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Ha culminado su vida José Gómez Caffarena

Anoche falleció Caffarena en Madrid, a los 88 años, tras un ictus cerebral. Era un gran pensador  humilde y dialogante. La última vez que hablé con él fue al acabar de leer su libro Enigma y Misterio [Trotta 2007].  Tras muchos años de amistad y colaboración le quise agradecer el bien que me había hecho la lectura de su libro, una suma de Filosofía de la Religión hecha desde la cultura secular de hoy. Pero sobre su figura y sobre esta obra, dejo la palabra al común amigo Antonio García Santesmases, Catedrático de Filosofía en la UNED. Los resaltados son de esta Redacción. AD.

LA ESPERA HA MERECIDO LA PENA.

Por Antonio García Santesmases, catedrático de Filosofía en la UNED

José Gómez Caffarena
El Enigma y el Misterio. Una filosofía de la religión
Trotta, Madrid 2007. 704 p. 38 €

Somos muchos los que llevábamos años esperando esta obra de José Gómez Caffarena. Somos muchos los que estudiamos sus libros de Metafísica de los años sesenta y principio de los setenta, los que conocíamos su producción teológica, los que éramos conscientes de su gran profundidad al analizar el pensamiento de Kant, y, a pesar de todo, no estábamos satisfechos, nos faltaba algo, queríamos que su obra intelectual concluyera con la aparición de su Filosofía de la Religión. Debo decir que durante mucho tiempo pensé que esta obra no llegaría a aparecer en vida de Caffarena.

Durante muchos años Caffarena se ha dedicado a labores de organización y de difusión del pensamiento cristiano, siempre en diálogo con el ateísmo, con el agnosticismo, con las distintas formas de racionalidad y con las otras religiones. Esa dedicación organizativa tan meritoria en el inolvidable “Instituto Fe y Secularidad” iba marcando su vida y su quehacer teórico. Sólo en una nota del libro aparece este tema. Dice Caffarena: “En relación a esto no puedo dejar de mencionar algo más personal. Fe y Secularidad es el nombre del instituto de investigación y diálogo que en 1967, por orden del general Pedro Arrupe, fundó la Compañía de Jesús española para llevar a cabo la misión especial sobre el ateismo confiada en 1965 por Pablo VI a los jesuitas. La elección del título… ponía por delante el intento de comprender y la búsqueda de diálogo” ( p. 187).

Y así fue. Horas y horas de escuchar y de intentar comprender. Los jesuitas españoles tendrán un día que explicar cómo permitieron la desaparición de un centro de investigación como Fe y Secularidad. Llegó la hora del final de este centro de investigación y también llegó la hora de la jubilación de Caffarena. Todos esperábamos que apareciera la Filosofía de la Religión prometida pero parecía como si el autor, recuperado el silencio, alejado de las tareas organizativas, estuviera dispuesto a corregir una y otra vez la obra y no quisiera dar por finalizado nunca el trabajo. Algo de esto dice en el epílogo cuando habla de cómo iba demorando una y otra vez el final aunque los capítulos centrales ya estaban concluidos.

Al final la obra ha aparecido. Es una obra en la que el mejor Caffarena vuelve a discutir con Hume, con Kant y con Hegel, o –por decirlo con un lenguaje que ha utilizado durante años– con la mentalidad empirista, con la filosofía humanista y con la filosofía idealista. Caffarena vuelve a plantear los grandes temas de su metafísica dando respuesta al problema que siempre le ha preocupado: ¿qué sistema metafísico debemos postular si queremos hacer plausible la fe cristiana?

Filósofo y cristiano, Caffarena nunca ha querido renunciar a ninguna de las dos dimensiones. Nunca ha aceptado una posición puramente empirista de rechazo de toda racionalidad más allá del conocimiento científico; ni tampoco un planteamiento fideísta que considere que la fe cristiana sólo tiene sentido desde dentro de las convicciones religiosas, como un lenguaje autosuficiente que no requiere de ninguna mediación racional.

Para Caffarena la verdad científica no agota todas las formas de verdad ni puede responder a las preguntas por el sentido. No es ésta una postura frecuente en nuestros días; se ha producido tal fragmentación en los conocimientos que muchos afirman que las convicciones religiosas deben subsistir sin ninguna confrontación con la razón. No es ésta la posición de Caffarena. Para nuestro autor “sólo el que es capaz de dar a la ciencia lo que es de la ciencia podrá dar al misterio lo que es del misterio”.

Esta postura contrasta con el empirismo agnóstico imperante en nuestra cultura. Enrique Tierno Galván resumía muy bien esta perspectiva en su penetrante ensayo sobre el agnosticismo. Para Tierno no hay posibilidad de trascender lo que hay. El ser humano está instalado en la finitud y no puede aspirar a conocer los últimos designios. La ciencia irá desvelando paulatinamente las claves del universo. No existen enigmas indescifrables.

Muy diferente es la postura de Caffarena. No cabe pensar la realidad del universo sin apelar a un misterio que nos sobrepasa. Un misterio que, a diferencia del deísmo, no nos deja en la pura oscuridad sino que tiene una clave de gratuidad amorosa que nos envuelve y nos supera.

No ha sido nunca Caffarena hombre cientificista a lo Russell o a lo Tierno pero tampoco hombre agónico a lo Unamuno. Esa realidad envolvente de un absoluto amoroso choca con el mal en el mundo y con la realidad del sinsentido pero es superada por un planteamiento global donde ese mal es trascendido, encajado, canalizado, a través de una providencia que vela por el destino del mundo y ofrece un plan de salvación.

Es aquí donde es más difícil de seguir a Caffarena pero hay que decir en su honor que esta tesis no lo plantea desde un existencialismo agónico que hoy nos costaría compartir. Su planteamiento es metafísico. Afirmar un absoluto amoroso es cargar con la dificultad de hacer compatible una afirmación tan plena con una realidad tan deficiente. Pero aceptar sin más la inexistencia de ese Absoluto plantea a Caffarena una aceptación resignada de un mundo en última instancia absurdo, un mundo que no responde a las auténticas expectativas del ser humano. El hombre busca un sentido a la vida que responda a las preguntas acerca del origen, del final, de la marcha de la historia; quiere una respuesta positiva a sus interrogantes y no se conforma con quedar en la pura incertidumbre o en la negación fáctica de toda trascendencia.

No cabe duda que este planteamiento de Caffarena tiene algunas consecuencias para la filosofía actual. El autor no reduce la filosofía a la razón moral. Para Caffarena el primado de la razón práctica no significa la exclusividad de la razón práctica. Tampoco está dispuesto a aceptar una absoluta disociación entre ciencia y religión. Para él sólo el que es capaz de cara a la ciencia lo que es de la ciencia será capaz de dar al misterio lo que es del misterio. Pocos autores son capaces de un conocimiento tan complejo de las ciencias de la naturaleza como el que aparece en esta obra. Esta dimensión metafísica es hoy inusual en nuestro panorama filosófico acostumbrado a un ejercicio puramente filológico sin atreverse a arriesgar ninguna hipótesis metafísica.

También es sorprendente ese planteamiento porque este forcejeo entre ciencia y religión, este tender puentes entre ambas disciplinas, no es hoy frecuente en un mundo donde a la incultura científica de filósofos y teólogos se une las demandas de una religión a la carta por parte de muchos de los que consumen productos religiosos.

Caffarena vinculado una tradición religiosa concreta como es la cristiana, es consciente de la necesidad de depurar el lenguaje religioso a la luz de los conocimientos de las ciencias de la religión pero no se queda en la labor del buen exegeta. Quiere algo más. Quiere hacer plausible racionalmente los enunciados religiosos. No sólo quiere ser riguroso en la interpretación de los textos religiosos sino que quiere confrontar los hallazgos obtenidos con los conocimientos científicos. De ahí su defensa de una filosofía que aparezca como instancia mediadora entre la ciencia y la religión.

Es quizás este el motivo por el cual el pensamiento de Caffarena ha logrado sobrevivir a los tiempos. Al situar el debate en esta tensión entre la racionalidad positivista del hombre científico que ofrece certidumbre y las demandas existenciales del hombre religioso que claman por un sentido su perspectiva no ha sido arrumbada por el tiempo. Quizás por no haber estado nunca preso de un planteamiento hegeliano-marxista que afirmaba la posibilidad de heredar la religión desde planteamientos emancipatorios no ha sufrido el vacío provocado por la desaparición de los grandes relatos ideológicos.

Su filosofía no ha sido arrumbada por el tiempo pero sí tiene que encontrar un hueco en un momento donde su esfuerzo por no olvidar la necesidad de dialogar con la razón, por pasar por la ilustración, por atreverse a asumir la mayoría de edad; es un esfuerzo que no es hoy hegemónico dentro de la cultura católica ni es visto con interés por muchos representantes de la cultura liberal. Quizás hoy en el occidente tardocapitalista son pocos los que estén dispuestos a vivir este forcejeo entre la ciencia y la religión pero aún así existe una minoría significativa que comparte este propósito; el problema se complica más si pensamos en aquellos lugares donde no se ha difundido la cultura ilustrada. ¿Qué religión puede sobrevivir en ese contexto? ¿Estamos abocados a tener que optar entre la ignorancia religiosa del occidente avanzado y el fundamentalismo islámico?

Para contestar a esta pregunta puede servirnos esta gran obra de Caffarena. Convendría señalar para empezar que el autor insiste una y otra vez en la ambigüedad que subyace en el retorno de muchos fenómenos religiosos. Caffarena nunca olvida los planteamientos de la sociología de la religión. Personalmente debo decir que he disfrutado viendo cómo el autor volvía una y otra vez a los clásicos de la teoría sociológica para hacerse cargo de las preguntas acerca de la evolución en la historia de la humanidad y de su posible futuro.

El Caffarena metafísico se encontró a mitad de los años sesenta llamado a hacerse cargo de los problemas del ateísmo, de las raíces culturales de la increencia. Fueron los años en los que se creó, como decíamos anteriormente, el instituto Fe y Secularidad. Los fundadores del instituto decidieron fomentar un enfoque del hecho religioso que permitiera interpretar las distintas variedades del mismo aprovechando las teorías de la sociología clásica y de las nuevas interpretaciones de los años sesenta (Berger y Luckman, H.Cox). Este enfoque era muy productivo a la hora de aportar datos empíricos desde las ciencias humanas y permitía al filósofo buscar las claves interpretativas que permitían ir a lo nuclear y no perderse en la montaña incalculable de informaciones que aportaban los distintos estudios sociológicos.

El esfuerzo de Caffarena en esta obra completa los diagnósticos de las ciencias sociales con la mirada que aportan la historia de las religiones sin perder nunca la pregunta esencia: ¿cuál es el núcleo de la religión?

La religión aparece como algo vinculado a la finitud, a la limitación del ser humano, a la expectativa de salvación, a la necesidad de consuelo. Pero no aparece sólo como el “gemido de la criatura oprimida” sino como “el corazón de un mundo sin corazón”; no sólo como resignación, como claudicación ante una realidad que no se llega a comprender y ante la que uno acaba rindiéndose. Aparece también como rebeldía, como protesta, como resistencia, como llamada a algo grande, que desborda la propia finitud.

Esta perspectiva es la que le hace pensar a Caffarena que, por más que se haya producido un progreso científico-técnico, por más que se haya autonomizado el mundo político y secularizado la sociedad, siempre quedará un anhelo de insatisfacción, de malestar, que sólo puede ser llenado por las religiones. No por la moral. Cabe pensar en un trasfondo religioso debajo de las actitudes morales, incluso de las que se fundamentan sin religión, pero ello no agota lo nuclear de la religión.

Esta perspectiva de subrayar la especificidad de la religión es la que le hace volver a la hipótesis de Bergson acerca de las dos fuentes de la moral y de la religión. Ante el fenómeno de la globalización es claro que hay una llamada a buscar unas raíces propias que asocian a la religión con formas de identidad. En ocasiones estas formas de identidad tienden a la exclusión, al fanatismo y a la violencia; otras constituyen soportes de sentido que permiten arraigar los recuerdos y los proyectos de futuro más allá de la civilización científico-técnica y del pensamiento único. No todo es identidades asesinas ni fanatismo violento. Pero más allá de la moral cerrada cabe argüir a favor de una moral abierta, que supera las fronteras, que llama a la fraternidad transcultural. Caffarena apuesta por esta segunda opción, de una religión dinámica, abierta a la universalidad, a un fondo que estaría más allá de las religiones. A una convergencia entre las religiones que supere la dicotomía entre el capitalismo depredador y la tribu etnicista.

Estamos ante una obra que admite muchas lecturas. A mí me ha interesado especialmente volver al enfoque sociológico porque me ha recordado muchos de los debates de aquellos años y me ha permitido revivir los Foros sobre el hecho religioso. Eran tiempos en lo que concernidos por aquellas polémicas apasionante, éramos jóvenes y callábamos a la espera de observar como Andrés Tornos o Alfonso Álvarez Bolado comentaban las ponencias de Caffarena o esperaban la interpretación que éste hacía de sus textos. Asistíamos al espectáculo de ver a los grandes maestros debatir y debatir sobre temas que vuelven a aparecer en esta obra.

Cada uno es fruto de sus obsesiones y por ello, aunque a mí me ha interesado más este enfoque por ver la definición nuclear de religión más allá de la barahúnda de informaciones otros lectores profundizaran con provecho en otras dimensiones que aparecen en la obra. Podrán volver a descubrir al Caffarena gran lector de los clásicos de la filosofía y a percibir al gran metafísico que no se queda en pura filología, que tiene su propia respuesta y la argumenta convincentemente.

Son pues muchos los enfoques que aparecen en esta obra realmente ciclópea.

Obra de la que diré para terminar que se encuentra, a medio camino entre la Filosofía y la convicción religiosa. Dice Caffarena que para muchos creyentes su obra puede ser demasiado sobria, puede generar una cierta frustración, al apelar únicamente al Misterio, sin nombrar directamente a Dios. Arguye el autor que quizás sea mejor así porque de Dios hemos hablado demasiado y no hemos sido capaces de respetar su misterio.

La ventaja de esta sobriedad estriba en que su postura se acerca más a la de tantos científicos y pensadores que hastiados de una moralización excesiva de la religión y hartos de apologéticas triunfalistas habían perdido hasta el gusto por la pregunta. Habían perdido hasta el habito de plantearse la interrogante acerca de por qué perviven las religiones, a qué necesidades humanas atienden, por qué la razón ilustrada no ha sido capaz de llenar ese vacío. ¿Será cierto que el hombre que no se plantea estas interrogantes es un hombre liso?

Para todo el que se haga estas preguntas la obra de Caffarena, se esté o no de acuerdo con su respuesta, es una incitación a pensar. Por ello quiero concluir diciéndole al viejo maestro que la espera ha merecido la pena.

[Artículo publicado en IGLESIA VIVA, nº 133, enero-marzo 2008]

4 comentarios

  • José Ignacio Ardid

    Paz a todos.

    El problema no es la figura que nos debe seguir iluminando, sobre todo después de su libro Enigma y Misterio, sino creo que lo importante es el testamento de pensador honesto y comprometido que nos abrió tantas puertas de pensamiento y comprensión.

    Es bueno que haya herejes y seguro que las personas que lo atacan, jamás han tenido la enorme oportunidad de escuchar sus conferencias o de meditar sus libros. Pero creo que siguen teniendo miedo a ellos mismos, por vivir en la inseguridad dogmática que nos lleva vivir en el Misterio abierto y abarcante.

    Ahora que el Concilio queda un poco lejos, desgraciadamente, estos autores siguen siendo considerados herejes, incluso para las nuevas generaciones, pero, para algunos, seguirán siendo faro en nuestro caminar.

    ¡Muchas gracias Gómez Caffarena por tu testimonio!

  • Jordi Morrós

    No tuve el gusto de conocer a este jesuita, pero recuerdo con agrado su libro “Cristianos hoy?”.
    Por allí el año 1974 lo utilicé como manual de la asignatura de Religión en COU.
    Sin duda era un libro un poco “heavy” para un jovenzuelo de 17 años, pero al menos era un manual muy honrado y eso siempre es de agradecer.
    Descanse en paz.

  • Agustín O.

    Descanse en paz, maestro de filósofos (sabiduría) y hombre de bien, de Dios, ejemplo de jesuita y religioso.  Los comentarios de blogs integristas y fascistas, como este que dice “No se pierde nada con su muerte, su pensamiento es irrelevante”, son de pena y de repulsa, indignantes vamos

    Dios mío, es que el fanatismo y la ignorancia son atrevidas, tal vez no han cogido un libro de filosofía y teología en su vida. Caffarena, como todos, habrá tenido sus fallos y errores, podemos estar de acuerdo con él o no en determinados aspectos y cuestiones. Pero dudar de su calidad intelectual, humana y espiritual, de su servicio a la fe y a la iglesia o la Compañía de Jesús: me parece que es tener poco idea o luces; o ir con muy mala intención…, rasgos típicos de integrismos o fundamentalismos varios, corroídos por la poca cultura y violencia u odio. Y todavía más, decir o hacer todo esto a una persona que acaba de morir (y que además por eso ya no se puede defender), pero vamos, que bajo se cae Dios mío. No es la primera vez que lo hacen- ni creo que será la ultima-, eso de poner a parir a algún teólogo o intelectual después de muerte, viendo solo lo malo y negativo de esa persona, calumniando de forma destructora…

    Lo dicho, indigna y repulsa actitudes de tal fanatismo e integrismo… Y me da pena, mucha pena, que vidas más vacías y sin sentido esa de estar todo el día intentando destruir y negar al otro…, cuanto odio y patologías anidan ahí…

    Quería en definitiva dejar constancia de todo ello. Descansa en paz, querido Pepe, que el “enigma” de nuestra (tu) vida se ha desvelado para ti en el “Misterio”, en el Dios Bueno y de Vida, que te acoge y te ama. La ética y la felicidad (plena) se han abrazado…; en fin, todo eso que con Kant y con la filosofía, maestro, nos enseñaste. Como decías, el suspiro del hombre porque Dios exista, en ti se ha cumplido: sí hay Dios para ti, Pepe, para hombre con sabiduría y bondad; sí hay Dios para todos, para los que hacemos el bien y el mal, así es Dios con su Amor y Gratuidad. Un cordial saludo a todos

  • Estamos en lo de siempre: la valoración que nos merece la trayectoria vital y la obra intelectual de un hombre de la talla de José Gómez Caffarena, recién fallecido a la edad de 88 años, depende de nuestra perspectiva eclesiológica, de nuestra mayor o menor sintonía a la doctrina del Magisterio…
     
    Seguro que el también jesuita Jorge Loring, situado en las antípodas teológicas, eclesiológicas y aun ideológicas del jesuita Goméz Caffarena, tendrá una visión muy distinta de su compañero de orden recién fallecido. De hecho, una vez más un conocido bloguero situado justo en el otro extremo eclesial con respecto a este blog, ni corto ni perezoso llega a afirmar con respecto al religioso y profesor Gómez Caffarena: “No se pierde nada con su muerte, su pensamiento es irrelevante”.
     
    No es cierto: el pensamiento teológico y filosófico de José Gómez Caffarena no es nada irrelevante.  A ver: no soy en modo alguno un experto en la obra del jesuita recién fallecido, pero sí que he leído capítulos y fragmentos de un cierto número de sus obras, sobre todo para las asignaturas filosóficas de los estudios de Teología. Y desde luego, solo por justicia a su enorme talla intelectual, querría confesar que siempre, ante la lectura de sus obras, la impresión que tuve fue la de estar ante un pensador de muy altos vuelos, capaz de entrar en diálogo con los grandes de la filosofía europea de los últimos siglos.
     
    No reconocer al menos lo anterior so pretexto de que Gómez Caffarena era una especie de hereje, de incurable y dañino heterodoxo que perjudicó a la Iglesia universal, me parece injusto.
     
    Me parece -puedo estar equivocado-.