la «fe» en el tránsito de una a otra etapa.
2. En efecto, quizá la aportación más importante de Légaut (aportación que desconozco que alguien haya expuesto antes) es la distinción de dos tipos de paternidad. El enfoque de Légaut es que el padre que quiere serlo hasta el final es el que recorre el camino que lleva de una paternidad a otra (de la paternidad «de autoridad» a la «de llamada»; términos que bien pueden ser otros), y el que descubre, en ese proceso, la carencia de ser y la fe.
Sin duda, en la maternidad hay un camino parecido entre dos tipos de maternidad, aunque con rasgos diferentes. Légaut aventura, en la charla antes mencionada, que la «maternidad de llamada» incluye la sabiduría de combinar la cercanía y la ligereza cuando el hijo ya es adulto, pues la cercanía sola, si se perpetúa más allá del primer tiempo, lleva a lo contrario de la ligereza.
En cualquier caso, lo fundamental del recorrido, según Légaut, es tomar conciencia del paso de la confianza a la fe, al que el padre y la madre están llamados. Y, por parte del hijo, el paso de la obediencia a la fidelidad, del que depende que avance en su propio camino; paso en el que una «vigorosa independencia» muchas veces es necesaria durante un período intermedio.
La distinción de dos tipos (y no sólo de dos etapas) de paternidad y de filiación es, pues, fundamental. Con independencia de su sucesión, hay que insistir en que hay dos tipos de paternidad (y de maternidad). Además, en cierto modo, ambas ya se dan desde el comienzo aunque predomine una de ellas. Aunque al principio predomina (y es bueno que lo haga) la «paternidad de autoridad», ésta puede llevar dentro y estar animada por la «paternidad de llamada», que lo bueno es que vaya creciendo. Del mismo modo, en el hijo, aunque al comienzo predomina la obediencia, ya sin embargo ésta puede estar inspirada por un arranque personal y de fidelidad.
3. Hay un fragmento de Paradiso, una famosa novela de 1966, del cubano José Lezama Lima, en que el parlamento de la madre a su hijo, que retorna de una manifestación en la Universidad, es un ejemplo de la «fe» de «llamada», que es lo contrario del miedo.
– Mientras esperaba tu regreso, pensaba en tu padre y pensaba en ti, rezaba el rosario y me decía: ¿Qué le diré a mi hijo cuando regrese de ese peligro? El paso de cada cuenta del rosario era el ruego de que una voluntad secreta te acompañase a lo largo de la vida, que siguieses un punto, una palabra, que tuvieses siempre una obsesión que te llevase siempre a buscar lo que se manifiesta y lo que se oculta. Una obsesión que nunca destruyese las cosas, que buscase en lo manifestado lo oculto, en lo secreto lo que asciende para que la luz lo configure. Eso es lo que siempre pido para ti y lo seguiré pidiendo mientras mis dedos puedan recorrer las cuentas de un rosario. Con sencillez yo le pedía esa palabra al Padre y al Espíritu Santo, a tu padre muerto y al espíritu vivo, pues ninguna madre, cuando su hijo regresa del peligro, debe de decirle una palabra inferior. Óyeme lo que te voy a decir: No rehuses el peligro, pero intenta siempre lo más difícil. (ver bibliografía, abajo)
4. Légaut, en HBH –ya lo dijimos–, pone entre paréntesis el fondo cristiano de sus reflexiones pese a haber reconocido, en su Introducción, ser él de hecho cristiano. Légaut ofrece su ensayo, en efecto, con independencia de cualquier confesión o concepción, filosófica o religiosa. En este sentido, Légaut busca una especie de fe adámica, es decir, una fe primordial, anterior o independiente de la fe abrahámica, mosaica, islámica, cristiana, budista, humanista secular, etcétera, podríamos decir.
Es curioso, sin embargo, que no se le atribuya la fe a Adán. No obstante, por otra parte, no es de extrañar pues él, en el paraíso, «veía» a Dios… Ello indica, una vez más, que la fe se entiende normalmente como creencia; y que, además, la creencia se entiende como un “mal menor”, a falta de visión.
Esta observación lleva lejos: la fe de Jesús, en la medida en que la fe se entiende como creencia, tampoco tenía (ni tiene todavía) un lugar reconocido en la teología. Y, sin embargo, una vez que se diferencia la fe de la creencia, y una vez que se adopta una perspectiva como la de Légaut, que descubre que la fe es la actitud fundamental del hombre ante la vida y ante la propia «carencia de ser», se intuyen las posibilidades reflexivas de pensar en la «fe en sí mismo» de Jesús; de pensar, además, en su «fe», más allá de la confiaza, en sus discípulos. Es más, si se adopta esta perspectiva, ¿cómo no abrir la propia meditación a la idea de “la fe de Dios”, es decir, a la afirmación de que “Dios es fe”, si fe se entiende en este sentido?
5. Légaut explora, a través del amor humano y de la paternidad, el ámbito espiritual. Profundizar en la experiencia humana es el camino que tenemos para aproximarnos con sentido a lo impensable de Dios. No en vano el hombre es imagen suya, según venerables fórmulas antiguas.
Si en el tiempo actual, la capacidad simbólica de la paternidad está de baja, ello se debe, en parte, a una falta secular de reflexión sobre lo que realmente es la paternidad, que es algo más que una función biológica o social por un tiempo. El hecho de que sobre Dios hayan hablado sobre todo gente sin experiencia real de lo que es ser padre o madre, seguro que también ha contribuido a que se haya hablado pobremente de la paternidad y de la maternidad y de su alcance espiritual.
La paternidad y al maternidad sólo son, pues, imagen válida de Dios, para los hombres en su mayoría de edad, si ambas se conciben como «de llamada». Un simple recurso a la maternidad en el sentido de ternura de Dios (Légaut hablaría de “cercanía”), siendo útil, no va muy lejos si no incorpora el hecho de que el ser humano sólo es niño y menor de edad un tiempo, y su camino es llegar a ser adulto y autónomo. En este sentido, Dios no es término de necesidad en el sentido de indigencia (y aquí entra la cuestión de la oración de petición), sino que es término de alteridad a partir de una cierta plenitud.
Dios es, como dice Légaut, la discreción misma, el respeto mismo del hombre adulto. No es el Dios inmediata y mágicamente presente, y tampoco es el Dios ausente cuya ausencia (y silencio) es sólo el espejo en negativo de la forma de presencia anterior.
6. El párrafo de «por la fe» del final del capítulo de Légaut puede recordar la misma expresión que se encuentra en el capítulo 11 de la Carta a los hebreos. Pero además proviene de Kierkegaard, que afirmó, al final de su Temor y temblor, que «la fe es la pasión más alta del ser humano». Légaut fue hombre de pocas lecturas pero, en una entrevista, confesó que este libro de Kierkegaard, junto con un libro sobre Heidegger y otro de Nietzsche le impresionaron profundamente.
Quien dice «pasión», como Kierkegaard, puede decir su contrario, «virtud», en el sentido hondo del término. Pero Légaut, para obviar los equívocos de uno y otro término, prefirió hablar de «actividad». (No fue, en cambio, Légaut lector de Bergson ni de Blondel, aunque sabía quiénes eran y los valoraba; pese a que Blondel, según Légaut, no acabó de estar a la altura, durante la crisis modernista, por una concepción del sacrificio y de la obediencia que él, Légaut, no compartía. Légaut simpatizaba más con Laberthonnière, pero esto es demasiado meternos en detalles.)
7. El término «autoridad» («paternidad de autoridad») tiene mala prensa y con razón. Sin embargo, autoridad (en un sentido parecido al de “autoridad moral”) puede distinguirse de “poder” y de “influencia”. En tal caso, no es un término opuesto a libertad. Aún se puede entender esto bien si recordamos el verso del Mío Cid: «Dios, qué buen vasallo, si hubiera buen señor».
8. Légaut dice que la paternidad es un paso más, después del amor humano. El hecho es que no escogemos a nuestros hijos, ni nuestros hijos nos escogen a nosotros, a diferencia de lo que ocurre en el amor humano, en el que, en principio, a partir de la atracción y del enamoramiento, elegimos, consentimos. Por eso la paternidad llega más adentro que el amor humano. Es anterior a la libertad de escoger. Apela a la libertad de asumir lo que nos viene dado. Así como el hombre y la mujer se encuentran y se conocen cuando ya están algo hechos, el padre y el hijo se encuentran cuando no puede haber más distancia entre la experiencia de ambos. Otra idea del capítulo es que la paternidad y la maternidad, ser alguien el padre o la madre de unos hijos forma parte de aquello para lo que uno ha venido al mundo (Légaut hablará de misión, distinguiéndola de función).
9. No obstante, por eso mismo que la paternidad y la maternidad llegan más adentro, son relaciones en las que la «vigorosa independencia» del hijo es importante, y a veces, el único camino para que el padre, por ejemplo, descubra la paternidad de llamada.
Ejemplos literarios como el de Cordelia en El Rey Lear, o el de Segismundo respecto de Basilio en La vida es sueño o, entre los cuentos populares, el caso de Blancanieves, ilustran este proceso «vigorosa independencia» del que depende la conversión o no del padre o de la madre, y el reencuentro adulto del hijo con ellos.
Comparadas con estos relatos (no religiosos pero espirituales), las dos parábolas del tipo «un padre tenía dos hijos» de los Evangelios suelen entenderse de una forma en que predomina la obediencia y no la fidelidad, así como la paternidad de autoridad y no la de llamada. El arrepentimiento del hijo, a partir de una situación precaria, no se suele comentar en una clave en la que la filiación adulta aparezca.
10. En la perspectiva de Légaut, la paternidad y la filiación tienen entre sí una relación directamente proporcional, y no inversamente proporcional. El ser del padre y del hijo no están en una relación rival sino al contrario: cuanto más el padre es padre como corresponde en una etapa dada, tanto más el hijo puede ser hijo a su vez; y a la inversa, igual. Cambiar el modo de pensar (y de imaginar) la relación entre elementos es capital. Así en la pareja; o en la forma de concebir la relación entre el hombre y el mundo o el hombre y Dios; o en la de concebir la fe y la razón. En este último caso, por ejemplo, no es cierto, como suelen pensar unos y otros, que a más fe, menos razón, o que a más razón, menos fe. La fe, como decía Légaut, no es conocimiento sino «fermento» del conocimiento. Esta forma de concebir la relación (no entre cosas o cuerpos u objetos que se disputan un espacio, sino entre personas que se complementan) es capital en la búsqueda de una nueva espiritualidad.
Bibliografía:
-
Texto completo del fragmento de Paradiso, de José Lezama Lima.
* * * * *
GUÍA DE LECTURA
Por Antonio Duato
Si alguien ha llegado hasta aquí, tras leer todo el resumen y extractos del capítulo 3º sobre la paternidad y los DIEZ puntos (el 1º desglosado en cinco apartados) del comentario, será un héroe, pero estará agotado…
Es más probable que haya recorrido lo anterior, buscando ayuda.
Yo voy a poner sólo TRES puntos:
- En el capítulo resumido y extractado hay cosas que sintonizarán más o menos con lo que uno vive. Son frases que se pueden subrayar y quedarse en ellas. Yo me quedo hoy con esta: “la fe del padre en sí mismo y la que tiene en su hijo resultan inseparablemente solidarias”. Fe, no confianza. En el misterio que siendo lo más íntimo mío (el intimius intimo meo de Agustín) me desborda. Y en esa vida, que siendo la obra más mía (de las madres aún de manera más patente), es la menos “mía” pues no es para mí sino para él o ella misma.
- Del punto 8º de Domingo escojo esta frase, aunque habrán otras muchas que otro subrayaría: “ser alguien el padre o la madre de unos hijos forma parte de aquello para lo que uno ha venido al mundo”. Buscamos el sentido –la misión– de nuestra vida, prescindiendo incluso de creencias o doctrinas recibidas, como aquel primer punto los ejercicios ignacianos: “El hombre es creado…”. Légaut intenta descubrir a partir de las experiencias fundantes de la persona un “principio y fundamento para el mundo de hoy”, no el de San Ignacio. Y estos primeros capítulos de El hombre en busca de su humanidad” apuntan a eso.
- Más que hacer preguntas hoy invitaría a subrayar frases concretas. Y tal vez comunicarlas y comentarlas. Eduardo Soto (y otros antes) lo acaba de hacer en un comentario a la entrega anterior. Creo que más que quedarse en discutir lo que es propio de las circunstancias de Légaut (ya Domingo habla mucho de eso) nos haría bien fijarnos en frases sueltas que nos han hecho reflexionar. Y ya aviso que la entrega próxima será una pausa-repaso reproduciendo un escrito mío de hace dieciocho años que al releerlo ahora he dicho (como decía Légaut de sus libros): “pues no está mal, aunque alguna cosa cambiaría ahora”.
Hola!
Me gustó lo de la oruga. Gracias E. Soto!
Pareciera que la moraleja lleva a que la necesidad es la motivadora ¿no?
Es decir, ¡el problema! y ¡cuántas veces nos quejamos de tener “problemas”!
··········
Otra cosa.
No sé bien dónde poner una observación que he constatado ya hace una treintena de años:
Gente de mi generación, compañeros de trabajo o deporte, solían decir de sus hijos:
– “¡Estos sí que se la saben todas!”-
– “¡Andá y deciles algo! – ¡Te pasan por arriba!”-
Yo me quedaba atónito y me preguntaba:
– “¿Cómo puede ser que una chic* a los 18 años de edad “se las sepa todas”?
¿Dónde ubicar a ese tipo de parentes?
¿Pasaba lo mismo en otros países?
¿Se conocen las consecuencias de que en la trayectoria histórica una o varias generaciones “pierdan el hilo, o se les corte” con la generación de sus hijos?
Gracias ¡Vamos todavía! – Oscar.
·········
P.S.:Mientras saludo a Domingo Melero, quedo a la espera de ver mañana con qué se nos des-cuelga el Maetro de Taller.
Tanto la paternidad como el amor,
es tan importante para la vida,
que el ser humano lo hemos
adscrito al ámbito de lo divino:
Dios es Amor,
Dios es Padre,
Dios es Hijo.
La paternidad de autoridad que no deriva
hacia la paternidad de llamada
se hace una paternidad autoritaria
M.L. hace una crítica suave de ello:
● «…La paternidad de autoridad
que se nutre de la posesión del hijo
se vacía de contenido cuando
el hijo se emancipa…» (3.4)
Es más, en estos casos,
los hijos tratan de liberarse y emanciparse
lo más rápido que pueden,
aunque ello signifique
frustración y soledad para el padre
y carencias para el hijo.
El amor de los hijos
se lo deben ganar los padres día a día
derramando su amor sobre ellos;
no es suficiente el derecho de
haberles dado una vida biológica
o de haberlos adoptados.
M.L. nos lo expresa con estas palabras:
● «Esta paternidad exige del padre
la renuncia total de sí mismo…
el ofrecimiento, sin reservas y
sin retorno de lo que él es…» (4.1)
Aunque se debe evitar hacerles a los hijos
lo que la parábola de la “oruga” (1)
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M.L. nos compara la fe conyugal y la fe paternal:
en el amor conyugal son dos personas
que se hacen una sola carne,
en el paternal son la misma carne
que se hacen dos personas.
Todo esto que nos plantea M.L.,
no puede quedar restringido al padre
y al ámbito de lo material o caduco,
también tiene que orientar a la madre
y a la vida de aquellas personas que
no llegan a formar la familia natural
o fracasan en su intento.
Se trata de hacer síntesis
de la fe del padre y del hijo,
Somos hijos y a la vez somos padres,
enlazados en las cadenas que conforman
las redes de la humanidad presente,
en la que estamos, somos y vivimos.
Como nos dice M.L.:
● «La inteligencia interior de la paternidad
y de la filiación crecen a la vez y ambas
se prestan mutuo apoyo en la
sucesión de las generaciones…» (5.1)
● «Cuando el padre y el hijo se unen en la fe,
posibilitan una presencia mutua
que actúa en sus destinos respectivos
como no lo podría hacer ninguna otra
influencia o autoridad…» (7.4)
Como dijimos al principio,
esta síntesis la hemos elevado
al ámbito de lo sagrado
el Amor del Padre y del Hijo,
la actuación del Padre y del Hijo en nosotros,
alentándonos para una tarea común:
el Padre lo comparte todo con el Hijo
y el Hijo todo lo recibe del Padre;
y a todos llamamos hermanos.
La persona humana se realiza
en esta comunión,
del Amor del Padre y del Hijo.
La humanidad entera
está llamada a vivir en esta comunión.
De ahí la urgencia de crear y fomentar
realidades de comunión y de verificar
la autenticidad de nuestra fe con obras
que construyan esta comunión.
Para ello, un solo mandamiento basta…
«Como el Padre me amó,
así os he amado Yo»
(Jn 15,9)
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(1) La parábola de la “oruga”
«Un día, en una pequeña abertura,
apareció una oruga.
Un hombre se sentó a observarla durante varias horas,
viendo cómo se esforzaba para hacer que su cuerpo saliera
a través de aquel pequeño agujero.
Llegó un momento en que pareció que la oruga,
a pesar de su esfuerzo, no avanzaba nada.
Parecía que había llegado a un punto en que
ya no podía avanzar más.
Entonces el hombre decidió ayudar a la oruga
y agrandó el agujero.
La mariposa salió sin dificultad.
Pero su cuerpo estaba débil,
las alas no estaban desarrolladas
y las patitas no la sostenían.
El hombre esperó a que la mariposa empezara a caminar
y emprendiera el vuelo a través de las flores.
Pero nada sucedió.
La verdad es que la mariposa pasó toda su vida
arrastrándose por el suelo.
Fue incapaz de volar.
Lo que aquel hombre, movido por su buena voluntad,
no entendió es que, al hacer un gran esfuerzo
para atravesar el agujero, los jugos vitales se iban distribuyendo y extendiendo por las partes del cuerpo
de la mariposa que requerían fortaleza para volar.
Al pasar el agujero sin esfuerzo
las alas no pudieron adquirir
la fortaleza necesaria»
La necesidad de pasar por el agujero para llegar a la vida
exige el hacer (esfuerzo, actividad) de la mariposa.
Cuando se pasa el agujero sin el hacer, no hay vida.
Con la persona pasa lo mismo:
Las necesidades y el hacer humanos forman una unidad.
No cabe duda de que la satisfacción de las necesidades
requiere una actividad por parte de la persona:
-La necesidad de guarecerse de las inclemencias del tiempo,
exige desarrollar la actividad de construir una choza,
una cabaña, una casa, etc.
-La necesidad de comunicarse con los demás,
exige la actividad de la conversación, el diálogo, el arte…
-La necesidad de reflexionar, de pensar, de orar,
exigen también una determinada actividad,
un determinado hacer.
Todas ellas tienen para la persona el mismo efecto
que tiene pasar por el agujero para la mariposa.
Recibid junto a vuestras familias toda nuestra cercanía.
Con cariño un abrazo
Eduardo Soto
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Para Asun y Óscar, a raíz del cuento sufí.
El cuento sufí que aportó Asun (el 26 F) se entiende muy bien. ¡Y más aún con su segundo comentario sobre el humor! Salir de sí, borrarse uno para poder entrar donde el otro… En lo que sigue quisiera sacar un poco de punta a este cuento que me recuerda un soneto de Lorca en que la fusión (y la confusión) del amante y del amado (sin lección moral) se expresa genialmente en el cruce de los pronombres que es el secreto narrativo del cuento. El soneto de Lorca empieza: “Amor de mis entrañas, viva muerte: / en vano espero tu palabra escrita / y pienso, con la flor que se marchita, / que si vivo sin mí, quiero perderte”. (Lo lógico hubiera sido decir: “que si vivo sin ti…” Pero la poesía rompe, sorprende y llega).
1. Primera punta que le saco al cuento. Es un cuento del tiempo del “amor naciente” (de amante y de amado). Esto significa que la llamada a la puerta del amado/amante es como una visita casi furtiva, e imprevista; y, entonces, quien está dentro no suele poner pegas para que entre el otro, al que estaba esperando y al que abre enseguida. Si no lo hace, es porque ya ha habido problemas entre ellos; problemas que no se ven cuando “el amor es ciego”; pero luego sí. De modo que la escena inicial del cuento, que parece ser de la primera etapa del amor, resulta que ya es de la segunda pues el rechazo y la lección lo son.
2. Por otra parte, la “solución” del relato no ocurre en la vida real sino que se escenifica en un medio monástico (desierto y meditación). Sin embargo, lo que los recursos monásticos simbolizan (una transformación) se debe dar en el mismo transcurso de la vida y del tiempo. Los amantes se apartan juntos en su “apartam(i)ento”. Dentro de él, en su vida privada y entrando más adentro en la espesura, surge después el apartamiento entre ellos dos por las distancias subjetivas que pueden dar al traste con la relación, y, a continuación, la maduración interior que descubre la fe (conyugal) y la soledad fundamental.
3. Tercera punta. Asun, de forma creativa, extiende el cuento y su lección a las relaciones que son tema de la Entrega 6 (padre, madre, hijo, hija). Y tiene razón en hacerlo pues la enseñanza es la misma, y la cuestión también. En este tipo de relaciones, los problemas surgen (hablo desde mi punto de vista de padre y en términos de Légaut) o bien cuando, durante la etapa de paternidad de autoridad (necesaria un tiempo), no alienta ya por debajo la paternidad de llamada, o bien cuando el padre se empeña en seguir en una forma de paternidad del primer tipo, fuera de tiempo. Uno de los aportes de Légaut es pensar y hablar en proceso, con etapas marcadas por conceptos distintos (etapas o niveles o planos).
4. Cuarta punta. La objeción de Óscar tiene interés en sí misma. El “amor humano” en su fase “naciente” es una imagen y un modelo de relación que incluye un aspecto de fusión que, primero, sólo es inicial pues se acaba; y, segundo, si es duradero y final, es promesa de algo de suyo impensable. Por ser impensable (como lo eterno), el amor humano naciente requiere del complemento de otras imágenes y modelos. Me explico.
El amor naciente es un salir de sí basado fuertemente en lo instintivo, que lleva a endiosar al otro o a lo que el otro representa (“diosa mía”; “vida mía”; “tesoro” etcétera). Implica concebir la relación bajo el paradigma de la dependencia y la necesidad. Lleva a concebir la relación de un modo en que prevalece la posesión o la sumisión para indicar lo absoluto (soy tuyo, eres mío, sólo te tengo a ti, no me dejes, nada sin ti tiene sentido, “vivo sin vivir en mí”, etcétera). Y usa, además, el esquema inversamente proporcional: “que él crezca y que yo disminuya”, “muero porque no muero”, “que se haga tu voluntad y no la mía”, que vivas tú y que yo muera, “borrarme yo para dibujarte a ti”.
Pues bien, estas expresiones no son ni la única ni la última o la más alta forma de imaginar y de representar la unión de dos personas (ni tampoco la unión con el cosmos). Pueden dar pie, como todas, a una lectura que no es de recibo (inhumana, sacrificial, fanática). Necesitan otras que las complementen por que muestren que la relación tanto más es y se da cuanto más es cada sujeto él mismo. La relación y la unión de dos no es por tanto sólo ingestión o fusión (“devórame otra vez”, repite una tonadilla popular; “bébeme con tus ojos”, dice Shakespeare); ni es sólo una cena juntos; ni es sólo conversación; ni es sólo música callada y presencia y silencio.
Todas estas representaciones gradúan una mayor independencia de cada sujeto. Pero, a medida que lo hacen, pierden algo del fuego primero e inmediato. Por eso, el lenguaje del amor inicial (o del tiempo de la simbiosis de la madre y del padre con la hija o con el hijo) encierra, a pesar de todo, una verdad e intensidad deseable, posible/imposible y final.
Pensando en las relaciones de paternidad y filiación, me impresionó, hace muchos años, que un poeta más bien ácrata como Agustín García Calvo dirigiese todo un Relato de amor (seis mil hexámetros, en tiradas de rima asonante) a su padre, fallecido trágicamente; y que, además, en él lo llamase repetidamente: “señor de mi amor”. Posiblemente sólo llamándolo así podía responder a quien, en el convite de su nacimiento o al final de su vida, le podría haber dicho, de una forma única, estos versos que compuso un amigo mío para una ocasión parecida: “si al escribir estos versos / me tiembla el alma y la voz / es porque tú, hijo mío / eres mi verso mejor”.
Perdón por alargarme. Y, María Luisa, un saludo.
Querida Asun ya estaba yo en el mejor de mis sueños cuando en la lucidez de la noche, para algunos/as, matizabas o invertías, mejor, según tu punto de vista el orden de la frase en la que yo, nada menos, apoyaba mi comentario.
En la expresión “darse cuenta del sentido de la misión” hay que detenerse en la connotación que representa en el contexto el término misión. Pues misión ahí no significa lo que a alguien mueve a actuar motivado sólo por sus propios juicios en relación a algo. De estas acciones habrá por supuesto algunos cometidos egoicos. Pero el término misión en el hacer humano es sobre todo alternancia, de ahí que también en la frase se incluya el momento de darse cuenta, significa aquel momento en el que la acción cobra sentido real, es completiva, crea y cumple la misión destinada.
Con lo cual ahí se ve que son los cometidos egoicos los que se inscriben en la ambigüedad del ámbito del ser, más aún, podría incluso decirse hasta del ser real, mas el ser real no tiene la última palabra sino su riqueza, es decir, la realidad siendo.
Un fuerte abrazo.
Hola Asun!
Me parece un buen hallazgo tu frase:
– “dejar que el sentido del humor sea realidad en todas las dimensiones de la vida“-
Sería bueno si pudieras elaborarla un poco más.
Se me ocurre que el humor no se agotaría en lo cómico, que consiste en la “caída del héroe o idealista” (por eso los gags cómicos suelen ser una traspié y caída … chaplin, etc.)
Considero que hay un humor substancial y previo, consistente en el dato o don que nos sustenta y que, a pesar de cualquier carencia, late al fondo de nuestro corazón palpitante en sístole y diástole, como diciendo: “La vida merece vivirse” (creo que era el título de un Libro de un Cartujano norteamericano).
Humor sustantivo, que ante cualquier desgracia engendra la esperanza y hace decir: “la sacó barata” por más destrozado que se esté… salvo la muerte.
¡Buen hallazgo! Gracias ¡Vamos todavía! – Oscar.
“Es siendo la realidad y no el ser la que otorga el don de la paternidad o el de la maternidad. Momento, pienso, por otra parte, del darse cuenta del sentido de la misión para lo que uno/a ha venido al mundo”.
De acuerdo con la 1ª, Mª Luisa. Creo que es posterior en proceso a lo que indicas en la 2ª frase, esta vivencia es anterior, se cree tener una misión para la que uno/a ha venido al mundo. Pero sigue siendo el ego, el yo particular quien así se lo hace ver continuando o perpetuando de alguna manera su protagonismo, en “su misión”. Podemos caer además en el autoengaño de prolongar nuestro yo, ego, en los hijos o en la familia que nos precede, no llegando a profundizar en el desnudo sí mismo.
Buena pregunta, Oscar, porque si se pretende tan sólo ocultar nuestro yo al otro, por baja autoestima, para evitar discusiones, choques de egos, por ejemplo, por miedo a crear más controversia, el otro yo puede interpretar que no hay veda, todo le está permitido, y puede hincharse creyendo que ahora tiene dos “yoes”…
No va por ahí la cosa. Creo que es necesario en primer lugar y ante todo tener una ajustada autoestima,( con luces y sombras sentirse unificado en un yo particular bastante integrado), y desde ahí poderse abrir o al menos empezar a vislumbrar al Yo universal, que no es “ni de uno ni de otro” sino de ambos, de todos, al vaciarse de los pequeños yoes, – aquí se hace eco la frase de Légaut la “carencia de ser”-, pero que los reconoce como constructos suyos, como no-luces, máscaras que acompañan ya de por vida.
La clave, creo está, llegados a este umbral, en tener confianza en el otro como se ha vivido en uno mismo. Entretanto dejar que el sentido del humor sea realidad en todas las dimensiones de la vida, muy especialmente reírse a “carcajadas” en lo más hondo de uno mismo, del ego que pulula por ahí y se presenta sin avisar. Desnudarse en complicidad cómica de todos los personajes ridículos que nuestro ego representa. Dejar que se muestre la realidad que es a cada instante, aceptando y acogiendo, escuchar escuchando, mirar mirando, amar amando… dejando ser lo que es, Es… Porque el otro puede descubrir descubriendo, percibir percibiendo lo que ya es en él… nunca imponiéndoselo.
Como verás todo bien amasado de paciencia, nunca resignación, cuando se logra “ver” lo que no se ve.
Un abrazo y buenas noches.
No me parece mal que se pueda interpretar en términos nietzscherianos, si se quiere, mi frase utilizada ayer, “No se es madre porque se tiene un hijo sino que es el hijo el que te hace ser madre” pero el hecho de remitirme a ella no era sino verla como un válido resumen ante la imposibilidad de explayarme por falta de tiempo en la entrega correspondiente. No obstante sí que me gustaría ahora desarrollar un poco más el sentido de mi idea.
Si nos detenemos atentamente en la frase, nos damos cuenta de la partición en ella también de los dos tipos de paternidad a los que se refiere Légaut, es decir de la paternidad de autoridad y de la de llamada, siendo en ésta cuando, en ambas formulaciones alcanza el hecho de ser padre, la plenitud. Por tanto nuestra atención no ha de pararse tan sólo en aquello que significa ser padre, sino yendo más allá de su conceptuación y alcanzar la realidad que lo constituye como padre-madre, es decir, en su realidad paterna. El enfoque es el mismo que el de cuando decimos que el hombre y la mujer realizándose en lo humano alcanzan su humanidad.
Pues bien, el hecho de ser padre o madre es algo todavía alejado de aquello que en cuanto realidad los fundamenta, de ahí que sea la realidad del hijo que en tanto realidad fuerza a sus padres a ejercer y a realizarse como tales. Es siendo la realidad y no el ser la que otorga el don de la paternidad o el de la maternidad. Momento, pienso, por otra parte, del darse cuenta del sentido de la misión para lo que uno/a venido al mundo.
Saludos cordiales
Hola Domingo Melero!
Luego del poema medieval:
«Vengo, mas no sé de dónde;
soy, más no sé quién;
moriré, mas no sé cuándo;
camino, mas no sé hacia dónde.
Me asombra estar contento».
¡Cómo no verlos actualizados en uno que merece todo nuestro fanatismo!
“Caminante no hay camino,
Se hace camino al andar.”
··········
A ver si ahora nos cuenta algo a lo que haya llegado “logísticamente” e.d., en lugar y tiempo justos.
¡Vamos todavía! – Oscar.
Hola!
1º) Me sorprende ver cómo l*s compañer*s, por ejemplo, Fico, Asun, manejan con sencilla y justa comprensión los conceptos legutianos de “carencia de ser” y “fe en sí mismo”, que a mí me resultan difíciles de apreciar en toda la dimensión que ellos perciben. No alcanzo; y esto es bueno saberlo: saber no sólo lo que sé, sino también lo que no sé.
·········
2º) Asun: el poema sufí hace referencia a un yo que se hace tú.
¿cómo piensas que hace ese yo para “hacerse” tú, sin que haya demagogia ni su consecuencia: engorde del yo del otro?
·········
3º) M. Luisa: “No se es madre porque se tiene un hijo sino que es el hijo el que te hace ser madre”.
Frase que merece resaltarse; y que es más verdadera cuando la referimos a la Cultura y a la Patria.
··········
Nietzsche decía que la Patria no es la tierra de los padres, sino la de los hijos.
Patria no es algo dado para gozar; sino algo que no existirá siquiera si no pujamos por realizar.
Patria es lo que faltó y falta a lo que tenemos que ser bajo pena de ser borrados del mapa.
Y un poco más melancólico Fico Luis Bernárdez:
– “La Patria es un dolor que nuestros ojos no aprenden a llorar”-
La mejora de la patria es la patria de nuestros hijos:
Esa es la verdadera nuestra, si somos padres no sólo en la carne sino en el espíritu y en el deber.
Jesús nos amonesta a no contentarnos con que sea ancho, alto y profundo nuestro yo; sino que busquemos la 4ª dimensión, el prójimo, el tú, la comunidad.
·········
Cada vez se nota más la debilidad en que la Familia y la Escuela se encuentran frente a los poderes “in-formativos” de lo Social.
¿Cómo construir una zona de franquía para ser uno uno mismo, ante el avasallamiento del “Gran Hermano”?
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Es buena la Familia y la Escuela; pero mejor si la cuidamos en donde ellas están: en la Sociedad.
¡Vamos todavía! – Oscar.
Estos días estamos en los medios a un matrimonio viejecito, él en silla de ruedas, desahuciados por uno de sus hijos, y abandonando su hogar. Es una cosa antinatural, es algo que hiere la sensibilidad hasta lo más profundo.
Desgraciadamente casos semejantes, de hijos a padres, se han dado y se dan constantemente. Pero yo creo que a la inversa es menos frecuente. El amor de un padre o de una madre suele existir a prueba de los más grandes obstáculos.
Mi experiencia personal debe ser semejante a la de cualquier madre. Mi maternidad es algo indisoluble en mi persona desde que soy madre. Hay un antes y un después, y ese antes ya nunca existirá, mis hijas forman parte de mis pensamientos, preocupaciones, sueños, deseos y esperanzas, son parte de mí. Aún más, yo estoy dispuesta a privaciones de las que soy incapaz que las pasen mis hijas. Mi vida ES y EXISTE en función de mis hijas, cuando eran pequeñas por unas razones, cuando adolescentes por otras y ahora de mayores más de lo mismo. Toda yo y todo lo mío es para ellas, es que no me sale de dentro de mi corazón otra actitud que no sea de donación total.
Siempre digo que quienes rechazan la paternidad y la maternidad (muy frecuente esta decisión en nuestro tiempo por diversas razones), pierden algo en el VIVIR y EXISTIR que no encuentra equivalencia con nada en la vida.
Légaut es honesto al decir que va a hablar de la paternidad en la relación padre e hijo. Parece que intuye muy diferente la maternidad, sin embargo, en esencia, creo que la maternidad la paternidad, así como en el amor, toda persona ahonda en la toma de conciencia de su “carencia de ser”. En su apertura a la paternidad y maternidad de “llamada” y al amor sin opuestos, se va estructurando en profundidad expansiva lo que llamamos ámbito de la filosofía perenne, que apenas es visible, no se oye, no hace ruido, pasa sin ser apenas percibido… sólo es, Es…
Si amar no excluyendo, como padre o madre o como persona, es descentrarse de uno mismo, diluirse volcándose en el otro, en los otros, despertar en un no ser nada, pero afirmarse al mismo tiempo en lo que ya se es, Es. Esto requiere una profunda transformación, hondura y adultez.
Copio esta frase que nos transcribe Mª Luisa: “No se es madre porque se tiene un hijo sino que es el hijo el que te hace ser madre”. Y la madre y el padre hacen ser al hijo y a la hija dejándoles “ser”, y en su vacío de ser puedan descubrirse a su vez en los otros.
En este bello poema sufí anónimo se pueden intercambiar palabras y el ser humano experimenta y descubre en lo más hondo su Yo universal, el mismo ser humano que “careciendo de ser” Es.
El amante, ( el padre, la madre, el hijo, la hija) llamó a la puerta de su amada, (su hijo, su hija, su padre, su madre) .
– ¿Quién es?,
(preguntó la amada, (el hijo, la hija, el padre, la madre) desde dentro).
– Soy yo, (dijo el amante, el padre, la madre, el hijo, la hija).
– Entonces márchate. En esta casa no cabemos tú y yo.
El rechazado amante, (padre, madre, hijo, hija) se fue al desierto,
donde estuvo meditando durante meses,
considerando las palabras de la amada.(su hijo, su hija, del padre, de la madre)
Por fin regresó y volvió a llamar a la puerta:
– ¿Quién es?
– Soy tú.
Y la puerta se abrió inmediatamente.
No se trata de un saber adivinar lo que se espera, un esfuerzo de gran agudeza mental para dar con la respuesta acertada. Es sencillamente, en la soledad más íntima, desenvolver capas con humildad de lo que uno ha creído “ser”. Estación de paso, necesaria, para poder dar el salto que más nos atrae aún sin saberlo, el de penetrar en el misterio del otro, de los otros, de la Realidad.
Amarse así en la nada de ser, un gran tesoro y regalo que llevamos con nosotros y que en profundidad compartimos, nos puede llevar toda una vida para poder amar incondicionalmente, sin esperar nada a cambio. Entonces ejercer de padres, madres de hijos o de amantes se nos revela contradictoriamente como secundario, como el vehículo que nos ha llevado a nuestra íntima verdad compartida: quienes realmente somos sin “serlo”.
Recuerdo haberme sentido sumida en una depresión menopáusica, egocéntrica, del sin sentido, por motivos personales y a los que no alcanzaba a “ver”, cuando mi hijo de casi 21 años, entonces, que llevaba unos meses yaciendo en el sofá absorto y pasivo, me dio una fuerte “sacudida” planteando su propia crisis existencial “No quiero estudiar” “No le encuentro sentido” “Quiero dedicarme a otra cosa”. La proyección de autoridad y demás parafernalias de deformación profesional que había construido se desmoronaron en unos instantes, pero al mismo tiempo dejé de sentirme víctima “del no se qué me pasa” y me dije, “pero bueno, Asun, a qué esperas, esta persona que tienes delante se desnuda ante el mundo”, no necesita de tantos aparejos, ni constructos humanos. La sinceridad abierta del hijo hizo volver a la realidad tal cual es a la madre. “Deja de cavilar, ¡despierta!” Siempre lo agradeceré, una puerta se abrió para siempre.
La fe en sí mismo es hacer pie en la nada de ser “esto o aquello”, ya sea amante, amada, padre, madre, hijo o hija etc, simplemente aceptar y acoger en el dejar ser lo que es, Es.
Muchas gracias a Todos, amigos y amigas, sin excepción.
Para mí, la maternidad, es ante todo… contemplación profunda ante el “misterio” de una nueva vida; quizá por ser parte viva en ese proceso.
Admiración cuando lo depositan sobre ti; la hermosura, la fragilidad, el temor, el gozo… es un volcán de sentimientos que se agolpan en la mente, en el corazón.
¿Sabré estar a la altura? ¿sabré entregarme en cuanto necesite?
Es un mirar constante, vigilia día y noche, atenta en cada momento, descubriendo la maravilla de su despertar a la nueva situación; solícita a sus peticiones, temores, llantos.
En ningún momento pienso que será, que alcanzará en la vida, solo tengo un deseo, que llegue a ser ¡¡Buena persona… en la mayor plenitud posible!!
Ahí empieza, no solo amamantarlo, vestirlo, cuidarlo… ir encauzando sus tendencias, sus deseos, sus “caprichos”…
Vivir cada momento de su crecer, con intensidad, mirándole en su originalidad; cada hijo/a es único/a, y tiene sus personales necesidades y enfoque de las cosas.
Estás amorosamente “formando” dentro de tus posibilidades, y al mismo tiempo, les vas dejando sus espacios, para que ellos/as se descubran así mismos.
Estás, como sin estar; y cada vez, les vas dejando más espacio, más capacidades que ellos necesitan descubrir; es un ten con ten, sabiendo, que cada persona es un ser libre y responsable, ¡no! para tu provecho, o mejor futuro, sino, para que ellos/as tengan el suyo y lo vivan con intensidad.
Cada día, despiertas en ellos/as, lo mejor que poseen cada cual, les animas a buscar siempre lo mejor para ellos/as, y para cuantos les rodean; vivir haciendo las “cosas” lo mejor posible para todos y todo cuanto les rodea.
Han elegido libremente, y lo único que siempre les he repetido es: “Ser buenos, responsables, no viváis nunca a costa de los demás, no explotéis, no os enriquezcáis a costa del trabajo de otros”.
Uno de mis hijos un día me dijo: “mama, pero yo tengo unos años que he dedicado a los estudios, algo más derecho tengo, cuando presente mis proyectos”
Le respondí: “Tus proyectos jamás verían la luz, si faltara en la cadena de quienes te ayudarán a levantarlos, los que parecen más insignificantes; por ejemplo, la limpieza del lugar; nada se hará sin ellos.
Siento, que son parte de mi vida, pero no atados a mi; saben como les quiero, saben que hice lo mejor que supe mi labor de madre, disculpan mi errores; y saben también, que no están atados a mi por obligación ninguna, ellos tienen que vivir ahora sus vidas, como ellos decidan.
Sigo estando, como… sin estar, su vida les pertenece totalmente a ellos, no a mí.
Me vieron vivir una fe profunda, que no era de cumplimientos, sino de manera de vivir, jamás les he preguntado como viven ellos, sé, que son buenas personas, responsables, trabajadoras, rectas, alegres…
Y doy cada día gracias por ellos.
mª pilar
Estimado Domingo, libre un poco ahora y disponiendo momentáneamente de mi Ordenador aprovecho para decirte cuánto me ha gustado conocer lo que cuentas de tus hijos. Recuerdo que mucho tiempo atrás a propósito de algo, creo, referente a los cuadernos de la Diáspora, hablamos por teléfono cuando, precisamente, estabais pasando por el mal momento de la enfermedad. Pensé mucho con vosotros a partir de aquello, pero también con todos quienes pasaban por circunstancias adversas pues sólo la tristeza era lo único que por aquel entonces reclamaba mí tiempo. Por eso yo sí puedo decir lo mucho que me acompañó la lectura de M. Légaut, en unos momentos idóneos en los que la profundización en ella y la experiencia vital se daban la mano.
Para referirme brevemente a esta última entrega que tan bellamente nos habla de la paternidad me viene a la memoria algo que leí de R. Panikker y que sin duda alguna ambos pensamientos se asemejan, (yo lo diré en versión madre) dice más o menos así “No se es madre porque se tiene un hijo sino que es el hijo el que te hace ser madre”
Un fuerte abrazo
Amigo Fico: Siempre están los que llegan tarde… y siempre están también los que llegan pronto. Nunca se acierta del todo. Por otra parte, imagino todo lo que les habrá llegado indirectamente a tus hijos a través de tus odiseas hospitalarias. Te cuento, por corresponder, un par de anécdotas que me dieron que pensar hace años (cuando ya la filiación de fidelidad de mis hijos suscitaba en mí una paternidad que no fuese de autoridad…); y acabo con un poemita y su contexto.
El bautizo de nuestros hijos, cuando tenían ya 11 y 9 años, fue importante para mí; igual como alguien dijo que había sido para ella su comunión. Públicamente, mi mujer y yo marcamos una diferencia por otra parte ya sabida. No creíamos que el bautismo era un salvoconducto para salvarse. Y por eso lo postergamos hasta que los chicos, en la madurez de su infancia, pudiesen querer, a su manera, entrar en el seguimiento y en la tradición. Por otra parte, quisimos disentir de la falacia “progre” de dejar que ellos “escojan libremente”. La libertad no es un partir de cero nunca.
Fuimos unos noventa entre familiares y amigos. Muchos habían dejado el cristianismo de puntillas o dando un portazo; había de opciones políticas diversas, incluso enfrentadas, y había amigos y amigas en situaciones morales inaceptables por la moral oficial. Sin embargo, todos eran gente importante para nosotros; su vida era de calidad; todos impusieron las manos a los chicos; y algunos, además, comulgaron en aquella ocasión. Lo que celebrábamos era independiente de creencias y de patrones morales, y tres curas amigos colaboraron y nos dejaron hacer.
Aquello estuvo bien, pero también la pifié. Fue cuando, después de la celebración, les dije a los chicos: «bueno, de ahora en adelante, ya no soy vuestro padre…». La cara que me pusieron fue inolvidable. Fue la misma que me pusieron cuando, unos años antes, les propuse ir a una concentración, convocada por una candidatura cívica alternativa, en la que se iban a apilar un montón de juguetes bélicos para luego tirarlos a la basura. Cuando les dije que teníamos que ir y que llevar los pocos que tenían, el segundo mío me preguntó: «¿Y las pistolas de agua también?». A lo que le contesté: «– No te preocupes. Luego os compro otras…» y así fue. Y de ésta y de muchas otras maneras, mis hijos, como siempre, me han ido haciendo avanzar.
Paso a la máxima. El contexto fue una aplasia medular de muy mala pinta de uno de mis hijos, con veintidós años. Vinieron plegarias y estampas por un lado, y propuestas de vibraciones y de energías por el otro. Aceptamos todas por lo que significaban, pero no creímos en ninguna. La plegaria era simplemente el deseo más hondo, y la fe era que lo pedido era posible: «que el chico esté a la altura de las circunstancias, amén». Unos versitos medievales que le pasé durante los primeros días fueron de lo que más le sirvió: «Vengo, mas no sé de dónde; / soy, más no sé quién; / moriré, mas no sé cuándo; / camino, mas no sé hacia dónde. / Me asombra estar contento».
Saludos, Domingo
Oscar:
En cuanto a la disminución capital de autoridad de los padres y al miedo que dices (y yo también digo) que sienten, ¿no será precisamente –como parece que sugieres- porque se hizo mal, o no se hizo, la transición de la paternidad de autoridad a la de llamada? Y ¿no será eso, lo que pasa en las familias (¡y no te digo nada en los colegios!) lo mismo que pasa en la iglesia, que por abusar de la religión de autoridad –y no de llamada- ha engendrado el infantilismo y la superficialidad en la mayoría de creyentes, a su vez padres e hijos transmitiendo esa misma dinámica atrófica a sucesivas generaciones? Y digo creyentes y no personas de fe.
¡Como para dedicarse a la verticalidad sin afianzar primero la humanidad! Ya lo dice Légaut, que lo espiritual no es especifico cristiano. Primero habrá que crear condiciones para que la gente llegue a ser persona y luego que cada cual crea -¡humanamente!- lo que quiera.
Por eso, porque no he visto en nadie mejor que en M.L. acometer todos estos temas, es por lo que –en mi modesta opinión- me parece que si se le diera a conocer podría resultar una auténtica revolución en la iglesia.
Por cierto, gracias Pepe Sala, tómate algo a nuestra salud, yo lo haré hoy mismo.
Saludos.
Solo para decir a Fico que a el si que le entiendo perfectamente. Mucho mejor que a Ortega y que a M.L.
Y ademas deseo felicitarle sinceramente por su exito como padre y abuelo. Recordandole la famosa cancion mexicana de nuestras fiestas familiares( despues la segunda copa):
” Tambien me dijo un arriero
que no hay que llegar primero,
pero hay que saber llegar”.
No hay duda de que has sabido llegar. Algunos andamos aun por el camino… sin prisas y sin pausas.
Efectivamente, es muy sano el consejo de Oscar: ” vamos todavia”, que el TESON de otros es una buena guia para quienes seguimos en el camino. Enhorabuena por tu exito y gracias por compartirlo
Ya lo he dicho en entregas anteriores: vivo con la sensación de haber llegando siempre tarde a todo, pero ahora que tocamos la paternidad (y no es que lo descubra ahora), queda evidente que es la causa de esa sensación.
Cuando me sentí experto cuidador de bebes ya no me quedaba ninguno en casa y los cuidé como pude. Y en las siguientes etapas la cosa fue yendo a peor, de manera que la carencia de ser que sentía: la distancia entre lo que hacía (lo que era para mis hijos) y lo que sentía que debía hacer (lo que debía ser para ellos) cada vez era mayor. Cuanto más autónomos eran los hijos –lógicamente- más distancia había entre su ser y mi ser, y mi carencia de ser como padre era mayor… ¿Y quién no ha sentido cierta frustración?
Bueno. Hoy mis hijos vuelan libres, no sin dificultades, pero libres y, salvados los primeros desajustes de la transición de la paternidad de autoridad a la llamada (siempre precariamente aproximada), tengo ahora muy buena relación con ellos (que no infalible). Tienen 32, 30, 27 y 24 años respectivamente (¡Jo!, no me había dado yo cuenta de que ya eran tan mayores, ¡debo de ser viejísimo!) y no es tiempo ya de seguir ejerciendo la función de padre (desde luego no, si se piensa en la de autoridad), dirían los que la ven con plazo de caducidad y, sin embargo, es ahora cuando disfruto de (y no ejerciendo de) de mayor ascendiente, quizá porque son ellos los que, por iniciativa propia, se acercan a darme y a tomar lo que, requerido por obediencia, antes no quisieron darme ni tomar.
Como en otras cosas, también en la relación con mis hijos mi falta de salud truncó muchas cosas, pues me pasé más años ingresado en hospitales, entrando en o saliendo de, que en casa; justo en plena adolescencia de los cuatro. Con lo cual ni éramos una familia normal, ni padres normales, ni mis hijos fueron hijos normales, todo anduvo desgarrado y desajustado demasiado tiempo y nos perdimos demasiadas cosas.
“La vida cotidiana… brinda oportunidades de presentir el camino… para aproximarse a la paternidad de llamada. Basta una reflexión y un recogimiento suficientes”. ¡Ja! Bueno, si son suficientes quizá que sí. ¿Conocéis a muchos padres que hayan disfrutado de reflexión y recogimiento suficientes? Yo no. Y si alguno hay, es excepcional y privilegiado (además de envidiado). Ahora que soy abuelo (y dejadme que os recuerde otra vez la definición de nieto: Nieto es el regalo que hace Dios a los padres cuando ya son abuelos, ¡por no haber matado a los hijos!) empiezo a ver relativamente claras algunas cosas (¡tarde otra vez!) pero cuando vivía –con perdón- con el petardo en el culo, iba siempre desbordado a todo y daba gracias de llegar a todo aunque fuera tarde y descompuesto. Otras cosas no sé, pero curtidos, sí que lo están mis hijos, sí.
Y, sin embargo, después de tanta inquietud y sinsabores, empieza a aparecer ahora la esperanza de que no todo se perdió. Yo no he sabido tener fe en mis hijos, y lo lamento, pero les he querido y algo no he debido hacer del todo mal, cuando ahora estamos más próximos que nunca. Toca ahora (mejor tarde que nunca) vivir la fe en mis hijos (y digo fe, no solo confianza) y transmitírsela desde la fe en mi mismo, a fin de que ellos puedan ir descubriendo –a tiempo- como hacer lo propio con los suyos. Si consigo hacerlo –y va habiendo signos de que algo empieza a funcionar- tal vez sí sea posible que la paternidad pueda trascender la propia vida del padre (quizá –por una vez- no llegue tarde a algo).
Como siempre, uno ha ido funcionando más por intuiciones que por haber profundizado previamente en las cosas, de modo que, aún sin darse cuenta en su momento, si se juega limpio con la vida, uno llega a ser consiente de que se acabó descubriendo en sus hijos, se acabó profundizando en ellos, hasta descubrir que la fe en sí mismo como persona y como padre, es inseparablemente solidaria de la que, de forma implícita (si no consciente) tuvo y –ahora sí- tiene en sus hijos.
Cada vez voy entendiendo mejor el: ¡Vamos todavía! de Oscar.
Por cierto Oscar, me encantó tu trabajo: Del amor y sus vivencias, es para rumiarlo leeeeeeenta y placenteramente. ¡Un gustazo; gracias!
Hola!
Seguiré la recomendación del Maestro de Taller: “subrayar frases concretas”.
Texto 1º– (pág.4): – “La paternidad de llamada obra más eficazmente en la medida en que está presente sin hacerse presente”–
Acá hay dos cosas interesantes que me hacen pensar: 1º) la paternidad de llamada y 2º) la presencia de la ausencia.
···········
1º) PATERNIDAD DE LLAMADA (¿APPEL?)
Este difícil giro del francés al castellano, lo trato de entender desde donde lo hallamos “en su vaina”, la Paternidad de Autoridad. ¿Será así?
Así es como Légaut va des-en-vainando la fe en sí mismo del hijo y de los padres haciéndose cargo de sus respectivas carencias de ser. Y todo no en forma de compartimentos estancos sino en dinámica espiral ascendente de individuación:
* Ante la cuna del recién nacido
* Durante la primera infancia
* El día de la boda de su hijo
···········
Claro que esta optimista biografía de relaciones parento-filial suena a un bucólico trazado naif poco realista, sólo imaginable en un jardín de frutos y hortalizas. Ya que todo gesto animal es siempre o de dominio o de servidumbre, buscando ambos, en el mejor de los casos un equilibrio inestable de cooperación.
Tensión de la que no se halla exenta la convivencia de los seres humanos; sino todo lo contrario porque al ser la vida humana una intimidad saliendo fuera, las modificaciones externas actúan sólo como excitantes de modificaciones intraorgánicas; más bien hay que considerarlas como preguntas a las que el ser vivo responde con un amplísimo margen de originalidad imprevisible.
Así como la vida es masculina o femenina, también es joven o vieja. Estos módulos elementalísimos y divergentes de la vitalidad son los gigantescos poderes plásticos de la historia.
La lucha misteriosa que mantienen en las secretas oficinas del organismo la juventud y la senectud, se refleja en la conciencia bajo la especie de preferencias y desdenes. Llega una época que prefiere y estima más las calidades de la vida joven y pospone, des-estima las de la vida madura.
·········
En este0 modo de comentario a Légaut dejamos a un lado las consideraciones biográficas del mismo; pero habría que esclarecer porqué en este francés, no se nota un reflejo de lo que a pocos años nomás aconteció en el mayo del ’68 en París. (¿alguno tiene la letra de la canción de Joan Manuel Serrat?)
Pero no me es posible dejar de considerar que la vida familiar de ninguna manera es una mónada aislada de la convivencia social. A tal punto que aquél panorama de evolución pacífica se ha venido en picada bélica desde aquella década del ’60. En la actualidad son los parentes quienes vienen sufriendo una “disminución capital” de Autoridad, cada vez más sustraida a los adultos y (camuflada) a los menores.
El “target” de los Marketings apunta a la niñez, quienes en la actualidad deciden las compras familiares en un cada vez más alto porcentaje (creo que hay estadísticas serias que rondan el 34 %) ¿Es mucho, no? Bueno ¡Vaya y niéguele algo a su pib*, y después me la cuenta! ¿Nunca sintió eso que siempre se llamó MIEDO? Eso es lo que yo siento que sienten los “parentes” delante de sus exigentes pill*s.
········
¿Se está haciendo largo, no?
Seguirá. O ¡Síguela tú, compañero tallerista!
¡Vamos todavía! – Oscar.
En entregas anteriores discurríamos, en progresión creciente, por diversos temas hasta llegar a la Fe en sí mismo, de ahí al Amor humano, y ahora a la Paternidad, lógicamente entendiendo que, normalmente, una cosa va llevando a la otra (y mañana ya veremos, no me cortéis el hilo, porfa, que quiero saber a dónde lleva). Pero lo que no entiendo es que los que hasta ahora van colgando su comentario en esta sexta entrega lo hagan –no entiendo por qué- como eludiendo o queriendo salirse del tema (¿es que somos todos solteros, todos casados sin hijos, o todos religiosos célibes?, ¿nadie ha experimentado –bien o mal- la pa-maternidad y no tenemos nada que decir de ella?), argumentando que la función tiene plazo de caducidad (cuando en Légaut se dice justo lo contrario e incluso afirmando que la paternidad puede llegar a trascender la propia vida del padre/madre), para referirse a otras cosas muy legítimas, pero que nos alejan del objeto de este curso de iniciación a Légaut, como medio de profundizar en nosotros mismos mediante el seguimiento de su pensamiento en una serie de cuestiones esenciales.
Y ya nos han dado un “toque” recordándonos que no estamos en Bizancio…, pero seguimos hablando de la verticalidad trascendente de quienes ya están en las puertas de la fe en la divinidad (Luis Troyano), que me parece muy bien, pero que a otros les/nos viene muy bien el hincapié que M.L. hace en lo humano (parece que incluso no quiera empezar a hablar de lo divino hasta no haberse asegurado de que queda bien asentado lo humano), para desde lo horizontal acceder a lo vertical, (esto lo digo yo: porque la realidad eclesial que nos toca bailar es de atrofia horizovertical y si no hay humanidad –horizontalidad- no hay dónde poner nada vertical). E incluso Antonio Vicedo concluye: “…Por eso más interesante que aclarar… la funcionalidad parental… tenemos que esforzarnos por exigirnos y ofrecer la necesaria concienciación y praxis sobre LA FRATERNIDAD Y SOLIDARIDAD ENTRE PERSONAS…”, que también está muy bien, pero que sin la paternidad bien aclarada para que sea bien-cumplida no habrá sucesión de hijos (futuros padres de hijos, a su vez, de futuros padres de futuros p…) a los que concienciar sobre la fraternidad…
Y, ojo, que no es un reproche; no seré yo quien coarte la libertad de expresión pero, por favor, hablemos también de la paternidad/maternidad ¿no?
Dicho lo cual, ahora me voy a dormir y mañana le hinco el diente a mi reflexión sobre mi personal experiencia de la paternidad, ya sea buena o mala, para tratar de mejorar lo que aún se pueda salvar de ella. Así, de paso, me distancio de esta aparición, pelín crítica.
Buenas noches.
Entre los quehaceres circunstanciales del ser personal aparecen algunas relaciones funcionales que son eso, meras funciones con un determinado objetivo, que una vez alcanzado, dejan sin sentido la función.
Entiendo que la PARENTALIDAD (paterno-maternal) es una de esas relaciones que, siendo imprescindibles respecto de la filiación en unos momentos o etapas de esa realidad, dejan de tener cometido y sentido más allá de ellos.
Para asegurar la sucesión generacional, dándole origen y haciendo posible su desarrollo durante el tiempo en que la persona carece de posibilidades reales de realización, a pesar de su intrínseca capacitación, la parentalidad en su dimensión masculino-femenina es indispensable en momentos y necesaria, aunque no indispensable, ni por igual para el padre o la madre en otras etapas de desarrollo.
Pero lo que sí parece ser claro, dado el carácter circunstancial de la función parental, es que llegado el momento en que la filiación alcanza el nivel de equivalencia en el proceso realizante de la personalidad filial, la parentalidad pierde su razón de función y, o deja paso a una funcionalidad fraterna, o se convierte en una contra-función parentalista que estará exigiendo , o manteniendo, situaciones y comportamientos de infantilismo.
El proceso normal de personificación, por afectar esencialmente a la condición de sujeto inalienable de toda persona, es un paso natural del YO INDIVIDUAL al NOSOTROS RELACIONAL. Los posesivos mío, míos, o nuestros, si a ellos equivalen, no pueden invadir el campo de la inalienabilidad personal, ni siquiera, absolutamente, desde la funcionalidad parental cuando esta ha dejado de tener sentido. M. L. 24.2.10.
Es cualitativamente tan especial en tanto sujeto el ser personal, que ninguna estructura, ni siquiera la inmediata y primera con la que está relacionada toda persona, la familia, debe condicionar el carácter libre y responsable de la misma.
Creo que en el no haber sentado bien sobre este supuesto la trama de Deberes y Derechos Fundamentales Humanos, existe, aún teóricamente (no digamos en la práctica) esta dificultad con la que tropieza la Humanidad para avanzar y lograr el ajuste del que surgiría la PAZ. La fuente o manantial de los DEBERES Y DERECHOS no está en las INSTITUCIONES (laicas o religiosas), desde la Familia a la ONU, sino en la PERSONA, en TODA PERSONA.
Por eso más interesante que aclarar teórica y prácticamente la funcionalidad parental de las personas, cosa ya muy enquistada en el sistema de poderes que condicionan el desquiciamiento de la Humanidad, tenemos que esforzarnos por exigirnos y ofrecer la necesaria concienciación y praxis sobre LA FRATERNIDAD o SOLIDARIDAD entre PERSONAS en lo que realmente somos iguales: SUJETOS CONSCIENTES, LIBRES Y RESPONSABLES, bien que considerados por igual, relativamente.
Para los creyentes, acrecentar la coherencia entre nuestra fe y práctica vital de aquel principio sentado por Jesús: “-A nadie llaméis ni consideréis Padre sobre la tierra, pues UNO SOLO ES VUESTRO PADRE, EL CELESTIAL.”
De verdad, de verdad, que no pretendo desmerecer nada de Marcel Légaut. Entre otras cosas, porque apenas he leído algo de el. Tanpoco me molesto en seguir el curso, porque entiendo que a través del razonamiento, solo podemos ponernos en las puertas de la fe en la divinidad. Y en esas puertas ya estoy situado.
Creo que nos movemos horizontalmente, entre pasado y futuro. Y quien consigue morar integralmente en el presente siempre cambiante y al mismo tiempo intemporal. (Porque el presente es eso, presente. Diferente de pasado y futuro). Quien lo consigue, introduce en su vida la verticalidad trascendente.
Esa verticalidad, es la que da sentido y hace fructífera la horizontalidad, donde nos encontramos con el hermano.
Por más acertado que esté Légaut, no podrá, como digo, más que ponernos en las puertas. Porque espiritualmente, nadie consigue nada que no haga por si mismo.
Porque horizontalmente llegaremos lejos, si llegamos lejos verticalmente. De lo contrario daremos vueltas en una jaula de ardilla, entre un pasado y un futuro. Que carecen de realidad, porque solo es pensamiento.
Vivir el presente, es algo tan fácil y tan difícil, como ser consciente del presente, cada momento de la vida, a través de la atención plena en lo que se hace.
Llegar a descubrir la importancia del Aquí y el Ahora, es trabajo de buscador. Practicarlo, es trabajo místico.
Viviendo la realidad del presente, descubrimos las falacias de ese espantajo que nos tiraniza, llamado ego.
Si interpreto mal a Légaut, pido perdón.
Un asunto sobre el abordaje de Legaut, en realidad, en mi modesto entender existe dos forma de análisis, una es el confrontar lo que se entiende con nuestro itinerario vital, el otro hacer un análisis académico… esto ofrecería un sinnúmero de dificultades, no se me ocurren otras formas lógicas…
La definición de fe en el hijo, obviamente se usa el sentido de “Confianza, buen concepto que se tiene de alguien o de algo”… En la paternidad esto se vuelve necesario, sobre todo en ese periodo en que los hijos despliegan sus alas para ser…
Diré que en General estoy de acuerdo con las afirmaciones de paternidad de Legaut, incluso apasionadamente en la afirmación de que la paternidad de llamada, sobrevive al padre…
Incluso afirmando, lo que entendimos que dijo Legaut sobre el tema, nos atrevemos a pegar la siguiente frase Puesta en el final de la obra Pedagogía del Oprimido: “Si nada queda de estas paginas, esperamos que al menos algo permanezca: nuestra confianza en el pueblo. Nuestra fe en los hombres y en la creación de un mundo en el que sea menos difícil amar…Paulo Freire.-
Asún, se abre bien.
Al pinchar en el primer enlace de la entrada se abre una página de la Asociacióbn Marcel Légaut. Y al pinchar en el capítulo 3 (se ressalta poco el enlace) sale el PDF del resumen y extractos en PDF. ¿Qué versión de lector Acrobat Reader tienes? Tal vez haya que instalar la versión 9, gratis.
Pero si el enlace similar de la semana pasada pudiste abrirlo, no sé…
He intentado durante más de quince minutos abrir el enlace de paternidad y me ha sido imposible. ¿ Hay algún truco que desconozco?
Muchas gracias.
No sé pero siento que estamos perdiendo la relación de análisis y síntesis. Vale la pena decidir si ML es una buena veta de inspiración vital sin entrar en análisis exhaustivos de detallles y circunstancias de su vida. Es como contemplar un paisaje y decir que es bello, sin necesidad pero con libertad de indicar los detalles analíticos que hacen aceptable la afirmación de la belleza del paisaje. Lo contrario sería discutir si el número de números pares es mayor o menos que el de los impares. No estamos en Bizancio para llevar los debates a esos extremos!