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[Sobre la beatificación] ‘San Romero de América’

Sobrino

Este artículo de Jon Sobrino fue publicado hace ya unas semanas en Adital y después en Redes Cristianas. Pero no ha perdido actualidad. No se reduce a dar la noticia. Da mucha información sobre la mentalidad jerárquica que tenía bloqueda la beatificación. Y por qué podría el desbloqueo anunciado ser algo más que un “gestito”. Por otra parte Jon, que destapó crudamente la mentalidad de Bergoglio cuando fue provincial de los jesuitas, recuerda aquí cómo en el arzobispo Romero se produjo una auténtica conversión tras el asesinato de Rutilio Grande.

Muchos se han preguntado desde hace tiempo cuándo canonizarán a Monseñor Romero. Otros han ido más al fondo: “si Monseñor Romero no es santo, ¿quién lo será?”. Y otros no han ocultado su sorpresa y algún enojo. Ante la rapidez con que se canonizó a la madre Teresa y a Juan Pablo II -por no hablar de José María Escrivá- no comprenden el silencio en que ha quedado Monseñor. Pues bien, parece que ha llegado la hora.

El Papa Francisco. Más que “desbloqueo”, “ruptura”

La renuncia de Benedicto XVI fue una ruptura de gran magnitud, un gesto de honradez infrecuente en Roma, y creó el ambiente necesario para otras rupturas. Y así ha ocurrido. El 20 de abril el arzobispo Vincenzo Paglia, tras un encuentro con el Papa, anunció que “la causa de beatificación de Monseñor Romero ha sido desbloqueada”. (Hablaremos de beatificación o, en general, de canonización)

Ha habido “desbloqueo” porque la causa había quedado “engavetada” sine die en la Doctrina de la Fe. Pero no parece que las razones fueran sólo burocráticas, fácilmente eliminables por un Papa. Lo que hizo el Papa Francisco tiene las trazas de haber sido una “ruptura”: “jerarcas de diversas curias durante años han hecho lo posible para impedir la canonización.

Es bien conocido que, en vida, la oligarquía y demás poderes del mundo salvadoreño trataron a Monseñor con desvergüenza y crueldad. “Monseñor vende su alma al diablo”, publicó un periódico de la oligarquía. Y con estas hojas llenaron las calles de la capital: “Haga patria mate un cura”.

Pero no solo ellos estaban en contra. En curias eclesiásticas, en y más allá de El Salvador, hubo jerarcas que desde el comienzo trataron a Monseñor con prejuicios inflexibles y muchas veces sin justicia. No le perdonaban su apoyo a la teología, aunque fuese buena, si era de la liberación. Ni le perdonaban su apoyo, aunque fuera justo -y crítico-, a las organizaciones populares. Sus enfrentamientos claros y sus denuncias radicales con opresores, ejércitos, escuadrones de la muerte, gobiernos, imperio norteamericano, les causaron sorpresa y pavor.

Y para gente de Iglesia la molestia más honda, y menos confesable, es que Monseñor, en su pensar, hablar y comportarse, se parecía mucho a Jesús de Nazaret. Y sus palabras les destanteaban totalmente: “Me alegro hermanos de que la Iglesia sea perseguida… Sería muy triste que en nuestra Iglesia no hubiese sacerdotes asesinados”.

Los problemas comenzaron pronto. La nunciatura reaccionó agresivamente contra su decisión de una misa única tras el asesinato del Padre Rutilio el 20 de marzo de 1977, que fue un auténtico clamor de fe, esperanza y compromiso, solo igualada por la misa de funeral del mismo Monseñor el 30 de marzo de 1980. Con la excepción de monseñor Rivera, el resto de los obispos salvadoreños, le fueron contrarios, a veces pública y burdamente. En 1978 publicaron un mensaje, breve y malo, sobre las organizaciones populares, que contradecía frontalmente la larga carta pastoral de Monseñor Romero sobre La Iglesia y las organizaciones políticas populares. Poco antes de su muerte escribió en su diario las tres cosas que le preocupaban. La última era “su situación conflictiva” con los otros obispos. Y recuerdo la alegría que le embargó en Puebla en una reunión con obispos afectos a Medellín. “¡Qué bueno poder estar aquí como entre hermanos!”. A su funeral no asistió ninguno de los obispos de El Salvador, con la excepción de Monseñor Rivera Damas.

En la curia vaticana han hablado mal de Monseñor visitantes y residentes poderosos, funcionarios del gobierno de Estados Unidos y obispos como Alfonso López Trujillo. De Roma le enviaron visitadores en repetidas ocasiones, y en un momento dado pensaron retirarle de su cargo o inutilizarlo como Arzobispo, nombrando un obispo coadjutor sede plena, con plenos poderes. Monseñor respondió: “Estoy dispuesto a obedecer. Si me quitan solo les pido que lo hagan con dignidad para que no sufra mi pueblo”. En sus viajes a Roma compartía sus problemas con el Padre Arrupe y con el cardenal Pironio, ambos en dificultades con la curia, y se animaban mutuamente. Y en los últimos años agradeció mucho la visita que le hizo el cardenal Lorscheider.

De su visita a Pablo VI en mayo de 1977 salió feliz. De su primera visita a Juan Pablo II salió decepcionado y triste. De la segunda visita salió serenamente confortado. Después de su asesinato, Juan Pablo II, inesperadamente y sin comunicarlo al gobierno, fue a honrarlo a su tumba en Catedral. Lo llamó “celoso pastor”.

A Benedicto XVI los periodistas le preguntaron varias veces cuándo será la canonización de Monseñor Romero. En su respuesta a un periodista francés vino a decir que “el retraso no se debía a la persona del arzobispo asesinado, que, por su virtudes heroicas, merecía ser beatificado. Se debía, más bien, a la situación políticamente encontradiza que reina en El Salvador a propósito de la obra de Monseñor”. La pregunta que queda es por qué, en concreto, en esa situación “la canonización no es oportuna”.

Monseñor Urioste ha dicho muchas veces que Monseñor Romero ha sido el salvadoreño más amado y el más odiado en el país. Los poderosos, oligarquía, ejército y escuadrones de la muerte, la economía, la política y muchos de los medios, le odiaron en vida. De algunos de ellos salieron quienes lo asesinaron. Y los más recalcitrantes esa noche brindaron con champán. No es fácil para el Vaticano canonizar a Monseñor, estando vivos, y aun teniendo que estar quizás presentes por razones protocolarias en su beatificación, algunos enemigos importantes de Monseñor. Quizás sea eso lo que no se juzga “oportuno”.

Quizás tampoco sea oportuno ponerlo públicamente como ejemplo eximio de obispo, pues incomodará a algunos de ellos.

Y quizás se repita que “no hay que politizar a Monseñor Romero” porque eso podría dificultar la canonización, manida afirmación repetida sin argumentos.

Un santo

No sabemos qué se dirá en el acta de beatificación y de canonización. Nos gustaría que, además de lo que se vea sobre Monseñor desde la Roma universal, el acta diga las cosas importantes del Monseñor que vemos desde aquí.

Conversión. En la mejor tradición de las Iglesias cristianas, Monseñor, hombre bueno y ético siempre, en los setenta pasó por un cambio radical o conversión. La causa principal fue el encuentro con los pobres, ya como obispo en Santiago de María y definitivamente en San Salvador. El 12 de marzo de 1977, ante el cadáver de Rutilio Grande y dos campesinos, su vida cambió para siempre. Las innumerables víctimas y los pobres y oprimidos le llevaron a una nueva vidad definitiva. Encontró en ellos una ultimidad que coincidía con la ultimidad de Dios, y que no fue rebajada a segundo lugar por Dios. Eso pienso yo es lo que ocurrió en el corazón de Monseñor en aquellos momentos de conversión. Nunca dio marcha atrás.

A eso le ayudaron los pobres en primer lugar, pero también lo que ocurrió ya en los primeros días. Los sacerdotes a quienes tenía por izquierdistas y de Medellín le apoyaron sin condiciones, mientras que quienes habían estado con él, como obispo moderado y nada político, le dejaron solo. Y también le convenció de que el nuevo camino era el correcto, el cuerpo eclesial que inmediatamente se formó a su alrededor, con sacerdotes y religiosas, las mayorías pobres y varios profesionales, universitarios de clases medias.

Compasión contra la injusticia. Las puertas de su oficina en el arzobispado y en el hospitalito siempre estuvieron abiertas para escuchar y acoger al pobre. Y vivió en profundidad el abajamiento que acompañaba a la compasión: “A mí me toca ir recogiendo atropellos y cadáveres”, dijo en Aguilares. De ese modo se convirtió, como los obispos del siglo XVI, en defensor ex officio de los pobres.

Denuncia contra la mentira y el encubrimiento. No hace falta extenderse en esto, pero sí es importante recalcar su forma de hacerlo que no tiene paralelo, especialmente en sus homilías. Todos los domingos sin excepción, mencionaba todas las violaciones a derechos durante la semana, de los que le había llegado noticia. Mencionaba los nombres de las víctimas, el lugar y circunstancias, la situación en que quedaban los familiares. Y siempre mencionó a los victimarios -también de las organizaciones populares cuando era el caso-, muy mayoritariamente miembros del ejército, cuerpos de seguridad y escuadrones de la muerte. Y les conminó: “En nombre de Dios y en nombre de este sufrido pueblo cuyos lamentos suben hasta el cielo, cada día más tumultuosos, les pido, les ruego, les ordeno en nombre de Dios, ¡Cese la represión!”.

Contra la idolatría de la riqueza. La condenó, y por ello lo mataron. “Se mata a quien estorba”, había dicho. Estorbó al mencionar la injusticia del dinero y de la riqueza que elevó a idolatría. Y denunció muchas otras idolatrías, sobre todo la de la seguridad nacional. También condenó, a los medios de comunicación: “hoy nadie cree ya en nada”. Y a la corte suprema de justicia. “Gran parte del malestar de nuestra patria tiene allí su clave principal, en el presidente y en todos los colaboradores de la Corte Suprema de Justicia, que con más energía deberían exigir a las cámaras, a los juzgados, a los jueces, a todos los administradores de esa palabra sacrosanta, la justicia, que de verdad sean agentes de justicia”.

Monseñor ante el misterio de Dios.Monseñor habló frecuentemente de Dios. Fiel a Puebla y a la teología de la liberación, ante todo condenó a las divinidades de la muerte, los ídolos, “los que necesitan víctimas para subsistir”. Pero por encima de todo habló del Dios de Jesús, el Dios real, el Dios de su vida y el Dios de la historia. Y habló con Dios. Es conocida su oración sentida. Y ante Dios quedaba postrado y se sentía feliz. Días antes de ser asesinado dijo en la homilía: “Ningún hombre se conoce mientras no se haya encontrado con Dios… ¡Quien me diera queridos hermanos que el fruto de esta predicación de hoy fuera que cada uno de nosotros fuéramos a encontrarnos con Dios y que viviéramos la alegría de su majestad y de nuestra pequeñez”.

Los pobres de su pueblo. Monseñor los amó y los defendió. Siempre. Corría sus mismos riesgos y se lo decía. ”No abandonaré a este pueblo”. Denunciaba a sus enemigos, aunque fuese el presidente del país, el general Romero, y aunque fuese el presidente Carter a quien prohibió enviar armas. Defendió a los pobres y por ellos arriesgó todo, como sólo lo hacen los amigos de verdad. Y les comunicaba sin pudor lo que sentía por ellos: “Con este pueblo no cuesta ser buen pastor”.

El pueblo, su pobrería, le quiso como rara vez se quiere a un personaje, a un obispo. Le lloraron como solo se llora a un padre. Hoy, 33 años después, muchos le siguen queriendo de verdad. En El Salvador, le quieren de manera distinta a como quieren a otros santos populares canonizados. Muy especialmente le quieren y le recuerdan supervivientes de masacres, esposas y madres de esposos e hijos asesinados y desaparecidos, familiares de víctimas de quienes nadie se acuerda. Y sin saber exactamente qué significa “canonización”, “culto público”, “intercesión”, se alegran de que un Papa, proclame su nombre solemnemente y diga a todo el mundo que Monseñor fue una buena persona. Están contentos. Y no es esta pequeña expresión de canonización.

El acta vaticana de beatificación después de otras

No sabemos qué se escribirá en el acta vaticana de beatificación y canonización. Ojalá ofrezca al Monseñor Romero, santo tradicional y santo salvadoreño, como hemos intentado describir. Ojalá su nombre sirva de nombre a tantos que han quedado sin nombre, en El Mozote, entre los indígenas de Guatemala, entre los migrantes asesinados en México… Y ojalá dé nombre a tantos pueblos crucificados inocentes e indefensos.

Y ya que fue obispo, ojalá en el acta se recuerde a Luis Angelelli, Gerardo Valencia Cano, Juan Gerardi, Joaquín Ramos… obispos latinoamericanos asesinados. Con muchos otros, son los Padres de la Iglesia Latinoamericana desde Medellín.

Solo Dios conoce como será el acta de canonización. Nosotros terminamos diciendo que Monseñor Romero ya ha sido canonizado. Y recordamos los principales momentos de su canonización.

Monseñor Casaldáliga, en cuanto conoció su martirio, escribió el poema: “San Romero de América, pastor y mártir nuestro”. Y termina con una convicción: “Nadie hará callar tu última homilía”. Esperamos que la canonización venidera sea expresión de que siempre habrá una homilía de Monseñor.

La Iglesia Anglicana, el 31 de marzo de 2005, en presencia de la reina de Inglaterra y del arzobispo de Canterbury, colocó en el centro de la fachada de Westminster la imagen de Monseñor Romero, junto con la de Martín Luther King y las de otros ocho mártires, hombres y mujeres, de todas las iglesias cristianas del siglo XX. Esperamos que la canonización venidera guarde este espíritu ecuménico.

En la última Carta a las Iglesias, recordando el aniversario de Monseñor, escribimos: “En ti el huérfano encuentra compasión”. Con toda modestia y gozo decimos de él lo que el Antiguo Testamento decía de Yahvé. Ojalá la canonización venidera remita al Yahvé, Dios de pobres y víctimas.

Ignacio Ellacuría en el funeral de la UCA, cuatro días después de su asesinato, dijo estas conocidas palabras, audaces y lúcidas: “Con Monseñor Romero, Dios pasó por El Salvador”. Ojalá Monseñor Romero, con miles de mártires como él, hombres y mujeres, sean canonizados con estas palabras: “Por América Latina, y por muchos otros lugares del tercer mundo, Dios ha pasado entre nosotros”.

En una mañana de invierno un hombre harapiento limpiaba con esmero la tumba de Monseñor, valiéndose de sus harapos. Al termina sonríe satisfecho. Me acerqué y le pregunté: “¿Qué hace?”. Y me contestó. “Eso, limpiar la tumba de Monseñor. Porque él era mi padre”. “¿Cómo así?”. “Es que yo no soy más que un pobre. A veces acarreo en el mercado con un carretón, otras veces pido limosna y en veces me lo gasto todo en licor y en guaro, y paso la goma botado en la calle… Pero siempre me animo. Yo tuve un padre que me hizo sentir gente. Porque a los como yo él nos quería y no nos tenía asco. Nos hablaba, nos tocaba, nos peguntaba. Nos confiaba. Se le echaba de ver el cariño que me tenía. Como quieren los padres. Por eso yo le limpio su tumba. Como hacen los hijos, pues”. [Lo cuenta María López Vigil en su libro Piezas para un retrato]

7 comentarios

  • Bienvenido este desbloqueo.  Es normal la reticencia de una iglesia conservadora, casada con los poderosos de este mundo, ante la gigante figura de Mons. Romero, profeta actual, molesto para los que tienen al dinero como su “dios”.
    Si leemos o escuchamos sus homilías y discursos, nos sorprende su radiante actualidad para El Salvador, en particular y, para el mundo, en general. Profeta valiente que se hacia y se hace voz de los que no tienen voz.
    Pero, tal vez algunos y yo me inclinaba tambien en ese sentido, estando en El Salvador, no deseábamos la canonización de Mons. Romero. El ya es santo pàra el pueblo pobre y desposeido.
    Decía, a este respecto, una mujer del pueblo hace veinte años: “Que no hagan santo a Mons. Romero porque no lo quiero ver en una hornacina de un templo para que la gente vaya pidiendole milagros. No lo quiero así, lo quiero y me lo imagino acompañándonos en las luchas diarias por conquistar una sociedad nueva”.
    !Tenía mucha razón esta mujer del pueblo!

  • oscar varela

    Hola!

    Jon Sobrino tiene un Archivo de Word, que no sé si fue publicado o dónde.
    En todo caso doy fe que es auténtico, y viene al caso.
    ……………….
    Monseñor Romero, el Papa Francisco y el presidente Mauricio Funes
     
    El presidente de El Salvador, Mauricio Funes, el 23 de mayo se reunió en Roma con el papa Francisco. Trataron varios temas, entre otros el de la violencia y las pandillas, y sobre todo el de la pronta beatificación de Monseñor Romero. De las noticias de prensa y de las declaraciones del presidente Funes a su regreso destacamos lo siguiente.
     
    El Papa conoce bien a Monseñor Romero, por sus obras y su acción pastoral, y es un admirador suyo. Es también consciente de la necesidad de la canonización de Monseñor, y por ello toma en serio el desbloqueo de su causa.
     
    También conoce bien la situación martirial de El Salvador, con tantos y tantas mártires. Por eso añadió estas inesperadas palabras: “después de la canonización de Monseñor Romero vendrán otros procesos similares”. Se refería particularmente al caso del padre Rutilio Grande asesinado en El Paisnal el 12 de marzo de 1977 por un escuadrón de la muerte de la guardia nacional. “Es un hombre santo que merece ser canonizado por la acción que llevó a cabo en defensa de los pobres, en defensa de los excluidos, en circunstancias realmente complicadas”.
    El Presidente Funes por su parte reafirmó que Monseñor es un guía espiritual de la nación, y se ha convertido también en referente para muchos pueblos de América Latina y del mundo entero.
    Funes le obsequió al Papa un regalo significativo: un relicario elaborado por las religiosas del hospital de La Divina Providencia, que cuidaron a Monseñor y cuidan ahora con cariño y esmero los lugares donde vivió. El obsequio es una cruz de metal. En el centro se guarda un trozo de la sotana de Monseñor que quedó impregnada con su sangre después de recibir el disparo que le dio en el corazón. Los brazos del relicario están hechos con pequeñas figuras de personas, que simbolizan la unión del arzobispo con el pueblo salvadoreño.
     …………………
    Reflexiones.
     
    1. Monseñor Romero fue asesinado con un disparo hecho por Marino Samayoa Acosta, ex sargento de la extinta Guardia Nacional, el 24 de marzo de 1980. Según la Comisión de la Verdad de Naciones Unidas, quien dio la orden para el asesinato fue el mayor Roberto d’Abuisson, fundador de los escuadrones de la muerte y del partido ARENA.
     
    Esto quiere decir que no va a ser canonizado cualquier mártir, sino un mártir específico. Fue asesinado como un profeta que luchó contra la injusticia,  que se enfrentó directamente a victimarios y criminales, y que lo hizo únicamente por defender a los oprimidos. Estos eran individuos y pequeños grupos, y en definitiva todo el pueblo.
     

    Solemos repetir que Monseñor Romero fue pastor, profeta y mártir, pero hay que insistir en que fue mártir porque fue profeta, como Jeremías, como Juan Bautista, como Jesús. José Luis Sicre, experto mundial en el Antiguo Testamento, nos dijo hace treinta años que en la historia ha habido siete u ocho grandes profetas -Isaías, Amós, Miqueas, Oseas, Jeremías… Uno de ellos es Monseñor Romero.
     
    Monseñor fue un sacerdote altamente virtuoso, lo que suele ser admirado –y tolerado. Y fue un sacerdote desacostumbradamente confrontativo, lo cual no es frecuente –ni es tolerado. Las razones no fueron temperamentales sino cristianas, más en concreto jesuánicas.
     
    Como profeta, más que como sacerdote, habló en nombre de Dios: “En nombre de Dios pues, y en nombre de este sufrido pueblo…”. Exigió conversión radical: “Nadie tiene derecho a matar”. Y en medio de la dureza de su mensaje, como un Isaías también se enterneció: “Hermanos, son de nuestro mismo pueblo, matan a sus mismos hermanos campesinos…”.
     
    Ese Monseñor causó temor a los opresores. Estaban indefensos para combatir la palabra de verdad de Monseñor en contra de su mentira. Intuían que peligraba su opulencia con la denuncia de sus homilías dominicales. A los defensores de la injusticia no les era fácil encontrar acusaciones para eliminarlo. Monseñor fue odiado por todos los Pilatos de Gobiernos, Ejército y Economía, y también por los Anás y Caifás, jerarcas que dentro de la Iglesia, algunos de ellos miraban por ellos más que por los pobres. Monseñor lo dejó al desnudo: su actuación ministerial no era según Jesús, sino contraria a la de Jesús.
     
    A este Monseñor quiere canonizar el Papa Francisco. Algunos todavía dicen que Romero era -y es- conflictivo. El Papa se lo ha debido pensar mejor. Y la argumentación le ha debido ser sumamente sencilla: Monseñor Romero vivió, trabajó, se compadeció y habló como Jesús de Nazaret. Como Jesús defendió a los oprimidos y arremetió contra sus opresores. Y así, hasta el final: Monseñor no huyó sino que el 23 de marzo fue a Catedral a gritar: “¡cese la represión!”. Y al día siguiente marchó al altar del hospitalito, su Gólgota. Antes de morir perdonó a sus asesinos, y su muerte fue un Pentecostés –algo distinto al que ahora celebramos: el amor de Dios se desbordó sobre los pobres del mundo, y el Espíritu iluminó el camino de todos los hombres de buena voluntad y les animó a recorrerlo.
     
    Cada canonización es distinta, y no hay que hacer comparaciones sobre “quién es más santo”, si Monseñor u otros. Pero esto no debe impedir captar en profundidad la vida y la muerte de quien se está canonizando.
     
    2. También es importante recordar que ese mártir fue obispo. El Papa Francisco sabe de alguno de ellos, ciertamente conoció a Luis Angelelli en Argentina. Y también en Argentina conoció a crueles victimarios, como el comandante Videla, miembro de una junta responsable de 30,000 desaparecidos. Le pedimos que repudie, con amor, a los que mencionamos en este mismo número. Y desde El Salvador quiséramos pedirle que canonice al obispo Angelelli, a Juan Gerardi, a Gerardo Valencia Cano, y a Chrisophe Munzhirwa, arzobispo del Congo, mártires todos ellos.
     
    3. Le pedimos que cruce las fronteras salvadoreñas, que recuerde y canonice a los dieciséis sacerdotes asesinados en Guatemala, y a los miles de indígenas Ixil torturados y asesinados por Ríos Montt. Tambien al padre Héctor Gallego en Panamá y a los tres sacerdotes asesinados en Honduras a comienzo de los años setenta. Que canonice a las religiosas que han ido entregando su vida, gota a gota, por todo el continente. A las cuatro religiosas estadounidenses, Ita y Maura, Dorothy  y Jean. Y a la religiosa salvadoreña Silvia Arriola.
     
    4. Ojalá recoja y honre la crucifixión lenta y violenta de los pueblos. Bien lo puede hacer usando las palabras de Ellacuría y de Monseñor Romero: “son el pueblo crucificado”, “son el Cristo crucificado”. O lo puede hacer en palabras propias suyas que puede ir fraguando con el don que Dios le ha dado para decir las cosas de la fe de forma que la gente del pueblo las entiende.
     
    5. Terminando por donde comenzamos, ojalá termine como Dios manda un proceso que se ha ido torciendo. En 1994 se abrió el proceso de beatificación de Monseñor Romero. Tras concluirse la parte diocesana salvadoreña, en 1996 el proceso pasó al Vaticano. Desde fuera todo parecía normal. Pero en los últimos años el proceso se estancó en la Congregación para la Causa de los Santos. Connotados jerarcas, alguno de ellos cardenal latinoamericano, se han opuesto a la canonización de Monseñor Romero, como se opusieron a su actuación en vida y a su liderazgo después de muerte. Es triste pero es verdad.
     
    Ahora es posible enderezar el proceso y arreglar este entuerto. El pasado 22 de abril el Papa desbloqueó el proceso. Tras lo que habló con el Presidente Funes parece que todo tiene viento a favor. Y con ello se conseguirá que los pobres y muchos hombres de buena voluntad sientan gozo: el mundo ha aplaudido a un hombre bueno.
     Jon Sobrino

  • Sigifredo Trujillo

    Es bueno saber que se quiere continuar con este proceso, aunque en mi corazón y sé que en el corazón y en el sentir de muchos Monseñor Romero dió muchas pruebas de su santidad. En hora buena.

  • Javier Pelaez

    Digo “santo como la copa de un pino” en el doble sentido de la expresión.Primero,es “evidente” que es santo.Segundo,cuando se incorpore al santoral va a ser un santo “muy importante”.A la altura de los grandes santos:San Francisco…Por eso también les da miedo a los conservadores…

  • Javier Pelaez

    Ya hablaré de esto de Romero:un santo como la copa de un pino….Pero quería hablar que hoy el Papa ha dicho que los “corruptos son el anticristo”.Se explica que Rouco quiera contratar exorcistas dado que en la archidiócesis de Madrid residen una cantidad de “anticristos”.En Madrid,ni con la multiplicación de los panes “había pan para tanto chorizo”.

  • ana rodrigo

    Nos resulta familiar eso de “por sus obras los conoceréis”, yo diría de la Iglesia “por sus santos la conoceréis”. ¿Por qué la Iglesia se ha resistido tanto a poner a monseñor Romero en primera línea de lo que es el buen hacer de un obispo? Pues porque este tipo de obispos no le ha interesado. Porque aquí no se trata de decir quién está más cerca de Dios en el cielo, se trata de decir al mundo cómo hay que vivir en esta vida, especialmente a quienes dicen, decimos, seguir el ejemplo de Jesús.
     
    Pues no hay diferencia en tener como referencia a San Josemari o a San Romero.
     
    San Josemari: elegid solo a los ricos, sed ricos, pudientes, científicos, influyentes en la sociedad rica y poderosa. Rezad muchos rosarios, confesaos pecados y más pecados sobre el sexto mandamiento, rezad mucho al Dios del cielo, construid colegios y clínicas para ricos y, el que no pueda pagar, que se muera, sed elite en la sociedad, la creme de la creme, etc. etc.
     
    San Romero: preocuparos de los más desfavorecidos, buscad la justicia social, denunciad las injusticias y el injusto reparto de las riquezas, etc. etc.
     
    Así están las cosas, ¿el Papa actual tendrá que dar una de cal y otra de arena para contentar a todo el mundo? Algo de eso me temo, pero, de momento, ha dado un paso significativo con desbloquear la canonización o valorar a M. Romero

  • Sergio Dalbessio

    Simplemente, el cambio, conversión, metanoia es posible para todos los hombres. Romero fue puesto como arzobispo porque no iba a traer problemas. Experimentar la muerte de su amigo Rutilio produjo una conversión, un cambio profundo en él. En Argentina podemos ver a varios obispos de la misma manera: De Nevares (único obispovperteneciente a la aristocracia argentina) leyendo su vida uno va viendo como experimenta su cambio y se convierte en uno de los abanderados de los DDHH de la Iglesia en Argentina. Novak -a quién conocí personalmente- un profesor de facultad, duro, pero cuando fue nombrado Obispo de Quilmes comenzó a ver la realidad de los pobres, sencillos, la devastación de la dictadura y se produjo la metanoia y fue otro de los abanderados de los DDHH de la Iglesia en Argentina, podríamos nombrar a otros. En Francisco, seguramente el cambio lo fue experimentando con el tiempo, gestando en su corazón, y lo lleva a esta ruptura para dejar avanzar sobre la causa de canonización de San Romero de América, que más allá de lo que realice el Vaticano ya es santo para nosotros. En Argentina el Cardenal Bergoglio impulsó la búsqueda de la verdad del asesinato de Monseñor Angelelli y tiene el informe final presentado por un santo obispo argentino (que ya tuvo su Pascua).