Con permiso del cardenal Cañizares no todo es “trigo limpio” en el Sínodo, a pesar de que el papa Francisco haya insistido en su saludo de inauguración que el Sínodo “no es un congreso, un parlatorio, no es un parlamento o un senado, donde nos ponemos de acuerdo”…, sino que es “un caminar juntos con el espíritu de colegialidad y de sinodalidad” y con un objetivo meridiano, “el bien de la Iglesia, de las familias y la suprema lex: la Salus animarum”.
Pero, como se ha puesto de manifiesto en la llamada “carta de los 13” y que además expresa el sentir de otros muchos obispos que no han dado la cara, hay una estrategia de poder como puede existir en un parlamento o en un senado. Sin duda, en el aula sinodal flotan aquellas palabras del cardenal Ottaviani, que recuerda el cardenal Suenens en su libro Recuerdos y Esperanzas, p. 82: “Para Ottaviani, el Santo Oficio era, de hecho, superior al Concilio y tenía el monopolio de la teología auténtica, que se identificaba con la suya… Creía que Juan XXIII llevaba a la Iglesia al desastre”. Estas críticas al para se repiten hoy y prueba de ello es que un grupo importante de sinodales está proponiendo que la cuestión de la comunión de los divorciados vueltos a casar pase a una comisión pontificia y sea ella quien tome la decisión más oportuna.
Entonces ¿para qué un Sínodo?; ¿y un Sínodo donde sólo hay una representación minúscula de la Iglesia?; ¿dónde está lo que dice el papa Francisco en el citado saludo que el Sínodo es “expresión eclesial, es decir, la Iglesia que camina unida para leer la realidad con los ojos de la fe y con el corazón de Dios”? Hasta ahora hemos visto la foto en el aula sinodal de una mujer con uno de sus doce hijos en brazos y el testimonio de algunos matrimonios. Una imagen que puede impactar y a la que podemos añadir “algo es algo”, pero ¿hay realmente “expresión eclesial”, es decir, es la Iglesia como un Nosotros, según Y. Congar?
Para san Juan Crisóstomo (347-407), arzobispo de Constantinopla, “Sínodo es el nombre de la Iglesia”, que etimológicamente (syn-ódos) nos lleva a la corresponsabilidad dentro de la Iglesia-comunión; pues esta Iglesia, Pueblo de Dios, realiza y desarrolla un camino y un proyecto comunitario en orden a establecer el Reino de Dios en la historia humana. Este “caminar juntos” implica tareas de responsabilidad comunitaria y no una mera colaboración con los posibles guías, ya que, según la Lumen gentium (c.II,9), “el Señor quiso santificar y salvar a los hombres no individualmente y aislados entre sí, sino constituir un pueblo que le conociera en la verdad y le sirviera santamente”.
San Cipriano (c. 200-258), obispo de Cartago, vivió y practicó la corresponsabilidad eclesial, como nos lo recuerda en su epístola 14: “Nada sin vuestro consejo (el de los presbíteros) y sin el acuerdo del pueblo” (“nihil sine consilio vestro (presbyteri) et sine consensu plebis”). Y no eran tiempos democráticos como tampoco lo era el de la primitiva Iglesia, comunidad de creyentes que tomaban decisiones en común, como, entre otras, la elección de los siete diáconos (Act. 6,1-7).
Cuando el cardenal Suenens en aquella mañana otoñal del 4 de diciembre de 1962 propuso en el Aula Conciliar un profundo cambio al diseño del Concilio programado por los cardenales de la Curia, con Ottaviani, Prefecto del Santo Oficio, a la cabeza, no se esperaba una respuesta de los allí presentes tan favorable para rescatar la imagen bíblica de la Iglesia como pueblo de Dios y que se tratara además en el capítulo II de la Lumen gentium antes de abordar el relativo a la Iglesia jerárquica, núcleo fundamental y casi único de lo diseñado por la Curia romana para el Vaticano II. Una eclesiología, razona el cardenal Suenens, “muy marcada por el aspecto canónico y estructural de la Iglesia, sin poner de relieve de manera prioritaria sus aspectos espirituales y evangélicos”.
De esta manera al establecer una epistemología difinitoria de la Iglesia como “pueblo de Dios”, se pone de relieve los rasgos comunes, donde la Iglesia es el nuevo pueblo de Dios, y donde los bautizados constituyen una comunidad de iguales, un pueblo sacerdotal, que tiene la improrrogable misión de evangelizar y de hacer posible el Reino de Dios con todas sus consecuencias. “Es común la dignidad de los miembros por su regeneración en Cristo… se da una verdadera igualdad entre todos en lo referente a la dignidad y a la acción común de todos los fieles para la edificación del Cuerpo de Cristo” (LG, 32). En el Pueblo de Dios, por lo tanto, todos tienen los mismos derechos y deberes, si bien éstos vendrán en función de sus responsabilidades dentro de la comunidad, que es el signo de salvación. Para la Iglesia primitiva el sujeto de la actividad pastoral es la comunidad; a ella corresponde la responsabilidad de llevar a cabo las tareas correspondientes.
Es cierto que carisma e institución se complementan mutuamente; y que, como advierte el cardenal Suenens, “los carismas en la Iglesia, sin el ministerio de los pastores, resultarían desordenados; pero, viceversa, el ministerio eclesiástico sin los carismas resultaría pobre y estéril”. Se supera así con creces el lamentable texto de la Vehementer nos de Pío X: “Esta sociedad (la Iglesia) es una sociedad jerárquica; es decir, una sociedad compuesta de distintas categorías de personas: los pastores y el rebaño, esto es, los que ocupan un puesto en los diferentes grados de la jerarquía y la multitud de los fieles. Y estas categorías son de tal modo distintas unas detrás, que sólo en la categoría pastoral residen la autoridad y el derecho de mover y dirigir a los miembros hacia el fin propio de la sociedad; la obligación, en cambio, de la multitud no es otra que dejarse gobernar y obedecer dócilmente las directrices de sus pastores”. Sin embargo, la praxis se alinea más con este texto que con el del Vaticano II. En cierta ocasión, en un encuentro fortuito con un obispo le planteé por qué en la curia y en las oficinas diocesanas (otro tanto, se podría decir de la curia vaticana) normalmente sólo hay curas en los puestos de responsabilidad, teniendo en cuenta la escasez de sacerdotes para las múltiples necesidades pastorales. Su respuesta fue que en los diversos departamentos se “manejan” cuestiones “muy sensibles” para que un laico/a, en general, las pueda afrontar como corresponde.
La corresponsabilidad eclesial, por lo tanto, en un Sínodo ha de tener una imagen plural no sólo visual y estética, sino, y sobre todo, la que refleje la pluralidad de la Iglesia como pueblo de Dios: hombres y mujeres, clérigos y laicos; en definitiva los bautizados. A todos ellos les incumbe y son responsables de que el Reino de Dios sea una realidad histórica. Más de una vez he oído a matrimonios iletrados en teología, que viven su fe intensamente como don y tarea comprometida, interrogarse cómo unas personas célibes pueden ser sensibles a los problemas existenciales del matrimonio. Si un Sínodo esencialmente pastoral no es un parlamento, al menos debe dar cabida a la pluralidad de bautizados para que, desde el “sensus fidelium”, aporten soluciones adecuadas a la vivencia histórica de la fe, recordando aquello de San Cipriano: “Nada sin vuestro consejo (el de los presbíteros) y sin el acuerdo del pueblo”.
En efecto, yo también pienso que en el Sínodo ha habido una estrategia de poder como sucede siempre que los seres humanos se reúnen para hablar y llegar a acuerdos sobre determinadas cuestiones. Es conocido que ya en los primeros concilios que se celebraban bajo la presidencia de Constantino para debatir asuntos teológicos importantes, se imponía el criterio del Emperador. Este modo de actuar ha llegado hasta nuestros días reconociendo al Papa un poder absoluto que, según José Arregui en su magnífico artículo “Mensaje del Papa después del Sínodo” (19/10 en Atrio) no es un poder evangélico.
Parece ser que “el Sínodo no se ha pronunciado de modo expreso sobre la recepción de los sacramentos por los divorciados vueltos a casar, pues el Sínodo es pastoral y no doctrinal. Es el asunto que más división ha causado entre los obispos y,por ello, se ha dejado como estaba hasta que una comisión pontificia tome una decisión. Pienso que en cuestiones de orden interno del individuo no debería existir una doctrina determinante, sino que la decisión a tomar corresponde a la persona que deberá actuar conforme a su conciencia, naturalmente honesta y sincera consigo misma. ¿Quienes son los obispos para prohibir que un bautizado celebre de manera completa la eucaristía que es el sacramento del amor y de la fraternidad? Sobra regulación doctrinal en este y otros temas relativos a la libertad de los hijos de Dios. Esta libertad le permite discernir el estado de su relación con El Misterio en quien confía y a quien acude buscando apoyo en los conflictos que puedan producirse en sus relaciones interpersonales. No niego que los obispos ejerzan otras responsabilidades dentro de la comunidad.
Jesús predicaba su proyecto del Reino de Dios y no creo que llegara a pensar que tal proyecto debería ser una sociedad jerárquica, formada por élites, llamadas pastores, y ovejas tontorronas que van a donde las llevan. Él se autodenominó El Buen Pastor porque lo era. Pero a nadie más corresponde este título. No llamó ovejas a sus seguidores, solamente explicó parábolas para que le entendieran.
He leído en un resumen del Sínodo que “es necesario que la Iglesia acompañe a las parejas de hecho y uniones civiles para que puedan abrazar el matrimonio”. Es bueno que la comunidad eclesial acompañe, pero no con la finalidad de que las parejas formalicen el matrimonio canónico. Lo esencial en la unión es el deseo sincero de convivencia hasta que la muerte los separe y esto puede darse y de hecho se da en las uniones civiles tanto como en el matrimonio. Este no es un seguro contra las rupturas. La voluntad de permanecer unidos es la que hace que la unión sea auténtica y no aparente. La convivencia para siempre es iuna aspiración ideal que, a veces, no puede alcanzarse.
Solo espero que francisco sepa romper toda actitud de poder que no ayuda a la iglesia y sobre todo a las familias. Este proceso aun continua y la voz practica estara siempre en los pobres, en las familias.
Me consta de manera personal y directa que no en todas las parroquias de Latioamérica se hicieron consultas. Pero aún en el caso de que se hubiera hecho consultas en todas las parroquias del mundo, dichas consultas no son vinculantes, para el sentido de las intervenciones y votación de cada obispo de la parroquia consultada; y aún en el caso de que cada obispo haya intervenido y votado en el sentido del resultado de las consultas en las parroquias, ese voto no es vinculante para el documento final (sujeto no sólo a los resultados de las votaciones sinodales, sino a las decisiones “estilísticas” de la comisión redactador final… ¿recuerdan el escándalo del documento final de Aparecida?); pero aún en el caso de que el documento final del sínodo fuera en el sentido del resultado de las consultas en la parroquias, el documento final no es vinculante para el Papa. De modo que al final de todo, sigue siendo lo que siempre ha sido en el catlicismo desde la reforma Gregoriana: el único voto real, el único con facultad DECISORIA, es el del papa.
Saludos
Hola!
Cuando salieron las “Encuestas”, un amigo perspicaz y muy interesado en estas cosas de Iglesia me hubo propuesto analizar y llevar a cabo la supradicha, pues, además teníamos acceso a proponer consideraciones a Obispos de Argentina.
Pero cuando tuvimos las supradicha: nos espantamos y no se habló más del asunto! A no ser la concordada opinión de que adolecía de la más mínima “Técnica de Zondeo”.
Tal vez haya quedado en un reducidísimo “círculo” para nada “representativo”.
Tal vez ¿no?
Voy todavía! – Óscar.
Hermano Daniel,
De mis 88 años, tengo 60 viviendo en Nicaragua, Latinoamérica: 24 años de misionero Capuchino Franciscano y ahora 36 años en un matrimonio eclesiástico, y nunca falto a la semanal Celebración Eucarística. ¿Donde vivìs vos para afirmar para LA. algo que a mi me da sola una fuerte risa?
Justiniano de Managua
La representación está en que durante un año y medio se hicieron consultas a todas las parroquias e instituciones eclesiales.
Tal vez no en España… En Latinoamérica sí