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Inacabado como ser, como cristiano y como teólogo

        Por segunda vez en poco tiempo le pedido a Evaristo Villar publicar un escrito suyo. Mañana se cumplen 50 años desde que se le impusieron las manos para servir al pueblo de Dios. Provenía de una camada claretiana con auténtico espíritu evangélico que ha resistido el paso del tiempo. Pedro Casaldáliga y Benjamín Forcano eran como hermanos mayores. Los conocí y he seguido desde entonces. Hoy, tras un itinerario diferente, sintonizo con lo que Evaristo expresa a su comunidad madrileña de Santo Tomás de Aquino (STA). AD.

        Llegado a esta etapa, que entiendo es ya la última de mi vida, hay dos cosas que quiero hacer hoy y una tercera que descarto. Quiero, en primer lugar, dar gracias a Dios Padre/Madre que me ha conducido amorosamente hasta aquí por caminos nunca soñados por mí. Y quiero también y en segundo lugar, agradecer el inesperado y feliz encuentro que he tenido con vosotras y vosotros en Santo Tomás de Aquino: la vida que hemos hecho en común y la paciencia que habéis tenido conmigo para soportarme durante tantos años. Pero, sobre todo y lo que es más importante, porque me habéis ayudado a despojarme de tantos periféricos que la tradición había venido asociando a mi estatus que lo convertían en algo tan añejo, discriminatorio e injusto… La tercera cosa que descarto y de la que no voy a hablar hoy es sobre mis sueños, realizados o no; ni sobre los conflictos que han rodeado casi siempre mi vida; tampoco voy a hacer ningún balance de mis hechos. Ahí están a merced de la interpretación de cada cual, siempre legítima.

        Abusando de vuestra paciencia y rompiendo por un momento la dinámica de este espacio que hemos dedicado al intercambio de ideas y experiencias quiero hablaros, con modestia y honestidad, de mí mismo. Será en torno a esta pregunta: al final de este largo viaje, cuando regreso a mí mismo, ¿qué es lo que encuentro dentro? De esto, tan difícil, quisiera, si me lo permitís, hablaros ahora.

  • 1. A mis 77 años de edad, cuando regreso a casa o vuelvo a mí mismo, me encuentro, en realidad, como un ser inacabado. Es verdad que llego a esta edad madura con una mochila casi llena de experiencias y de ideas, de sensaciones y de sueños. Pero, aunque todo esto lo llevo pegado como la sombra al cuerpo, reconozco que este bagaje no es suficiente para cubrir la distancia que me separa del límite. Me encuentro como en un génesis inacabado que tiene que enfrentarse aún a las grandes preguntas que no he sabido resolver antes. Me refiero a preguntas como ”de dónde vengo” para la que no tengo respuesta segura. A veces hasta sueño haber comenzado a ser antes de entrar en el calendario, haber comenzado a vivir antes de entrar en la vida. Pero esto es solo un sueño, una sospecha, o ¿es algo más? Y me pregunto luego “¿a dónde voy yo con esta mochila y con estos andares”? Y lo cierto es que no alcanzo a ver más allá de la miopía de mis propios ojos. O ¿he de dar crédito a la idea de que mi vida, como el horizonte, puede avanzar más allá de sus propios límites? Finalmente, me pregunto también “¿quién soy yo?”. Y, la verdad es que no lo sé. Mi duda está en saber si la respuesta he de buscarla en el pasado que se fue, en la mochila desordenada que llevo a la espalda o en el viaje siempre pendiente a mi propio corazón. Sin pretenderlo, reconozco que León Felipe, casi paisano mío, escribió para mí aquel hermoso poema del Romero, ¿lo recordáis?: “Ser en la vida romero, siempre romero, sin más más oficio, sin otro nombre y sin pueblo… que no hagan callo las cosas ni en el alma ni en el cuerpo… pasar por todo una vez una vez solo y ligero, siempre ligero…”
  • 2. Un ser inacabado, sin respuesta para las grandes preguntas, siempre en camino. Sin embargo sí que puedo asegurar, sin temor a equivocarme, que en mi vida he pretendido en serio una cosa, ser cristiano. Y esta afirmación no sería suficiente si no le añadiera a continuación que en esto he empeñado toda la vida. Confieso que no me ha resultado fácil porque he tenido que venir rectificando muchos caminos y abandonando otros que se cerraban en sobre sí mismos y no me permitían caminar a ninguna parte. En esta situación, llegué a sospechar que el valor de la oferta cristiana, del Evangelio, era inmensamente superior a las condiciones que las instituciones humanas me imponían para aceptarla. Desde esta sospecha, preferí correr el riesgo de equivocarme a seguir protocolos que me parecían insuficientes o equivocados; decidí seguir las llamadas de la conciencia y la libertad antes que el sometimiento a ideologías y doctrinas insípidas y limitantes; aposté por acercarme a la espontaneidad y frescura del Evangelio antes que a seguridades doctrinales resecas y ajenas al proceso de la historia.

        A esta altura de mi vida, descubro que, aun sin ser siempre consciente, he perseguido mayormente dos misterios que no siempre he conseguido articular bien. En ocasiones hasta me han parecido contrarios y enfrentados. Pero ahora pienso que no es así. Me refiero a Dios y al mundo. Ahora empiezo a intuir que no son dos misterios antagónicos, sino dos aspectos del mismo Gran Misterio. Dios, sí, pero no como aquel ser trascendente, santo y tremendo, separado del mundo, sino como este fondo inmanente que está a la raíz y dentro de todo lo que existe. Como esa fuerza o energía que todo lo sostiene y anima, que todo lo mantiene amorosamente en la existencia. Me siento, en esta fase de mi vida, muy identificado con la confesión de Pablo de Tarso en el Areópago diciéndole a los atenienses: “en él vivimos, nos movemos y existimos”. Y me entusiasma cada día más la intuición del poeta Machado cuando habla abiertamente de “el Dios que todos llevamos, el Dios que todos hacemos, el Dios que todo buscamos y que nunca encontraremos”. Y añado yo, el Dios que, al final, no nos cabe en las manos…

        Por otra parte, miro el mundo como reflejo o espejo de Dios y, aún más, como la forma o el cuerpo desde donde el misterio se transparenta. Lo decía atrevidamente Teilhard de Chardin al hablar de la trasparencia más allá de la trascendencia o inmanencia de Dios: “No vuestra “epifanía”, Señor, sino vuestra ”diafanía”. Antes se había extasiado místicamente Juan de la Cruz ante ese “no sé qué” que las cosas quedan balbuciendo”.

  • 3. Un ser inacabado con tantas preguntas no resueltas y que ha pretendido ser cristiano con ese fondo de misterio insondable. Para completar la radiografía de mí mismo, aún esta tercera nota. Quizás, como exigencia de todo lo anterior o con la intención de penetrar con la mirada en ese fondo misterioso, he pretendido modestamente ser teólogo. Y con este fin, me he sentado en diversas facultades de teología y en escuelas de exégesis y de hermenéutica. Al final, he caído en la cuenta de que, la “última realidad” que yo he venido persiguiendo en mi vida no se encerraba en sus textos. Todas las escuelas estaban llenas de palabras. Pero las palabras no eran más que presagios, mensajeros que no alcanzaban a tocar el gran misterio. Quizás porque lo que pretendían expresar con sabias palabras es inexpresable, quizás porque siempre está, como el horizonte, más allá de nuestro alcance.

         Siguiendo el consejo de los maestros, decidí aplicar mis ojos para recrear en mí, con el poder de apropiación que tiene siempre la mirada, una réplica a mi medida de la inabarcable realidad última: uno para mirar hacia atrás e ir reconociendo las huellas y epifanías que el Gran Misterio ha ido dejando en el mundo; y otro para mirar hacia delante oteando el horizonte donde nos cita siempre la promesa.

         En la construcción de esta empresa, que ha sido la sustancia de mi vida, no he encontrado mejor paradigma que Jesús de Nazaret. Rodeado siempre de “malas compañías”, es justamente testigo de esa doble mirada: una hacia el Abba que manifiesta su presencia en los cambiantes signos de los tiempos y otra sobre el cosmos para extasiarse ante la belleza y humildad de la flor, el candor de los niños, la compasión de los enfermos, y el dolor de los pobres. Modestamente, estas son algunas de las cosas que encuentro en mi casa, cuando regreso a mí mismo.

11 comentarios

  • Javier Pelaez

    Felicidades Evaristo.Siempre tan poético.

  • Se lee en la Escritura: “Dice en su corazón el insensato: ¡No hay Dios! (Sal 53,2), sin embargo, San Pablo nos dice: “Ha escogido Dios más bien lo necio del mundo para confundir a los sabios” (1 Cor. 1,27).
    El hombre solo jamás podrá resolver los interrogantes de la vida, ¿quién soy? ¿de dónde vengo? ¿a dónde voy? ¿para qué existo? ¿por qué existe ALGO? ¿ que hay detrás de la muerte? ¿dejaré de existir eternamente? ¿nunca más viviré? Porque NADIE ha vuelto del cementerio. Solo UNO ha vuelto del otra “lado”.
    Santo Tomás de Aquino que había leído más que todos los teólogos juntos, tuvo razón en decir que todo era paja. Había descubierto que la carne no puede dar respuesta a los misterios de la vida.
    Ante una gran verdad: todos moriremos, (algunos antes y otros después) surge la GRAN esperanza para el cristiano: “Señor ¿dónde quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna” (Jn 6, 68).
    De esta esperanza surge la alegría de vivir para el otro. Yo a mis 65 años y a pesar de todo lo que me ha pasado, mis pecados, mis caídas y mis levantadas, Jesucristo me hace estar muy contento con mi historia. Espero mantenerme en ella hasta que el Resucitado de la muerte, me “visite”.
    Saludos desde el Perú a todos los de España.
    Luis

  • José Arregi Olaizola

    Querido Evaristo:
    Me sumo de todo corazón a este homenaje, auténtico y sencillo como tú. Admiro el  camino esencial que nunca has dejado de recorrer, y que te ha traído hasta aquí, inacabado, despojado de tantas cosas, esquemas y palabras, de todo lo superficial. Te admiro, Evaristo.
    Desde lo más profundo, ¡gracias por haberte sumado siempre a las causas más grandes en la forma más simple, por seguir a Jesús, por reinventar a Dios, por inspirar aliento, por ser romero, y por todo lo que te queda para ser y para dar!

  • Ramon

    Yo también pasé por Barbastro. Y fuí cura obrero. Y me he identificado con los pobres a mi manera. Ellos me abrazan y me besan. Y desde mi proceso he dejado de ir a misa desde hace muy poquito.  Y no dejo de dar gracias a mis 83 años.

  • M.Luisa

    Esta mañana he dejado un comentario en el hilo  ¿Qué diaconado femenino? Expresando  que en la actualidad ni éste ni el sacerdocio  tradicional y patriarcal  tienen razón de ser,   aunque comprendo que tal afirmación, para algunos, puede haber resultado un poco   provocativa.  Ahora puede cobrar su rigor  para quienes comprendan  la profundidad de estas experiencias personales que el autor nos comparte,  porque lo que acaba, lo que se da por abolido  es el sacerdocio no la valía de la persona.  Si se concibe  a Dios “en” el mundo es en el mundo donde la trascendencia se realiza. No hay que pensar en lo trascendente, en el más allá, ni nos lo tienen por qué  explicar, sino hacer posible que las cosas del mundo  trasciendan desde su mismo fondo. Es la gran tarea humana!

  • Alberto Revuelta Lucerga

    Cuando tenía guardia de abogacía en Huelva, tomaba café en un bar junto a los juzgados. En la primera mesa entrando se sentaba a leer el “Huelva información” Tomas, 94 años. Los parroquianos del café hirviendo le saludábamos: “¿cómo está , Tomás?”. “Hoy”.

  • oscar varela

    Hola!

    La vejez empieza

    cuando se pierde la curiosidad

    José Saramago

  • carmen

    Dios, qué texto tan precioso, rezuma verdad.

    Me gusta el poema del romero. Me ha hecho recordar algo que pienso con frecuencia, me hubiese gustado ser el guardián del centeno. No sé si han leído la novela de Salinger, supongo que sí. Es fantástico cuando el protagonista, en plena adolescencia descreída por todo lo que le ha sucedido durante esas vacaciones termina buscando a su hermana de unos diez años, la niña le hace una pregunta ¿ Y a ti que te gustaría ser de mayor? el problema que tienes es que no te gusta nada,le dice su hermana. El muchacho se queda descolocado y después de unos días pensando dice: ya lo sé: me gustaría ser el guardián del centeno, como en la canción, para que los niños que andan jugando entre el centeno, no se caigan por el precipicio.

    Pues sí, eso me ha venido a la cabeza al leer el texto

    En fin.

  • Mª Pilar

    ¡¡¡Magnífico…Vital…Esperanzador!!!

    Que hermosa y sencilla manera de compartir su vivir y ser.

    Me he sentido tan, tan cerquita de él, que mi alma rebosa un gozo lleno de esperanza.

    Mi personilla… ya no se hace preguntas, quiero seguir… siendo “romera” sin más.

    Siempre agradecida a cuanto buenísimo he recibido y sigo recibiendo. Nada me falta, todo está como tiene que estar… a la espera… sin angustia, sin dudas, sin culpabilidades nefastas.

    A lo hecho… pecho. Cuando me equivoco y caigo en la cuenta… encontrar la manera de solucionar el mal causado-… y al tajo; porque restablecido-restañado el daño… surge la esperanza.

    Dios… ¡No es manipulable!

    Porque nadie sabe como es, hay que caminar mirando las realidades que nos rodean, viendo el dolor del mundo, creado por las personas que lo habitamos; y en mi caso… escuchando he intentando hacer Vida, lo que Jesús el Galileo nos mostró; sin apaños, rompiendo cuantos moldes haya que romper, al precio que de ello nos hagan pagar; a Él, le costó la vida… eso nos muestra, que es valioso el Mensaje que sembró.

    Me siento muy cerquita de Evaristo y eso me complace… a veces se siente una gran soledad humana, dependiendo en el lugar que estamos.

    mª pilar

  • oscar varela

    Hola!

    Uno de los Legados de mi padre sería que:

    * a don Evaristo le faltan 3 más, todavía.

    Porque mi padre, a sus 83 años, me decía:

    – “Después de los 80, es gratis”-

    Don Evaristo no ha aprendido esa Lección, todavía;

    * le faltan 3 años más.

    Pero don Evaristo tiene bien claro que la Vida es toda ella un disparo a quemarropa; y que la ha vivido a toda carrera.

    Pasados los 75 años aprendió, también, que, a partir de ellos, la vida no se “dispara” más; sino que se vive del “culatazo”, más que de “esperanzas”.

  • Gonzalo Haya

    Es muy de agradecer esta comunicación sincera de algo tan íntimo y tan esencial en su vida, y además creo que muchos de nosotros nos sentimos identificados, y confortados, en nuestra propia situación.